EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

domingo, 17 de diciembre de 2017

La tragedia silenciosa



El título de esta entrada no es original. Lo saqué de un artículo publicado en el periódico. Añado el link porque me parece un tema importante y un buen artículo. Sin embargo, el tema del que pensaba hablar es el acoso escolar. Porque, por más que pongamos el grito en el cielo, por más que lo denunciemos, y por más esfuerzo que pongamos en atender a las víctimas (cosas que debemos hacer), es necesario ir a las causas. Porque es cierto que el acoso escolar es un problema. Pero también considero que el acoso escolar tan sólo es la consecuencia de un problema mucho más profundo. Y si no se ataca a la raíz de un problema, el problema sólo se agrava. Por muy buenas que sean las intenciones que tengamos.

Muchos ámbitos de la educación están “contaminados” con lo que se denomina “pensamiento positivo”. Esta falacia consiste en resaltar sólo lo bueno, sólo lo positivo, sólo lo que nos hace “estar bien conmigo mismo”, lo que podemos destacar como ejemplar,… Con frecuencia, esa actitud lleva a olvidar que lo bueno y lo malo van en el mismo barco. Porque si nos empeñamos en “ver siempre el vaso medio lleno”, acabaremos olvidando algo obvio, la otra cara de la misma moneda: que siempre falta la mitad de agua. Porque en esta vida lo bueno y lo malo van a partes iguales, por muy optimistas que queramos ser. 

Porque los problemas que acarrea el “pensamiento positivo” son muchos. El primero es olvidar la realidad y desvincularse de los problemas reales de nuestra sociedad. Y empezar a poner tiritas para curar heridas que requieren a un cirujano… Pongamos una noticia como ejemplo: el suicidio “en 2015 ya era la primera causa de muerte en adolescentes europeos” (en este artículo). Tras esta inquietante cita, escribiré otra que pertenece al primer artículo que he comentado en esta entrada: “Tenemos que hacer cambios en la vida de nuestros hijos si no queremos que toda una generación de niños acabe estando medicada. Todavía no es demasiado tarde, pero pronto lo será”. Podríamos decirle a los autores de tales artículos que son unos exagerados porque ven el vaso medio vacío: en vez de resaltar lo positivo, sólo se centran en lo negativo, porque “el árbol caído no te deja ver el bosque que está creciendo”... Pero no es una cuestión de optimismo o pesimismo. Y tampoco tiene nada que ver la actitud con la que se vea el asunto. Es una cuestión de realismo: los datos son los que son. Da igual el optimismo con que los miremos. 

Y en este punto uno se puede preguntar qué tiene que ver lo que estoy diciendo con el acoso escolar… Pues bien: creo que el acoso escolar es la consecuencia de la realidad que viven tantos niños y adolescentes en sus hogares. Es la consecuencia de la devastación afectiva que sufren muchos niños. Esa devastación provocada por el déficit de atención que padecen tantos en su casa. O provocada por el otro extremo: el de la sobreprotección. O incluso del “exceso de celo” con que ciertos padres perfeccionistas educan a sus hijos: de esa “sobre estimulación” a la que también ayuda la poco inocente “niñera-pantalla”... 

Tan sólo quiero señalar una vez más que los problemas reales de la educación están en los hogares, no en los colegios. Pero no queremos verlo. Así que el siguiente paso es vender a niños y padres una realidad falsa: hacerles creer que el colegio es como “Disney Channel”. O que el colegio es la verdadera familia de cada niño, donde cada uno es querido incondicionalmente por su profesor. Al menos hasta el curso siguiente y el profesor se encuentra con otros 30 críos... Y es que desde los colegios se puede hacer mucho por cada alumno. Pero quizá la dirección que estamos tomando no sea la correcta. Porque el protagonista de la educación puede ser el niño. Pero los responsables directos son los padres, no los profesores. 

Otro ejemplo: creo que hacer “campañas contra el bullying” o intentar “mentalizar” al alumnado y a la sociedad, está bien. Pero también considero que todo eso no soluciona gran cosa: son esas tiritas con las que pretendemos curar heridas de bala... Porque para arreglar esos problemas hay que arremangarse y lidiar en la trinchera: los discursos no sirven. Porque cuantos más niños y adolescentes se encuentren en un estado afectivo devastado, más acoso escolar habrá. Porque todos seguirán buscando lo que les falta (básicamente cariño auténtico y atención verdadera). Y el problema es que seguirán buscándolo fuera del ámbito natural en el que se debería dar ese cariño y esa atención, que no es otro que la familia. Esa debería ser la trinchera. Pero hemos trasladado esa trinchera a los colegios, y los colegios no pueden sanar esas heridas de guerra. Su batalla es otra.

Porque el problema principal no es ni la “falta de valores en nuestra sociedad”, ni la falta de “educación emocional”. Que también son problemas. Pero de tanto nombrarlos, acabamos señalando a los colegios y desviamos la atención de lo esencial. El problema es más profundo… Es un problema de falta de sentido. Pero también de ausencia de referentes y de referencias. Hemos eliminado el contenido, así que hemos perdido profundidad… Porque nos sobran valores, pero nos faltan principios y convicciones. Nos sobran emociones y sentimientos, pero nos falta mesura, equilibrio y prudencia. Nos sobran metodologías, pero nos faltan ideas y conceptos claros. Porque nos llenamos la boca con la “libertad”, pero no aceptamos ninguna responsabilidad. Porque nos sobran las recetas educativas, pero fallan las relaciones humanas sólidas, profundas y verdaderas. Y resulta que el lugar en el que un ser humano es querido por ser quien es, el lugar donde el ser humano adquiere solidez, no es el colegio, sino que es la familia. Y es allí donde se construyen esas relaciones humanas sólidas, profundas y verdaderas. Es allí donde el ser humano debe hallar su referencia, su referente, el sentido... Es en la familia donde se aprenden las primeras convicciones, donde se asientan los principios. Y luego el niño ya se encargará de poner todo eso en duda. 

Sin embargo seguimos señalando el problema del acoso escolar. Eso conlleva que ponemos el foco en el colegio. Y seguimos desviando la atención de los problemas reales de la educación. Pero no me cansaré de decirlo: el colegio y lo que pasa en el colegio no es el problema principal de la educación. Ni mucho menos. En el colegio sólo se ponen de manifiesto esos problemas que tanto miedo nos da admitir. Porque el problema está en los hogares, pero cuanto más cerca está el problema, con más facilidad le damos la espalda… Así que desviamos la atención.

Y abogo de nuevo por empezar a abandonar “el discurso de la emoción”. Es dañino. Es enfermizo. Es mentiroso. Porque “esta nueva generación tiene cada día más problemas para gestionar la frustración, el fracaso o la ira, porque hemos creído que es mejor endulzar su vida a base de prolepsis que hablarles desde la verdad” (extraído de otro artículo interesante). Porque con tanta emoción y tanta “realidad pasteurizada”, con ese querer ver siempre el vaso medio lleno y pretender que los alumnos vivan en una realidad dulcificada, lo único que logramos es crear niños y niñas incapaces de enfrentarse a ningún problema. Generamos criaturas instaladas en una perpetua inmadurez. Generamos ignorantes afectivos, adolescentes eternos, carne de cañón, niños y niñas que son incapaces de dejar de sufrir. Porque sufren por todo. Porque todo despierta su sensibilidad. Pero no queremos darnos cuenta de que es una sensibilidad enferma y deformada.

Porque los niños y adolescentes son el reflejo de lo que somos los adultos. Nosotros hemos creado a estas generaciones actuales. Nos atrevemos a criticarlas sin piedad pero no nos consideramos culpables de nada… Todos nos quejamos, pero ninguno de nosotros es responsable de nada. Siempre hay alguien a quien echarle la culpa. Qué fácil es señalar. Qué fácil es tranquilizar la propia conciencia… Y ahí están nuestros niños y adolescentes, aprendiendo de nosotros, impregnándose de esas convicciones morales que no tenemos, y que por eso no transmitimos. Porque nos asusta mirarnos al espejo… Pero seguimos tranquilizando nuestra conciencia con el insulso discurso de los “valores”…

Y criticamos con dureza el acoso escolar… Pero en el mundo de los adultos, ese mundo en el que todos nos “rasgamos las vestiduras” cuando se conoce otro caso de “bullying”, existe la misma lacra, la del acoso laboral… Porque aquí añado otro artículo y su cita correspondiente: “Ya en 2014, el profesor de la Universidad de Alcalá, Iñaki Piñuel, aseguraba que "el 'mobbing' había crecido en España un 40% desde el comienzo de la crisis". Y resulta que el acoso laboral es lo mismo que el escolar. La diferencia es que ocurre en el mundo adulto... Muchas veces, las causas del acoso laboral no son tan diferentes a las del acoso escolar. Pero nadie denuncia esa realidad que padecen tantos adultos. Porque tampoco provoca “catarsis” generalizadas en las redes sociales: son casos que no “enternecen” los corazones. El adulto no da lástima. El adulto hecho y derecho no vende ni conmueve. Así que muchos de quienes lo padecen callan ante las humillaciones, abusos, chantajes o amenazas de sus jefes. Sólo lo hacen para poder llegar a fin de mes, para poder alimentar a los suyos, esos a quienes no pueden atender aunque desearían hacerlo, creando tensiones en el hogar que luego explotan en el colegio... Sin ir más lejos, los colegios son caldos de cultivo de acoso laboral. Sí: ocurre especialmente en esos mismos colegios en los que se “predica” la maldad del acoso escolar. Es difícil de aceptar, pero me sobran ejemplos. Tampoco gustará si empiezo a citar casos: nadie quiere ver el vaso medio vacío porque es desagradable, porque podría despertar el letargo de su conciencia… Porque queremos educar, pero caemos fácilmente en las peores contradicciones. Nos convertimos en hipócritas con suma facilidad…

Lo he escrito bastantes veces: creo que la principal cualidad para educar es aspirar a ser persona en todas las dimensiones del término. Y para ello hay que esforzarse. Pero eso también incluye aceptar y afirmar (o al menos no ocultar) la propia imperfección. Reconocer que siempre aspiraremos a ser persona en todas las dimensiones del término, pero que jamás completaremos ese proceso. Se lo recuerdo especialmente a los del vaso medio lleno, a esos que defienden el “pensamiento positivo for ever”, a esos que de tanto ver sólo lo positivo acaban creyendo que son perfectos, que todo lo hacen bien, a aquellos que están rodeados de árboles caídos (o vilmente talados) pero siguen esperando en su optimismo infantiloide que el bosque crezca, que una “fuerza divina” arregle los problemas, pero sin mover un dedo, sin bajar a la trinchera…

Por eso acabaré con un último link que nos lleva a un artículo de Pérez Reverte. Recomiendo su lectura. Son palabras duras, directas, lacerantes, descarnadas,… Sin embargo, por muy violento, maleducado o pesimista que nos parezca, creo que el autor se limita a describir la realidad. Ni más ni menos. Pero podemos criticar al autor “por el tono que utiliza”. Porque otra de las consecuencias desastrosas del “pensamiento positivo” consiste en confundir la “buena educación” con la “bondad moral”. Y cuando “quedar bien” o “no hacer nada malo” se ha convertido en sinónimo de “ser buena persona”, surge la principal lacra de esta sociedad descafeinada que hemos creado entre todos. Esa lacra es el otro gran problema, lo que perpetúa no sólo el acoso escolar, sino toda injusticia existente. Esa lacra es la indiferencia, mirar hacia otro lado: es el letargo del ser humano acomodado de occidente. Personalmente, estoy convencido de que la indiferencia es el mayor mal que existe: es la deshumanización efectiva del ser humano. Es lo propio del que mira hacia otro lado para que no le salpique el daño que padecen los demás. Es lo que provoca, entre otras cosas, que el acoso escolar se perpetúe. Es el maldito silencio de “las personas buenas”, esos que silencian su conciencia y se excusan porque hay que “ver el vaso medio lleno”... Esa es la verdadera tragedia silenciosa. Porque la crisis que padece la educación no es una crisis de la educación, sino que es una crisis profunda de humanidad que afecta a nuestra sociedad, eso que está formado por cada uno de nosotros... Es una crisis que no se cura con “tiritas emocionales” ni metodologías innovadoras. Y creo que sólo empezaremos a salir de esa crisis cuando cada uno de nosotros se atreva a mirarse al espejo sin miedo a lo que pueda encontrarse… Porque creo que la trinchera donde debemos luchar para solucionar esa crisis de humanidad que padecemos, tampoco está en el colegio. Ni siquiera está en el hogar. Sino que está en el único sitio donde no nos atrevemos a mirar: en el interior de cada uno.

Feliz Navidad.



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