Uno de los métodos que se nos
vende como el “no va más” pedagógico es el que se denomina trabajo cooperativo.
Debo admitir que me interesa conocer nuevos planteamientos, así que hice un
curso intensivo de trabajo cooperativo hace unos años. Luego, intenté ponerlo
en práctica en diferentes situaciones. Aunque lo que más me llamó la atención,
fue que todas las sesiones del curso fueron en formato “clase magistral”... Lo
que explico a continuación es teórico, pero se basa también en la experiencia
en el aula. He aquí mis conclusiones:
1. Hay que admitirlo, que no nos
vendan la moto: lo que se denomina “trabajo cooperativo” no es más que el
clásico “trabajo en equipo”, pero con más matices si cabe. De partida, no es
malo. Lo que me preocupa es cuando se quiere convertir ese trabajo cooperativo
en el eje de funcionamiento de una clase. Básicamente, porque una clase no es
un equipo de fútbol. Un equipo requiere una estrategia conjunta en la que cada
uno juega su papel. Como pequeña sociedad, creo que en una clase también es
conveniente procurar una cierta unidad: de ahí el papel del tutor. Sin embargo,
¿es necesario el trabajo cooperativo para que los niños “se sientan” o “se
consideren” importantes o parte de una clase? La respuesta es no, creo que se
le puede preguntar a cualquier profesor curtido en las aulas.
2. Pero, si nos centramos en lo que es propiamente el aprendizaje, considero
que no es lo mismo pasarse la pelota siguiendo una estrategia que persigue un
fin colectivo (un equipo de fútbol), que aprender tareas que requieren
entendimiento personal y práctica individual. Tras el esfuerzo personal por
aprender, tras haber asimilado ciertos conceptos o conocimientos, y tras una
cierta práctica individual, no es malo juntar a los alumnos en grupos
utilizando las estrategias que se prefieran, ya que pueden reforzar lo
aprendido. Lo que pongo radicalmente en duda es que los niños aprendan
cualquier materia “desde cero” con el mero uso del trabajo cooperativo.
3. Por otro lado, hay actividades
y tareas concretas, bien pautadas por el profesor, en las que el trabajo
cooperativo puede ser efectivo y, además, romper la rutina. Pero no es posible
que sea el eje para aprender una materia. Se suele decir que los niños realizan
el “descubrimiento compartido del conocimiento”. Pero eso es poco realista.
Pues, por ejemplo, para descubrir algo conjuntamente, en primer lugar es
necesario compartir los intereses (y también unos ciertos conocimientos previos):
en un equipo de fútbol, todos quieren jugar, pero en una clase de matemáticas,
no todos están dispuestos a aprender matemáticas. Y tampoco podemos dar por
supuesto que los niños llevan en sí, de forma implícita, las ganas de aprender.
Es muy humano: lo que cuesta esfuerzo no
atrae de partida. ¿Qué los niños están más entretenidos y se lo pasan mejor en
grupos? Sí. Pero que realmente aprendan, ya es otra historia.
4. Porque es entonces cuando se
da la desigualdad (que es lo que pretende paliar el método). En la práctica,
los alumnos que no se esfuerzan -no tiene nada que ver con las notas, hablo de
los que no se esfuerzan- se aprovechan del trabajo de quienes sí se esfuerzan,
provocando más trabajo (y desmotivación) para los que trabajan y quieren
aprender. Porque el alumno que quiere hacer las cosas bien, en la práctica
acaba supliendo las carencias del que no tiene ningún interés. Éstos últimos,
suelen quedarse en el mismo punto en el que empezaron y se convierten en
sanguijuelas para los primeros.
5.
Finalmente, no he leído una sola razón referida a la instrucción o al
aprendizaje para justificar el trabajo cooperativo. Las razones suelen ser
sociológicas, referidas tan sólo a lograr ese pretendido “igualitarismo” que se
ha convertido en un dogma educativo: que nadie se sienta discriminado, que se
comparta el conocimiento, que nadie quede rezagado, que el alumno se socialice
y acepte a los demás, que sea protagonista de su educación, que aprenda los
valores democráticos, que todos participen, etcétera.
Y, lo siento,
tampoco hay evidencias de que el método mejore rendimientos o resultados… Pues
otra respuesta que suelen dar sus defensores es que, “si el método funciona mal
o no da los resultados esperados, probablemente no se ha aplicado
correctamente”. Hace poco, por ejemplo,
Gregorio Luri citaba en su blog:
"La reiterada afirmación de que los
niños deben descubrir por sí mismos el conocimiento no está respaldada por
estudios científicos; por el contrario, los estudios indican que el aprendizaje
requiere instrucción.”.
Mi conclusión:
puntualmente el trabajo cooperativo es un método del que se puede sacar
partido, pero dudo mucho que pueda convertirse en el eje de funcionamiento de
una clase. El trabajo cooperativo, como todo método y por mucho que se venda
como una panacea, no es más que un medio. Hay quien puede sacarle mucho jugo, y
quien, por más que lo utilice, no llegará a lograr nada. Básicamente porque en
la enseñanza siguen sin existir las “recetas mágicas”, tan sólo existen los
buenos y los malos docentes, y luego esa mayoría que, a pesar de todo, sólo
intentamos hacer nuestro trabajo lo mejor posible.
Me parece todo un argumentario razonado y coherente.Con una conclusión final razonada y entendible para los no relacionados con la educación.
ResponderEliminarGracias a lo que vas comentando, hago lo posible para que los artículos sean más inteligibles para todos.
EliminarLa realidad de un aula no cabe en ninguna teoría. Cada grupo de alumnos es un mundo. Tercero A es diferente de Tercero B, etc. Son las condiciones efectivas del grupo de alumnos las que nos orientan sobre la metodología adecuada en cada caso. No al revés. Por eso es importante el profesor.
ResponderEliminarGracias, totalmente de acuerdo. Conocer métodos te aporta recursos. Y es el profesor, en cada situación concreta, quien decide el recurso adecuado (sabiendo que puede equivocarse y aceptando su responsabilidad cuando se equivoca), pues es él quien conoce a la clase. Y, cuanta más experiencia posee, más acertada suele ser la solución. Por eso no entiendo que tantos colegios pretendan "unificar" métodos e intenten "embutir" a alumnos y a profesores en ellos sin contar con la opinión de estos últimos, que son quienes están en la "trinchera".
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