Uno de los
grandes argumentos que esgrimen los gurús de las extrañas pedagogías que nos
invaden, es el siguiente: el mundo y la sociedad han cambiado, y están en
continuo cambio. Por ese motivo, también hay que cambiar el paradigma
educativo, ya que debemos adecuarnos a los nuevos tiempos.
Quizá sea
necesario analizar si el cambio social ha sido a mejor o a peor, pues no todo
cambio, por el mero hecho de serlo, es bueno en sí mismo. Sin embargo, no es
eso lo que me planteo cuando escucho o leo el “argumento del cambio perpetuo”
aplicado a la educación, sino lo siguiente: de acuerdo, es cierto, la sociedad y el mundo en el que
vivimos, han cambiado. Pero el ser humano, ¿sigue siendo esencialmente el mismo
o también ha cambiado? Hoy, en
pleno siglo XXI, puedo tomar entre mis manos obras tan dispares como la Iliada, Antígona, Las confesiones,
Hamlet, Frankenstein, o La
metamorfosis, tan distantes en el tiempo entre ellas como para nosotros, y
todas podrán decirme algo. Puedo aprender de ellas, ver reflejados modelos que
hoy en día se repiten como si retrocediera en el tiempo. Y puedo verme a mí
mismo reflejado en diferentes personajes. Releo un soneto de Quevedo, luego
otro de Lope de Vega, los versos de Jorge Manrique, de Machado, de Miguel
Hernández. El tiempo se detiene. Y descubro que a mí, en pleno siglo XXI, me
ocurre exactamente lo mismo que a ellos.
Sin embargo, dicen también ciertos
gurús que hay que adecuar la educación a ese futuro cambiante, aunque no
tengamos la más remota idea de cómo será. Escribía C.S. Lewis, en una de las Cartas
del diablo a su sobrino: “Les
hemos enseñado [a los hombres] a
pensar en el futuro como una tierra prometida que alcanzan los héroes
privilegiados, no como algo que alcanza todo el mundo al ritmo de sesenta
minutos por hora, haga lo que haga, sea quien sea”. C.S. Lewis, ya alertaba
de la actitud de ciertos pedagogos actuales (aunque no se refiriese a ellos) en
la misma misiva: “Si podemos mantener a
los hombres preguntándose: "¿Está de acuerdo con la tendencia general de
nuestra época? ¿Es progresista o reaccionario? ¿Es éste el curso de la
Historia?", olvidarán las preguntas relevantes”.
Vayamos
pues a la raíz del problema, planteémonos las preguntas relevantes, y dejemos
de implementar métodos estrafalarios con la excusa de que “hoy los niños
aprenden de forma muy diferente”. La sociedad ha cambiado, es cierto, pero el
ser humano no ha variado ostensiblemente. No es necesario remitirse a los
fósiles, basta con releer Antígona
para comprobar que nuestros problemas y planteamientos morales siguen siendo
esencialmente los mismos. Una cosa es innovar sin perder de vista el objetivo,
creo que es bueno y todos tendríamos que estar dispuestos a ello. Otra muy distinta,
es pretender dar un vuelco a todo el sistema educativo basándonos en una
falacia. Ocurre, como decía de nuevo C.S. Lewis en su artículo Calidad
de miembros, que “en toda
actividad humana los medios tienden de manera fatal a invadir los fines que
están destinados a servir”. Y el fin último de la educación sigue siendo el
ser humano, ese ser que, esencialmente, no ha cambiado.