Hay quienes discuten si la
pedagogía es una ciencia o no. Yo me posiciono a favor del sí. Por un simple
motivo: si reclamo resultados y evidencias cuando me intentan vender un método
pedagógico, le estoy reclamando a esa pedagogía algo que sólo el resultado de
un estudio científico me puede ofrecer. Le estoy reclamando resultados y
evidencias… Y si considero que la pedagogía es una ciencia, a todo aquel que no
muestre evidencias, resultados o argumentaciones lógicas y sólidas, puedo
decirle que hace de la pedagogía una pseudo ciencia, algo que no podría afirmar
si antes no la considerase ciencia…
La palabra “ciencia” implica que
existe un “objeto de estudio” cuyo fin es ser conocido en sus causas y por sus
causas. Así que, al hablar de la pedagogía como ciencia, el principal enemigo
de la pedagogía (como de cualquier ciencia) es la ignorancia (y no las
“emociones negativas”, por ejemplo…). Y tampoco podemos dejar de lado que, en
la búsqueda de ese saber, hay verdades y falsedades. Y las verdades se sustentan
en evidencias, resultados, argumentaciones sólidas,…
Sigo pensando que la enseñanza y,
sobre todo, la educación, es una cuestión esencialmente de personas, no de
métodos. Y creo que esa realidad está por encima de cualquier método. Así que
pocas veces le he dado especial importancia a los métodos, es decir, a la
pedagogía como ciencia. Sin embargo, llegados a este punto no nos queda más
remedio que afirmar que existen métodos fraudulentos. Puesto que la mayoría de
las cuestiones jamás son absolutas, es necesario decir que ciertos métodos
pueden ser aplicables en determinados contextos, pero no en otros. Es decir: algunos
no son universales. No es este el objetivo de este artículo, así que no me
extenderé. En todo caso, vayamos a lo esencial: muchos métodos se basan en
afirmaciones pseudo científicas o reduccionistas. Creo que así son la mayoría
de los que se venden hoy en día. Y curiosamente, muchos de esos métodos
fraudulentos se nos presentan con el “aval de la ciencia”. Últimamente, se
apela a la neurociencia, incluso para intentar vendernos neuromitos, los mismos
de siempre, como verdaderos…
Todo lo dicho hasta ahora tiene
muchas implicaciones. La primera: creo que aplicar un método fraudulento no
convierte a nadie en mal profesor. Es más, creo que un buen profesor puede lograr
enseñar mediante un método fraudulento. Pues sigo convencido de que quien
transmite es el profesor, no el método. Pero sí me gustaría incidir en que lo
más lógico es que un método fraudulento es susceptible de dañar al aprendizaje
de los alumnos. E incluso a los alumnos como personas, independientemente de
las buenas intenciones de quien lo use... Y a ciertas edades, el daño puede ser
difícilmente reparable.
Por otro lado, creo que usar o
haber usado uno o varios métodos pedagógicos fraudulentos tampoco convierte a
nadie en mala persona. Pero me gustaría incidir en la responsabilidad personal
(y moral) de los profesores al usar o defender un método, pues somos quienes
usamos los métodos. Y, sobre todo, en la responsabilidad de quienes los
promueven, ya sean gurús o directivos de colegio, cuya responsabilidad es
inmensa. Porque todos podemos equivocarnos o dejarnos llevar por lo que brilla.
Pero si se descubre y se denuncia la falsedad de un método y un colegio se da
cuenta de que se había equivocado, sólo se me ocurre una posible actuación: Dar
la cara, informar con claridad, rectificar y no tener miedo a la verdad. Y
reparar (o compensar) los posibles males cometidos con el atropello pedagógico,
que muchas veces van más allá de la simple pedagogía… Sería estúpido persistir
en el error. Algunos persisten un tiempo por cuestiones de marketing o de
contratos, esperando el momento adecuado para “rectificar sin que se note
mucho”, o porque consideran que “su institución” no puede mancharse con el
error. Posiblemente sea la actitud que más daño hace a la educación es la
siguiente: intentar ocultar y disimular el error cometido, o no dar importancia
a eso que se hizo mal para “no parecer que hemos metido la pata”, o buscar
“chivos expiatorios”, “teorías de la conspiración”, o directamente mentir para salvar
las apariencias porque en el fondo “estamos dando un nuevo rumbo a nuestro
proyecto pedagógico”. En todo caso, creo tan sólo la primera actitud comentada
puede ayudar a combatir el uso pseudocientífico que tantos hacen de la
pedagogía.
Creo que dedicarse a la enseñanza
exige esmerarse en conocer la fiabilidad los métodos que se usan. O de aquellos
métodos que nos obligan a usar: porque un profesor tiene el derecho a usar los
métodos que crea convenientes más allá de lo que le “ordene” la empresa. Creo
que es nuestra obligación combatir la ignorancia y la “pseudociencia” en la
pedagogía: es uno de los grandes males de la enseñanza. Y los profesores
debemos procurar informarnos y profundizar. Porque el problema de las
pedagogías fraudulentas es que todo ello lo padecerán los alumnos. Y lo peor es
que la mayoría de las veces, padecen esos efectos a la larga, razón por la que
resulta más difícil diagnosticar las causas y hallar soluciones factibles.