EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

martes, 18 de julio de 2017

Una base sólida de conocimiento...



Hace un tiempo, se consideraba que el colegio debía ofrecer a los alumnos una “base sólida de conocimiento”. Esa expresión no se refería a las matemáticas ni a las ciencias experimentales, sino esencialmente al aspecto cultural. Si una persona no conoce a fondo su cultura (historia, arte, literatura, pensamiento,…), es probable que no entienda el presente o no tenga criterio para discernir lo que dicen unos u otros, sean políticos, economistas, o sencillamente pedagogos.

Pero las humanidades están desprestigiadas. En un mundo utilitarista, algo que no tiene sentido de utilidad es una pérdida de tiempo. “¿Para qué me sirve…?”, es la pregunta típica de los alumnos adolescentes. Lo que me sorprende es oírsela decir a ciertos adultos, especialmente a muchos que se dedican a la educación. Porque, aunque sea cierto que las humanidades no nos ayudarán necesariamente a encontrar trabajo ni a ganar más dinero, también es cierto que son lo que más puede ayudarnos a entendernos y a comprender el mundo en el que vivimos.

La ventaja de leer a Chesterton, es que siempre da en el clavo antes de que encuentres el martillo. Explica el autor inglés, por ejemplo, que conocer la historia es como contemplar el mundo desde lo alto de una montaña. Si estamos en la llanura, es decir, si no conocemos la historia o la cultura propia, no veremos más que nuestro entorno social, nuestra realidad más cercana, y eso supone un empobrecimiento personal. Sin historia, es imposible discernir el rumbo hacia el que nos dirigimos, resulta imposible tener espíritu crítico. Ese anhelado “espíritu crítico”... Según parece, hemos asumido la idea de que, para que el niño sea crítico, debemos dejar que aprenda lo que le apetezca. ¿Y si no le apetece ni siquiera aprender?

Frente a esa “base sólida de conocimiento”, resulta que no pocos gurús actuales de la educación afirman taxativamente que “la escuela ya no puede enseñar certezas”. Si intentásemos profundizar un poco en las certezas que ya no debemos enseñar, resulta que nadie las nombra, porque ni siquiera creo que sepan de qué están hablando. De hecho, confunden y sustituyen la palabra “verdades” por la palabra “certezas”: existen muchas verdades de las que no tengo certeza.
Aunque es cierto que el estudio de la historia puede ser muy subjetivo, sabemos que personajes como Cicerón, Julio César, Carlomagno, Napoleón, Bismarck o Ghandi han existido. Podemos poner en duda incluso su existencia, pero no que muchos han hablado de ellos como personajes reales. Si lo que hicieron estuvo mal o bien, ya lo discutiremos subjetivamente adentrándonos en el periodo en el que vivieron. De hecho, está bien pensarlo, eso nos da criterio. Pero antes, para alcanzar ese “espíritu crítico”, creo que es necesario saber quiénes eran, qué hicieron, cómo lo hicieron o por qué lo hicieron. Platón dejó muchos escritos, como Descartes, Kant o Heidegger. Quizá no compartamos sus puntos de vista, su forma de pensar o sus puntos de partida, pero no podemos negar que han influido en nuestra forma de ver el mundo. Acerquémonos a las pinturas de Rafael, Miguel Ángel, Velázquez, Goya o Picasso. Que están ahí, es una certeza. Que muchas poseen un sentido más allá del lienzo, es una obviedad. Respecto a las grandes obras de la literatura... Pero es que, si pensamos en las matemáticas, 2+2=4. O, por muy subjetivamente que vivamos la experiencia temporal, una hora son sesenta minutos para todo el mundo, sin distinción de sexo, raza, cultura o religión,... Volvamos a la pregunta inicial: ¿cuáles son las certezas que ya no podemos enseñar en el colegio? Si negamos la realidad y decimos que cada uno debe construir su propia realidad, es cierto, nada merece la pena ser enseñado...
Lo sé, la expresión “base sólida de conocimiento” va ligada a la expresión “unidad de conocimiento”. Y, en un mundo en el que todo es “diversidad”, la palabra “unidad” resulta cuanto menos sospechosa. A la unidad podemos contraponer el multiculturalismo, la diversidad, las inteligencias múltiples, la multiplicidad de sistemas, los diferentes “estilos de aprendizaje”, o la multitarea. En el fondo, vivimos inmersos en un mundo que idolatra la dispersión. Y más que en "lo líquido", como muestra la foto, creo que ya estamos en "lo gaseoso", como dice Alberto Royo.
Vivimos en una cultura. Esa cultura tiene su historia, su arte y su literatura, su tradición, sus cimientos... Serán mejores o peores, ya lo discutiremos cuando la conozcamos bien. Y sólo entonces, cuando hayamos adquirido esa base sólida de conocimiento, estaremos en disposición de criticarla y, por tanto, de mejorarla. Pero no sé si alguien se atrevería a negarlo: nuestra cultura (filosofía, historia, literatura, arte,…) es lo que nos ha convertido en lo que somos. Conocerla nos ayuda a conocernos. Quizá no tenga utilidad inmediata, pero su valor es incalculable. Y creo que enseñarla (transmitirla) es el mejor legado que podemos ofrecer a nuestros alumnos.

martes, 4 de julio de 2017

¿Personalizar el aprendizaje?



Muchas de las denominadas nuevas pedagogías insisten en lograr la “personalización de los aprendizajes”. Esa idea consiste en atender personalmente las peculiaridades de cada alumno en lo referente a su instrucción. Para conseguirlo, se nos ofrecen muchos métodos y teorías, y la mayoría defienden que el niño se centre en sus intereses para que él, por sí mismo, “construya su propio conocimiento”. El profesor se convierte de ese modo tan sólo en un guía o en un mero motivador.

Pero en ese planteamiento se ponen de manifiesto varios problemas evidentes:

1. El primer problema es simplemente la falta de recursos. Un profesor de secundaria da clase a unos treinta alumnos por aula, y suele entrar tres o cuatro horas a la semana en cada aula. Teniendo en cuenta que el profesor atiende a muchos más alumnos, en otras aulas y asignaturas, matemáticamente no tiene tiempo para atender a esa personalización del aprendizaje. Con los medios actuales, lograrlo es una quimera, por más voluntad que ponga el mejor de los docentes. Tal y como están las cosas, no se le puede exigir a ningún profesor prestar atención personalizada al aprendizaje de cada niño ni adaptar el “curriculum” a las peculiaridades de cada niño. Y lo de atender los intereses particulares de cada alumno, ya  me parece ciencia ficción.

2. Usar uno o varios métodos en los que se pretende que el niño construya de manera autónoma su conocimiento, como la enseñanza basada en proyectos, no equivale a “personalizar” su proceso de aprendizaje. Porque sólo puede personalizarse el aprendizaje cuando se da esa atención personal o se adecua el aprendizaje a las necesidades reales y objetivas de cada alumno. Quizá esos métodos conduzcan a la “autonomía” del aprendizaje, pero a nada más. Además, está la confusión en los términos: “individualizar” el aprendizaje por medio de esa autonomía no equivale a “personalizar” ese aprendizaje. Aceptar el planteamiento de que cada niño puede construir de manera autónoma el conocimiento equivale a dar por supuesta una premisa falsa: que el niño lleva en sí mismo todo lo necesario para adquirir conocimiento y educarse, y no precisa de ningún tipo de ayuda externa. Se trata de la clásica utopía de Rousseau que tanto daño ha hecho a la educación. 

Por otro lado, la “autonomía del aprendizaje” por medio del método puede ser útil a los niños que reciben en su casa mucha atención. Pero devalúa la enseñanza de aquellos que tienen mayor necesidad.

3. Se suele decir que la tecnología es el mejor medio para lograr esa la personalización. Por ejemplo, se dice que un ipad por niño ayuda a personalizar el aprendizaje. Sin embargo, un ipad, y siendo generosos en la apreciación, tan sólo individualiza el proceso de instrucción, pero no el aprendizaje: el profesor vuelca en el ipad el material y el niño “aprende” de manera autónoma con su dispositivo. Es el mismo error que he comentado en el punto anterior: confundir autonomía con personalización. Pero personalizar es otra cosa: la interacción del niño con Google, Youtube, Didakids o iTunes, no tiene nada que ver con personalizar su instrucción. Como máximo, la digitaliza. 

Ojalá los colegios tuvieran más medios y se pudieran dedicar más esfuerzos a personalizar, en la medida de lo posible, los aprendizajes. Porque pretender esa personalización me parece una idea buena, ideal. Pero lo que se nos vende hoy en día, ese “nuevo paradigma”, no es una personalización de los aprendizajes. De ningún modo.

Otra cosa diferente a la “personalización de los aprendizajes”, es lo que se denomina “educación personalizada”. Hay colegios que venden una “educación personalizada” y ofrecen para lograrlo esos métodos que persiguen una “personalización de los aprendizajes”. Lo que ocurre es que mezclan y confunden los conceptos. Para entender mejor que la “educación personalizada” no equivale a “individualizar” o “personalizar” los aprendizajes, creo que es necesario diferenciar entre “educación” e “instrucción”. “Personalizar los aprendizajes” se refiere a la instrucción. La educación personalizada es otra cosa. Y para aclarar los términos, remito a los lectores a esta entrada o bien a esta otra entrada, publicadas en el blog. Creo que todo buen profesor ha procurado y procura siempre, en la medida de lo posible, preocuparse por cada alumno en particular y tener en cuenta su realidad personal, algo que no implica personalizar cada uno de los curriculums. Aunque cada docente, con los medios que posee, llega hasta donde puede.

La conclusión es simple: sólo podemos hablar de personalización cuando se procura el trato personal entre maestro y alumno y se atienden las necesidades del alumno en su instrucción, no sus intereses. Y siempre teniendo en cuenta que aquello que los une como maestro y alumno es la materia, donde uno la imparte, y el otro la aprende. Una “clase particular”, por ejemplo, posiblemente sea el medio más adecuado para lograr una “personalización de los aprendizajes”. Ningún método, por sí mismo, puede lograr ninguna personalización. Eso tampoco lo consigue ninguna teoría, ningún aparato electrónico, ningún sistema y ninguna institución por sí misma. Creo que depende esencialmente de la disposición y voluntad de cada profesor y de los medios de que disponga para lograrlo.