Los padres son los primeros y
soberanos educadores de sus hijos. Y olvidamos con frecuencia esta realidad. Porque
creo que la mayoría de los actuales problemas de la educación nacen en el seno
de las familias, no en los colegios. En el colegio, tan sólo se ponen de
manifiesto. Como tutor en 1º de ESO, he oído a bastantes padres decir: “¡Mi
hijo es maravilloso!”. Una afirmación muy común es que “mi hijo es muy
sensible”… Sin embargo, como tutor en 4º de ESO, he recibido a no pocos padres
con un discurso muy distinto: “Ya no sé qué hacer con mi hijo…”. El motivo no
suelen ser las notas, aunque muchas veces también están presentes. ¿Qué ha
ocurrido entre 1º y 4º de Secundaria? ¿Han sufrido las pobres criaturas el
síndrome de la ESO? Ciertamente, no. El problema siempre está antes, mucho
antes de 4º de ESO. Pero creo que también está antes de 1º de ESO. De hecho, el
problema no es la ESO ni está en el colegio. Y creo que ese tipo de problema
tampoco se llama “adolescencia”.
Pongamos un ejemplo. Casi todos
los padres con quienes he tratado quieren lo mejor para sus hijos. Sin embargo,
muchos no están seguros de qué es lo mejor para sus hijos. Si preguntáramos a
la madre de un chico de once años por qué su hijo tiene un móvil de última
generación, esta es una de las respuestas posibles: “¡Es que le hacía tanta ilusión!, todos sus amigos tienen uno…” Es
evidente que esa madre quiere a su hijo. Sin embargo, si ese es su principal
motivo, acaba de poner en las manos del niño una dificultad para su educación.
Porque es probable que ni mamá ni papá se planteen estar pendientes del uso que
su hijo hace del móvil. Tampoco se han planteado si tiene la suficiente madurez
como para hacer un uso responsable. Pero como es su hijo, no pensarán mal y
confiarán en él. Así que la inocente criatura lo usará para todo menos para
llamar a mamá cuando tenga un problema. A papá sí que le llamará cuando acabe
el entreno, porque se puede constipar si espera mucho rato. El niño empezará a
enviar WattsApps a todo el mundo, incluyendo fotos y videos sin ningún criterio.
Creará una cuenta de facebook y dará entrada en su vida a todo el que se lo
pida. En poco tiempo, su principal preocupación será estar pendiente los “likes”
en su cuenta de instagram. Colgará sus fotos “casual” porque así “lo peta” y se
hace popular. También pasará la noche y parte del día jugando al Clash of Clans,
y eso porque se cansará enseguida del Angry Birds. Más adelante, ya se
descargará otros juegos, todos on-line para que su vida social no se resienta. Le
reiremos todos los videos de youtube que nos enseñe, porque hay algunos que “lo
flipas” y hay que hacer caso al niño. Cuando mamá le llame para cenar, el niño
hará esperar a toda la familia porque estará inmerso en una conversación con el
móvil o controlando lo que ocurre en su aldea. Si el niño tiene ordenador o
consola en su habitación, sencillamente bajará a cenar cuando le dé la santa
gana, si no hay una bronca por medio, claro. Y lo de la hora de ir a dormir… Lo
disculparemos todo diciendo que es un nativo digital, lo propio de hoy en día.
Y mamá pensará: “Al menos está en casa controlado y no sale con malas
compañías”.
Creo que esa mamá
bienintencionada carece de información, pues la presión del ambiente es
tremenda. Por eso ella se queda sin autoridad ante cosas que desconoce. Pero
también le falta formación. Por un lado, quiere algo legítimo: que el niño sea
feliz. Por otro lado, probablemente se olvida de que para que el niño sea
feliz, hay que educarlo, no limitarse a hacerle la vida agradable.
Porque, a medida que el niño avance
en la ESO, la madre se acercará con mayor frecuencia al colegio, alarmada porque
su hijo no le obedece o porque las notas del niño empezarán a bajar (tarde o
temprano ocurrirá). Entonces, no creo que entienda que uno de los problemas (creo
que no el principal ni el más profundo) es el uso descontrolado del móvil que un
día mamá puso en las manos de su hijo. Posiblemente, en el colegio se centren
en el problema del móvil y se limiten a darle “la receta”: poned límites al uso
del aparato. Pero, por más normas que intentan poner los padres cuando las
cosas se han descontrolado y el niño se niega una y otra vez a renunciar al
aparato, más se desgastan los padres y más se distancia de ellos el hijo. A lo
mejor los padres intentan dialogar con su hijo. Pero el niño, aunque alcance a comprender
el discurso de sus progenitores, ya no tiene fuerza de voluntad para adecuar su
vida virtual a las obligaciones del día a día. No creo que a los padres se les
ocurra dejar de pagar la cuota mensual del móvil de su hijo: podrían ser
acusados de dictadores, retrógrados o poco comprensivos. Así que, como el
diálogo y poner límites no arregla el problema, probablemente la culpa de todo
se deba a otra cosa. Por ejemplo, a la cantidad de deberes que agobian al niño,
a que la escuela no comprende al chaval, o a “ese profesor” tradicional y
arcaico que es exigente, pues ese tipo de cosas no motivan al niño. Quizá se le
diagnostique un TDHA que lo explique todo y la culpa, por tanto, sea que el
colegio no lo ha sabido ver a tiempo. Sin embargo, una vez diagnosticado y
preparado el “currículum personalizado” de cara a la galería, tampoco mejorará la
situación.
Pero no es un caso aislado, pues
no dejan de aumentar ese tipo de problemas en el colegio y muchos padres no
dejan de presionar en busca de ayuda y soluciones. Entonces, a los directivos
del colegio se les iluminará una neurona y serán bendecidos por una epifanía
tras escuchar a Richard Gerver: el problema es que no nos adecuamos a nuestros
alumnos. Así que promoverán en el colegio que el móvil sea un “método
pedagógico”. Pero esa medida no será bien recibida por el claustro, pues los
profesores “se han acomodado” y no se mueven de su “zona de confort”. Será
entonces cuando sir Ken Robinson se les aparezca en sueños y les muestre el
camino definitivo: el verdadero problema educativo de todos los niños y de ese
niño en particular, es que el colegio no responde a sus necesidades, pues el
modelo de escuela está obsoleto, ¡hay que cambiar el paradigma! Así que, a
marchas forzadas y sin contar con esa panda de profesores tradicionalistas, se
ampliará el uso de las TIC para motivar a los alumnos, se digitalizarán los
materiales para acceder a ellos también desde el móvil y se acabará introduciendo
el ipad en las aulas, pues todo el material será digital y se necesitará un
soporte… Gracias a la insistencia en las competencias tecnológicas y digitales,
el niño se sentirá como en casa, querido y comprendido. Pero, sobre todo, conectado,
como buen nativo digital. Además, todos empezarán a trabajar por proyectos, en
cooperativo, cada niño será atendido según su peculiar “inteligencia”, todos
estarán centraditos en sus intereses y compartiendo el conocimiento. Y también eliminarán
las calificaciones numéricas. Como máximo, habrá rúbricas muy elaboradas, con
frases hechas y todas muy empáticas, por lo que nunca más se traumatizará nadie.
El niño no acabará el bachillerato, pero será feliz, pues en el colegio
finalmente cambiará el paradigma. Por supuesto, el niño triunfará, porque para
eso sólo es necesaria la autoestima que el colegio ha potenciado. Y se convertirá
en un youtuber rico y famoso, aportando a la sociedad su granito de arena: unas
galletas rellenas de dentífrico. Y algún día nos mostrará a todos su sabiduría
en una charla TED, y le aplaudiremos y retwitearemos viralmente por ayudarnos a
ver la luz. Y así, los padres del niño volverán a sonreír gracias a la magia de
la educación... Lo sé, es el cuento de la lechera en versión optimista,
empática y con final feliz. Pero es la historia de la facilidad con la que
perdemos de vista los problemas reales de la educación, erramos los
diagnósticos y acabamos construyendo pedagogías utópicas.
Así es como muchos colegios se
arrogan el derecho de sustituir a los padres. Pues muchos padres, sin ser conscientes,
acaban delegando en ellos toda responsabilidad o criterio. Continuamente
exigimos a los profesores la tarea descomunal de convertirse en principales
educadores de los niños, supliendo muchas veces las cosas que los niños
tendrían que aprender en casa. Pero, si queremos mejorar la educación, ha
llegado el momento de recordar que los padres son los primeros educadores. Los
profesores tendríamos que poder apoyarnos en la autoridad de los padres, que
son quienes depositan la confianza en nosotros. Creo que sólo de ese modo los
padres podrán apoyarse en la labor de los profesores.
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