El título de esta entrada no es
original. Lo saqué de un
artículo publicado en el periódico. Añado el link porque me parece un tema
importante y un buen artículo. Sin embargo, el tema del que pensaba hablar es
el acoso escolar. Porque, por más que pongamos el grito en el cielo, por más
que lo denunciemos, y por más esfuerzo que pongamos en atender a las víctimas
(cosas que debemos hacer), es necesario ir a las causas. Porque es cierto que
el acoso escolar es un problema. Pero también considero que el acoso escolar
tan sólo es la consecuencia de un problema mucho más profundo. Y si no se ataca
a la raíz de un problema, el problema sólo se agrava. Por muy buenas que sean
las intenciones que tengamos.
Muchos ámbitos de la educación
están “contaminados” con lo que se denomina “pensamiento positivo”. Esta
falacia consiste en resaltar sólo lo bueno, sólo lo positivo, sólo lo que nos
hace “estar bien conmigo mismo”, lo que podemos destacar como ejemplar,… Con
frecuencia, esa actitud lleva a olvidar que lo bueno y lo malo van en el mismo
barco. Porque si nos empeñamos en “ver siempre el vaso medio lleno”, acabaremos
olvidando algo obvio, la otra cara de la misma moneda: que siempre falta la
mitad de agua. Porque en esta vida lo bueno y lo malo van a partes iguales, por
muy optimistas que queramos ser.
Porque los problemas que acarrea
el “pensamiento positivo” son muchos. El primero es olvidar la realidad y
desvincularse de los problemas reales de nuestra sociedad. Y empezar a poner
tiritas para curar heridas que requieren a un cirujano… Pongamos una noticia
como ejemplo: el suicidio “en 2015 ya era
la primera causa de muerte en adolescentes europeos” (en
este artículo). Tras esta inquietante cita, escribiré otra que pertenece al
primer artículo que he comentado en esta entrada: “Tenemos que hacer cambios en la vida de nuestros hijos si no queremos
que toda una generación de niños acabe estando medicada. Todavía no es demasiado tarde, pero pronto
lo será”. Podríamos decirle a los autores de tales artículos que son unos
exagerados porque ven el vaso medio vacío: en vez de resaltar lo positivo, sólo
se centran en lo negativo, porque “el árbol caído no te deja ver el bosque que
está creciendo”... Pero no es una cuestión de optimismo o pesimismo. Y tampoco
tiene nada que ver la actitud con la que se vea el asunto. Es una cuestión de
realismo: los datos son los que son. Da igual el optimismo con que los miremos.
Y en este punto uno se puede
preguntar qué tiene que ver lo que estoy diciendo con el acoso escolar… Pues
bien: creo que el acoso escolar es la consecuencia de la realidad que viven
tantos niños y adolescentes en sus hogares. Es la consecuencia de la
devastación afectiva que sufren muchos niños. Esa devastación provocada por el
déficit de atención que padecen tantos en su casa. O provocada por el otro extremo:
el de la sobreprotección. O incluso del “exceso de celo” con que ciertos padres
perfeccionistas educan a sus hijos: de esa “sobre estimulación” a la que
también ayuda la poco inocente “niñera-pantalla”...
Tan sólo quiero señalar una vez
más que los problemas reales de la
educación están en los hogares, no en los colegios. Pero no queremos
verlo. Así que el siguiente paso es vender a niños y padres una realidad falsa:
hacerles creer que el colegio es como “Disney Channel”. O que el colegio es la
verdadera familia de cada niño, donde cada uno es querido incondicionalmente
por su profesor. Al menos hasta el curso siguiente y el profesor se encuentra
con otros 30 críos... Y es que desde los colegios se puede hacer mucho por cada
alumno. Pero quizá la dirección que estamos tomando no sea la correcta. Porque
el protagonista de la educación puede ser el niño. Pero los responsables
directos son los padres, no los profesores.
Otro ejemplo: creo que hacer
“campañas contra el bullying” o intentar “mentalizar” al alumnado y a la
sociedad, está bien. Pero también considero que todo eso no soluciona gran cosa:
son esas tiritas con las que pretendemos curar heridas de bala... Porque para
arreglar esos problemas hay que arremangarse y lidiar en la trinchera: los
discursos no sirven. Porque cuantos más niños y adolescentes se encuentren en
un estado afectivo devastado, más acoso escolar habrá. Porque todos seguirán
buscando lo que les falta (básicamente cariño auténtico y atención verdadera).
Y el problema es que seguirán buscándolo fuera del ámbito natural en el que se
debería dar ese cariño y esa atención, que no es otro que la familia. Esa
debería ser la trinchera. Pero hemos trasladado esa trinchera a los colegios, y
los colegios no pueden sanar esas heridas de guerra. Su batalla es otra.
Porque el problema principal no
es ni la “falta de valores en nuestra sociedad”, ni la falta de “educación
emocional”. Que también son problemas. Pero de tanto nombrarlos, acabamos
señalando a los colegios y desviamos la atención de lo esencial. El problema es
más profundo… Es un problema de falta de sentido. Pero también de ausencia de
referentes y de referencias. Hemos eliminado el contenido, así que hemos
perdido profundidad… Porque nos sobran valores, pero nos faltan principios y convicciones.
Nos sobran emociones y sentimientos, pero nos falta mesura, equilibrio y
prudencia. Nos sobran metodologías, pero nos faltan ideas y conceptos claros. Porque
nos llenamos la boca con la “libertad”, pero no aceptamos ninguna
responsabilidad. Porque nos sobran las recetas educativas, pero fallan las
relaciones humanas sólidas, profundas y verdaderas. Y resulta que el lugar en
el que un ser humano es querido por ser quien es, el lugar donde el ser humano
adquiere solidez, no es el colegio, sino que es la familia. Y es allí donde se
construyen esas relaciones humanas sólidas, profundas y verdaderas. Es allí donde
el ser humano debe hallar su referencia, su referente, el sentido... Es en la
familia donde se aprenden las primeras convicciones, donde se asientan los
principios. Y luego el niño ya se encargará de poner todo eso en duda.
Sin embargo seguimos señalando el
problema del acoso escolar. Eso conlleva que ponemos el foco en el colegio. Y seguimos
desviando la atención de los problemas reales de la educación. Pero no me
cansaré de decirlo: el colegio y lo
que pasa en el colegio no es el problema principal de la educación. Ni
mucho menos. En el colegio sólo se ponen de manifiesto esos problemas que tanto
miedo nos da admitir. Porque el problema está en los hogares, pero cuanto más
cerca está el problema, con más facilidad le damos la espalda… Así que
desviamos la atención.
Y abogo de nuevo por empezar a
abandonar “el discurso de la emoción”. Es dañino. Es enfermizo. Es mentiroso.
Porque “esta nueva generación tiene cada
día más problemas para gestionar la frustración, el fracaso o la ira, porque
hemos creído que es mejor endulzar su vida a base de prolepsis que hablarles
desde la verdad” (extraído de otro
artículo interesante). Porque con tanta emoción y tanta “realidad
pasteurizada”, con ese querer ver siempre el vaso medio lleno y pretender que
los alumnos vivan en una realidad dulcificada, lo único que logramos es crear
niños y niñas incapaces de enfrentarse a ningún problema. Generamos criaturas
instaladas en una perpetua inmadurez. Generamos ignorantes afectivos,
adolescentes eternos, carne de cañón, niños y niñas que son incapaces de dejar
de sufrir. Porque sufren por todo. Porque todo despierta su sensibilidad. Pero
no queremos darnos cuenta de que es una sensibilidad enferma y deformada.
Porque los niños y adolescentes
son el reflejo de lo que somos los adultos. Nosotros hemos creado a estas
generaciones actuales. Nos atrevemos a criticarlas sin piedad pero no nos consideramos
culpables de nada… Todos nos quejamos, pero ninguno de nosotros es responsable
de nada. Siempre hay alguien a quien echarle la culpa. Qué fácil es señalar.
Qué fácil es tranquilizar la propia conciencia… Y ahí están nuestros niños y
adolescentes, aprendiendo de nosotros, impregnándose de esas convicciones
morales que no tenemos, y que por eso no transmitimos. Porque nos asusta
mirarnos al espejo… Pero seguimos tranquilizando nuestra conciencia con el
insulso discurso de los “valores”…
Y criticamos con dureza el acoso
escolar… Pero en el mundo de los adultos, ese mundo en el que todos nos
“rasgamos las vestiduras” cuando se conoce otro caso de “bullying”, existe la
misma lacra, la del acoso laboral… Porque aquí añado otro
artículo y su cita correspondiente: “Ya
en 2014, el profesor de la Universidad de Alcalá, Iñaki Piñuel, aseguraba que
"el 'mobbing' había crecido en España un 40% desde el comienzo de la
crisis". Y resulta que el acoso laboral es lo mismo que el escolar. La
diferencia es que ocurre en el mundo adulto... Muchas veces, las causas del
acoso laboral no son tan diferentes a las del acoso escolar. Pero nadie
denuncia esa realidad que padecen tantos adultos. Porque tampoco provoca
“catarsis” generalizadas en las redes sociales: son casos que no “enternecen”
los corazones. El adulto no da lástima. El adulto hecho y derecho no vende ni
conmueve. Así que muchos de quienes lo padecen callan ante las humillaciones,
abusos, chantajes o amenazas de sus jefes. Sólo lo hacen para poder llegar a
fin de mes, para poder alimentar a los suyos, esos a quienes no pueden atender
aunque desearían hacerlo, creando tensiones en el hogar que luego explotan en
el colegio... Sin ir más lejos, los colegios son caldos de cultivo de acoso
laboral. Sí: ocurre especialmente en esos mismos colegios en los que se
“predica” la maldad del acoso escolar. Es difícil de aceptar, pero me sobran ejemplos.
Tampoco gustará si empiezo a citar casos: nadie quiere ver el vaso medio vacío
porque es desagradable, porque podría despertar el letargo de su conciencia… Porque
queremos educar, pero caemos fácilmente en las peores contradicciones. Nos
convertimos en hipócritas con suma facilidad…
Lo he escrito bastantes veces:
creo que la principal cualidad para educar es aspirar a ser persona en todas
las dimensiones del término. Y para ello hay que esforzarse. Pero eso también
incluye aceptar y afirmar (o al menos no ocultar) la propia imperfección.
Reconocer que siempre aspiraremos a ser persona en todas las dimensiones del
término, pero que jamás completaremos ese proceso. Se lo recuerdo especialmente
a los del vaso medio lleno, a esos que defienden el “pensamiento positivo for
ever”, a esos que de tanto ver sólo lo positivo acaban creyendo que son
perfectos, que todo lo hacen bien, a aquellos que están rodeados de árboles
caídos (o vilmente talados) pero siguen esperando en su optimismo infantiloide
que el bosque crezca, que una “fuerza divina” arregle los problemas, pero sin
mover un dedo, sin bajar a la trinchera…
Por eso acabaré con un último link
que nos lleva a un artículo
de Pérez Reverte. Recomiendo su lectura. Son palabras duras, directas,
lacerantes, descarnadas,… Sin embargo, por muy violento, maleducado o pesimista
que nos parezca, creo que el autor se limita a describir la realidad. Ni más ni
menos. Pero podemos criticar al autor “por el tono que utiliza”. Porque otra de las
consecuencias desastrosas del “pensamiento positivo” consiste en confundir la
“buena educación” con la “bondad moral”. Y cuando “quedar bien” o “no hacer
nada malo” se ha convertido en sinónimo de “ser buena persona”, surge la
principal lacra de esta sociedad descafeinada que hemos creado entre todos. Esa lacra es el otro gran problema, lo que
perpetúa no sólo el acoso escolar, sino toda injusticia existente. Esa lacra es la
indiferencia, mirar hacia otro lado: es el letargo del ser humano acomodado de
occidente. Personalmente, estoy
convencido de que la indiferencia es el mayor mal que existe: es la
deshumanización efectiva del ser humano. Es lo propio del que mira hacia otro
lado para que no le salpique el daño que padecen los demás. Es lo que provoca, entre otras cosas, que el acoso escolar
se perpetúe. Es el maldito silencio de “las personas buenas”, esos que
silencian su conciencia y se excusan porque hay que “ver el vaso medio lleno”... Esa es la verdadera tragedia silenciosa.
Porque la crisis que padece la
educación no es una crisis de la educación, sino que es una crisis profunda de
humanidad que afecta a nuestra sociedad, eso que está formado por cada uno de nosotros... Es una crisis que no se cura con
“tiritas emocionales” ni metodologías innovadoras. Y creo que sólo empezaremos
a salir de esa crisis cuando cada uno de nosotros se atreva a mirarse al espejo
sin miedo a lo que pueda encontrarse… Porque creo que la trinchera donde debemos
luchar para solucionar esa crisis de humanidad que padecemos, tampoco está en
el colegio. Ni siquiera está en el hogar. Sino que está en el único sitio donde
no nos atrevemos a mirar: en el interior de cada uno.
Feliz Navidad.
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