Hace un tiempo, se consideraba
que el colegio debía ofrecer a los alumnos una “base sólida de conocimiento”.
Esa expresión no se refería a las matemáticas ni a las ciencias experimentales,
sino esencialmente al aspecto cultural. Si una persona no conoce a fondo su
cultura (historia, arte, literatura, pensamiento,…), es probable que no
entienda el presente o no tenga criterio para discernir lo que dicen unos u
otros, sean políticos, economistas, o sencillamente pedagogos.
Pero las humanidades están
desprestigiadas. En un mundo utilitarista, algo que no tiene sentido de
utilidad es una pérdida de tiempo. “¿Para qué me sirve…?”, es la pregunta
típica de los alumnos adolescentes. Lo que me sorprende es oírsela decir a
ciertos adultos, especialmente a muchos que se dedican a la educación. Porque,
aunque sea cierto que las humanidades no nos ayudarán necesariamente a
encontrar trabajo ni a ganar más dinero, también es cierto que son lo que más
puede ayudarnos a entendernos y a comprender el mundo en el que vivimos.
La ventaja de leer a Chesterton,
es que siempre da en el clavo antes de que encuentres el martillo. Explica el
autor inglés, por ejemplo, que conocer la historia es como contemplar el mundo
desde lo alto de una montaña. Si estamos en la llanura, es decir, si no
conocemos la historia o la cultura propia, no veremos más que nuestro entorno
social, nuestra realidad más cercana, y eso supone un empobrecimiento personal.
Sin historia, es imposible discernir el rumbo hacia el que nos dirigimos,
resulta imposible tener espíritu crítico. Ese anhelado “espíritu crítico”...
Según parece, hemos asumido la idea de que, para que el niño sea crítico,
debemos dejar que aprenda lo que le apetezca. ¿Y si no le apetece ni siquiera
aprender?
Frente a esa
“base sólida de conocimiento”, resulta que no pocos gurús actuales de la
educación afirman taxativamente que “la
escuela ya no puede enseñar certezas”. Si intentásemos profundizar un poco
en las certezas que ya no debemos enseñar, resulta que nadie las nombra, porque
ni siquiera creo que sepan de qué están hablando. De hecho, confunden y
sustituyen la palabra “verdades” por la palabra “certezas”: existen muchas
verdades de las que no tengo certeza.
Aunque es
cierto que el estudio de la historia puede ser muy subjetivo, sabemos que
personajes como Cicerón, Julio César, Carlomagno, Napoleón, Bismarck o Ghandi han
existido. Podemos poner en duda incluso su existencia, pero no que muchos han
hablado de ellos como personajes reales. Si lo que hicieron estuvo mal o bien,
ya lo discutiremos subjetivamente adentrándonos en el periodo en el que
vivieron. De hecho, está bien pensarlo, eso nos da criterio. Pero antes, para
alcanzar ese “espíritu crítico”, creo que es necesario saber quiénes eran, qué
hicieron, cómo lo hicieron o por qué lo hicieron. Platón dejó muchos escritos,
como Descartes, Kant o Heidegger. Quizá no compartamos sus puntos de vista, su
forma de pensar o sus puntos de partida, pero no podemos negar que han influido
en nuestra forma de ver el mundo. Acerquémonos a las pinturas de Rafael, Miguel
Ángel, Velázquez, Goya o Picasso. Que están ahí, es una certeza. Que muchas
poseen un sentido más allá del lienzo, es una obviedad. Respecto a las grandes
obras de la literatura... Pero es que, si pensamos en las matemáticas, 2+2=4. O,
por muy subjetivamente que vivamos la experiencia temporal, una hora son
sesenta minutos para todo el mundo, sin distinción de sexo, raza, cultura o
religión,... Volvamos a la pregunta inicial: ¿cuáles son las certezas que ya no
podemos enseñar en el colegio? Si negamos la realidad y decimos que cada uno
debe construir su propia realidad, es cierto, nada merece la pena ser enseñado...
Lo sé, la expresión
“base sólida de conocimiento” va ligada a la expresión “unidad de conocimiento”.
Y, en un mundo en el que todo es “diversidad”, la palabra “unidad” resulta
cuanto menos sospechosa. A la unidad podemos contraponer el multiculturalismo,
la diversidad, las inteligencias múltiples, la multiplicidad de sistemas, los diferentes
“estilos de aprendizaje”, o la multitarea. En el fondo, vivimos inmersos en un
mundo que idolatra la dispersión. Y más que en "lo líquido", como muestra la foto, creo que ya estamos en "lo gaseoso", como dice Alberto Royo.
Vivimos en una cultura. Esa cultura tiene
su historia, su arte y su literatura, su tradición, sus cimientos... Serán
mejores o peores, ya lo discutiremos cuando la conozcamos bien. Y sólo entonces,
cuando hayamos adquirido esa base sólida de conocimiento, estaremos en
disposición de criticarla y, por tanto, de mejorarla. Pero no sé si alguien se
atrevería a negarlo: nuestra cultura (filosofía, historia, literatura, arte,…)
es lo que nos ha convertido en lo que somos. Conocerla nos ayuda a conocernos. Quizá
no tenga utilidad inmediata, pero su valor es incalculable. Y creo que
enseñarla (transmitirla) es el mejor legado que podemos ofrecer a nuestros
alumnos.
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