EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

sábado, 19 de diciembre de 2015

La verdadera competencia de la “Creatividad”



Tras leer a Federico García Lorca, cuya creatividad nadie pone en duda, he vuelto la mirada a la educación. Resulta que eso de la creatividad es algo más complejo de lo que parece.
Dicen los nuevos gurús de la educación que la creatividad es una de las competencias más importantes para el futuro de nuestros alumnos. Para que los niños sean creativos, básicamente proponen que el niño se exprese con espontaneidad, que no reprima sus emociones, que escoja desde edades tempranas lo que quiera estudiar sin imposiciones o que no ponga límites a su imaginación.
Creo que hay una parte de verdad en todo ello. De lo contrario, tal producto no se vendería tan bien. Sin embargo, si sólo nos quedamos ahí, tendremos un problema. Eso de la espontaneidad es peligroso: si todos expresáramos espontáneamente lo que nos pasa por la cabeza, la convivencia podría ser complicada. Lo de las emociones… Considerando que la ira, por ejemplo, también es una emoción, quizá sea mejor enseñarle al niño a canalizarla. Lo de poder escoger está bien, pero el criterio para decidir lo que a cada uno nos conviene se forma con el tiempo y el conocimiento adquirido. Y creo que el colegio no es lugar para desarrollar aficiones (lo que al niño le atrae), aunque también puede serlo, sino para aprender lo que es valioso. Respecto a la última frase del párrafo anterior, por ejemplo, escribe Lorca: “La imaginación está limitada por la realidad: no se puede imaginar lo que no existe”.
No pretendo entrar en detalles, sino que intento mostrar que la creatividad no es mera “creación espontánea o sin intermediarios”. ¿Existe la inspiración? Opino que sí. Sin embargo, Lorca prosigue: “El estado de inspiración no es el estado conveniente para escribir un poema. (…) El estado de inspiración es un estado de recogimiento, pero no de dinamismo creador”. Porque, para imaginar, antes debo admirarme y contemplar. Luego, pensar (recogimiento) sobre lo que he contemplado. Eso también lo sabían los románticos del siglo XIX, amantes de la figura del “genio creador”. Además, la contemplación que prosigue a la admiración, también es un acto reflexivo.
Contemplo, imagino (es un acto del pensamiento que se inspira en lo contemplado), y luego creo: “La inspiración da la imagen, pero no el vestido. Y para vestirla [a la poesía] hay que observar ecuánimemente y sin apasionamiento la calidad y la sonoridad de la palabra”, dice Lorca. Viene a expresar que, en ese acto creativo de gestar un poema, hay trabajo, no espontaneidad ilimitada o emociones irreprimibles. Pues, lo que expresa el poeta es que, si no domino el lenguaje (en el caso de la poesía), difícilmente podré crear un poema.
¿Qué podemos aprender, por tanto, de un genio tan creativo como Federico García Lorca? Básicamente que, para crear, hay que contemplar, pensar y conocer, por muchos arrebatos de inspiración (muchas veces espontáneos, lo admito) que uno pueda tener, y finalmente trabajar (que requiere esfuerzo). Y ese proceso que nos propone Lorca queda muy lejos de las propuestas pedagógicas de moda acerca de la creatividad.
Siempre me ha gustado más la palabra “originalidad”, de la que no oigo hablar a los gurús pedagógicos. Explica Antoni Gaudí: “La originalidad consiste en el retorno al origen: así pues, original es aquello que vuelve a la simplicidad de las primeras soluciones”. Y hoy podemos hablar de Gaudí como un arquitecto muy creativo. Lo fue porque era original. Era original porque conocía su oficio, pero también porque dedicó tiempo a contemplar la naturaleza, en la que se inspiraba. Más puntos en común con Lorca. Seguro que en la creación de las grandes obras de Bach, Mozart o Beethoven hubo mucha imaginación y momentos de inspiración. Pero, sobre todo, pudieron crearlas porque dominaban la técnica y eran capaces de estructurar las melodías imaginadas. Es decir, sabían y trabajaban.
En resumen: antes de ser creativos, Gaudí, Lorca o los grandes compositores dominaban sus parcelas de conocimiento. Y, para crear sus obras, trabajaron duro. Sí, también había imaginación desbordante (que procede de esa contemplación) e inspiración o espontaneidad, pero no parece que fuesen las principales cualidades de su creatividad. Ahora es cuando toca releer la “receta” de los pedagogos teóricos sobre el aprendizaje de la creatividad (segundo párrafo) y comparar.
Como conclusión, propongo un tema que trataré en otra entrada: creo que el colegio no se tiene que preocupar por fomentar la creatividad,  aunque sí por preservar y potenciar la admiración natural de los niños. Y procurar durante la escolarización que esa admiración se dirija a algunas de las áreas del saber que son valiosas, empezando siempre y sobre todo por la lectura, sabiendo de antemano que no todas las materias le gustarán al niño.

martes, 15 de diciembre de 2015

Un mundo feliz o las promesas utópicas de los nuevos profetas educativos





En el siglo XIX surgieron varios movimientos que Engels denominó “socialismos utópicos”, ya que quería diferenciarlos de su utopía comunista, que él consideraba “científica”. Todos esos movimientos intentaron crear una sociedad perfecta en la que la igualdad acabara con la opresión.
Criticaban la sociedad capitalista y la estructura industrial, y que los patrones (empresarios) considerasen a sus trabajadores como meros números de su cadena de montaje. No les faltaba parte de razón, pero ninguno de aquellos experimentos acabó bien, ni siquiera el pretendido “socialismo científico” de Marx y Engels. Lo curioso  del tema es que hoy se repite el esquema a nivel educativo. Creo que podríamos hablar de “pedagogías utópicas”. De hecho, la crítica de Sir Ken Robinson al sistema educativo se parece peligrosamente a la crítica de aquellos socialistas utópicos. Y, si apuramos, Robert Owen proponía como solución el “socialismo cooperativo”, que me recuerda mucho a lo que ahora se denomina “trabajo cooperativo”.
¿Cuál fue el problema de aquellos bienintencionados hombres? Creo que, básicamente, se equivocaron al considerar dos cosas: 

1)      La bondad del ser humano no depende necesariamente (ni siquiera contingentemente) de un entorno igualitario. Por tanto, la buena convivencia no dependerá tampoco de los métodos, no es eso lo que marca la diferencia.
2)      No existe ni puede existir un mundo perfecto e ideal. O, como decía aquel grafiti, “quien busca el cielo en la tierra, se durmió en clase de geografía”.

Y, esencialmente, se equivocaron al juzgar la realidad desde un solo prisma, que es lo que ocurre con las nuevas “utopías pedagógicas”. También ellas se estrellarán contra la realidad. O, en palabras de Chesterton, “he llegado a la conclusión de que existe una absoluta falacia contemporánea sobre la libertad de las ideas individuales: que tales flores crecen mejor e incluso más grandes en un jardín, y que en pleno campo se marchitan y mueren”.
Entre las lecturas que seleccioné para el verano pasado, un buen amigo me prestó una joya de F.J. Sheed, titulado Sociedad y sensatez. Con un lenguaje sencillo, aporta muchas claves para plantearse a fondo y desde el fondo cuestiones importantes. Creo que a los “pedagogos utópicos” de hoy en día les vendría bien leerlo para no caer en los mismos errores de aquellos “socialistas utópicos”. He aquí un ejemplo:

"Preparar a los hombres para la vida no sólo sin saber lo que es el hombre ni lo que es la vida, sino incluso sin dar importancia a estas cuestiones, en realidad sin habérselas planteado nunca, es la cosa más extraña que se pueda imaginar. Sin embargo, a la gente no le impresiona. El que hasta tal punto deje de extrañarles indica lo poco que se piensa en las cosas más fundamentales". (F.J. Sheed, Sociedad y sensatez, ed. Herder 1963, p. 10)

Pretender crear escuelas donde el objetivo sea que rezume alegría y felicidad por todas partes, es intentar crear un mundo perfecto e ideal que no existe. Pretender que una o varias metodologías sean definitivas para arreglar todos los problemas, equivale a desplazar a las personas a un segundo plano, cuando la persona es precisamente el objetivo prioritario de la educación.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

¿Qué es exactamente la educación?





Como dije en la primera entrada, vamos a intentar contestar a la pregunta. Antes de entrar en la definición del término “educación”, me gustaría aclarar otros dos términos:

1)    Instruir: transmitir a otro conocimiento, habilidades y destrezas, para que los acumule.    
 2) Enseñar: según la RAE, es el sistema o método de dar instrucción. 
 
Ahora ya podemos definir educación sin confundirnos. Según Maritain, educar es “ayudar al hombre a formarse a sí mismo como hombre”. Según Kant, “la educación es un arte cuya pretensión central es la búsqueda de la perfección humana”. O, en palabras de Santo Tomás, todas las artes y todas las ciencias se ordenan a una sola cosa, a saber, la perfección del hombre”. Me gusta también la definición de Erich Fromm: “La educación consiste en ayudar al niño a llevar a la realidad lo mejor de él”. Existen más definiciones, pero todas se orientan a lo mismo o tan sólo concretan algún aspecto: educar es ayudar a una persona a alcanzar la perfección como ser humano. O, reiterando, en palabras de Gregorio Luri: “Como seres humanos nuestro deber no es ser felices, es desarrollar nuestras capacidades más altas”. 
Lo propio de un colegio es la instrucción y la enseñanza, y toda ley de educación buscará (debería hacerlo) que los colegios tengan un sistema de enseñanza, es decir, una forma de instruir, que sea eficiente. ¿A quién le corresponde el acto de educar, es decir, el de procurar la perfección de la persona que se quiere educar?
Los padres de cualquier criatura son quienes deciden traerla al mundo. Por tanto, les corresponde a ellos educar al niño, pues deben inculcarle lo que ellos consideran bueno, bello y verdadero para que se desarrolle. Entonces, buscarán un colegio acorde con sus ideas. Por ese motivo soy partidario de que existan diferentes modelos educativos, pues existen diversas formas de entender al ser humano. Creo que la gran carencia educativa de nuestra época es que muchos niños no tienen referentes en casa (no entro a valorar razones, podéis leer el primer post del blog).
¿Educa el colegio? Su función es enseñar, el colegio no educa. Sin embargo, sí que educan las personas que tratan con el niño en el colegio. Es inevitable, pues para transmitir es necesario el trato humano. Y, del mismo modo, educan al niño todas las personas que, de algún modo, tengan trato con él o una responsabilidad sobre él, directa o indirecta. Y ahora es cuando viene a colación la cita de Aristóteles: “Sólo mediante la relación del individuo con otras personas se puede hacer un hombre: si esta relación es cualificada puede llegar a ser un buen hombre”. 
¿Cuál es la conclusión? Todos educamos, sin embargo, hay grados de responsabilidad. ¿Cuál es el secreto para hacerlo bien? Creo que la respuesta es tan sencilla como compleja: que todos los que pretendemos educar procuremos buscar la perfección de nuestra naturaleza. Si no, será imposible que la comuniquemos. No se trata de “dar ejemplo”, sino de ser coherente. No he podido resistirme a copiar esta cita completa, explica mejor el concepto:

“Educamos por impregnación. El órgano educativo de nuestro hijo es el ojo, no el oído. Y la impregnación es más eficaz cuando no sabemos que estamos educando, cuando nos comportamos espontáneamente, cuando mejor se exhiben nuestras convicciones morales. Si asumimos esto, debemos asumir también que no siempre damos a nuestros hijos ejemplos intachables. Para compensar la diferencia de altura entre nuestros buenos propósitos y nuestra conducta, sólo hay un medio: el amor. Una familia normal es un enorme chollo psicológico, capaz de sobrellevar sus neurosis cotidianas sin demasiadas estridencias”. (El mundo, entrevista a Gregorio Luri, 13/9/2015)

En resumen: lo importante para que la educación sea integral, es que procuremos ser personas en todos los sentidos. Eso sí, cumpliendo nuestra función. Soy profesor y, como tal, debo enseñar mi materia, esa es mi función. ¿Los métodos de enseñanza? Creo que son algo secundario, terciario, o sin importancia. Sólo transmitiré amor por la materia (contribuiré a la perfección de la persona que tengo delante) si amo mi materia y si quiero a esa persona que tengo frente a mí, sea quien sea. Porque si no le quiero, no le transmitiré nada, por mucha pasión que derroche o por muy innovador que sea el método que utilice. Y quererle no es darle un abrazo, ni decirle que es un ser fantástico, sino entregarse por medio de lo que enseñas. Creo que las palabras adecuadas para entender esto último son las de Daniel Pennac. Su libro Mal de escuela siempre ha sido una referencia:

Una sola certeza: la presencia de mis alumnos depende estrechamente de la mía, de mi presencia en la clase entera y en cada individuo en particular, de mi presencia también en mi materia, de mi presencia física, intelectual y mental, durante los cincuenta y cinco minutos que durará mi clase”.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

¿Qué pasa con la educación?







Dicen por ahí que la educación está mal. Y ese es el motivo por el que, cada dos por tres, surge una nueva ley de educación. Porque muchos creen que, si la educación está mal, es que los colegios o la enseñanza están mal.
Me alegra que todavía se asocie la palabra “educación” a los colegios. Sin embargo, esa palabra va asociada a muchas otras realidades. Yo, al menos, la asocio también a las siguientes:
1) Si los primeros y soberanos educadores son los padres y la educación está mal, ¿no será que algo falla en los hogares?
A los profesores se nos niega la autoridad, pero creo que el gran problema es que, antes, se les ha negado a los padres. Muchos no saben cómo educar a sus hijos ni poseen las armas para hacerlo, aunque quieren, y la mayoría carecen de medios para dedicar ese precioso tiempo a sus hijos (la conciliación laboral, por ejemplo). Muchos padres llevan a sus hijos a la guardería desde su más tierna infancia mientras crece en ellos el sentimiento de culpa por no poder ocuparse de ellos. Otros aún no saben que su obligación es educar a sus vástagos, por eso tienen hijos para “auto realizarse” o para exhibirlos como trofeos, y unos pocos aún creen que es el colegio quien debe educarlos. Creo que lo primero que debería tener en cuenta cualquier ley de educación es dar los medios necesarios a los padres para ejercer como tal.
2) Si “educa toda la tribu”, como dice el proverbio, ¿no será que algo falla en la sociedad en la que vivimos?
Nos quejamos de los políticos, pero creo que son sólo el reflejo de nuestra sociedad (eso que está formado por cada uno de nosotros). Una sociedad cuya finalidad es el bienestar, la libertad sin responsabilidades, la inmediatez, el consumismo,…, ¿qué mensaje está transmitiendo cada día los niños que viven en ella? ¿Y queremos inculcarles valores como el esfuerzo, la superación o el conocimiento?
3) El Estado es responsable de la educación de sus ciudadanos. Sin embargo, en lo que se refiere a la práctica educativa, podríamos considerar al Estado como un ente de razón. ¿Por qué se empeña en limitar la autoridad de los padres, en dictar a los profesores lo que es bueno o mejor, o en hacer de la palabra “educación” una bandera política?
4) Si “el problema de la educación es mucho más amplio que el de la instrucción”, como dice Gregorio Luri, ¿no será que algo falla al proponer como solución desde tantos colegios sólo cambios metodológicos? Quizá muchos de los pedagogos teóricos de moda tendrían que plantearse qué es el ser humano y qué es la educación antes de intentar adoctrinarnos sobre cómo instruir.
El colegio no puede llevar el peso de la educación de los niños. Pero, lógicamente, también es un ámbito importante para educar a la persona. Educar es algo mucho más amplio que enseñar destrezas (ahora las llaman competencias). Y me parece que limitarse a inculcar valores, resulta muy pobre para definir lo que es la educación integral de una persona.
Ya intentaremos definir más adelante lo que es la educación. Sin embargo, quizá debemos detenernos y pensar: si la educación está mal, ¿yo que hago para que mejore? Como miembros de la sociedad, todos tenemos nuestra parte de responsabilidad, y ser miembro activo (ciudadano) no se reduce a quejarse cada dos por tres de lo que hacen los demás, aunque sean políticos. Probablemente lo primero que deberíamos hacer es recordar las palabras de Ghandi, “si quieres cambiar al mundo, cámbiate a ti mismo”.