EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

martes, 18 de octubre de 2016

Educación y admiración



Admirarse es asombrarse. Cuando algo nos deslumbra, nos sorprende o nos fascina, cuando algo nos desconcierta, nos extraña o sobrecoge, también podemos admirarnos. Los clásicos entendían que la admiración es el principio del conocimiento, aquello que nos mueve a pensar. Escribió Platón que “la filosofía no tiene otro origen que la admiración”. Ante todo, el asombro deja al descubierto nuestra ignorancia, y creo que no existe mayor aliciente o motivación para aprender cualquier cosa, o para descubrir las causas de ello, que la manifestación de esa ignorancia. 

Sigo defendiendo que, actualmente, uno de los grandes déficits de la educación es que los niños llegan al aula saturados, como si estuvieran anestesiados y fueran incapaces de admirarse ante el conocimiento. Y eso no es culpa del sistema educativo ni del colegio, aunque ciertos métodos (como los basados en el conductismo) pueden perpetuar ese aletargamiento. Creo que la raíz del problema está en otro sitio. Porque, por poner algunos ejemplos: los niños pasan muchas horas expuestos a las pantallas, donde todo les estimula a gran velocidad mientras ellos reciben pasivamente miles de datos. Casi todos tienen en sus manos otro estímulo constante: el móvil, donde la comunicación es rápida pero la información poco relevante. Con él pueden entretenerse constantemente con juegos, mensajes, videos o chistes, y pierden de vista la realidad que les rodea. El consumismo también influye, pues en general suelen tener más de lo necesario, y pocos lo valoran, pues no han tenido que esforzarse por lograrlo. El ritmo acelerado de esta sociedad tampoco ayuda, pues demasiados niños estresados  acaban aprovechándose de unos padres que, en demasiadas ocasiones, no tienen tiempo para atenderles como les gustaría, agotados por unas vidas igualmente aceleradas, y muchos acaban compensando esa ausencia con todo tipo de objetos-regalo. Sin duda, todas estas situaciones saturan la capacidad de asombro de los niños, y me gustaría reiterar que el colegio no es el principal culpable de ello.

Creo que en el mundo de la educación existen dos términos que nos confunden: motivación y creatividad. No los voy a contraponer a la admiración, sin embargo creo que esos no son los déficits que tanto nos repiten a los profesores y eso intentaré explicar.

Motivar a los alumnos resulta muy difícil con lo que nos encontramos los profesores en las aulas. Pero cabe añadir que, si todo queda en que “hay que motivar a los alumnos”, tampoco lograremos nada. “Motivar” al alumno, eso que ahora se nos exige a los profesores, significa “estimular a alguien o despertar su interés”. Pero, una vez has despertado ese interés, el niño o adolescente necesita motivaciones propias y más profundas para mantener ese interés en el tiempo y seguir aprendiendo. No se le puede exigir al profesor que estimule constantemente a los niños. 

Muchos buenos profesores ayudan a los alumnos “aletargados” a descubrir sus motivaciones personales. Pero quienes lo intentan saben que es algo que lleva tiempo, requiere una disposición del alumno, y no siempre se logra. Si respetásemos y preservásemos ese asombro natural de los niños, que lleva a descubrir las propias motivaciones, creo que no necesitaríamos hablar nunca más de motivación en la escuela. 

Por otro lado, se insiste tanto en la creatividad, que lo hemos convertido en un mandamiento educativo. Crear significa “establecer, fundar, introducir por vez primera algo; hacerlo nacer o darle vida, en sentido figurado”. ¿Por qué considero que no es necesario insistir en la creatividad cuando hablamos de educación? Por dos motivos:

1)      Cuando un niño que se asombra, “da vida” en él a una inquietud, a una pregunta, a una motivación. La pregunta que surge tras el asombro se la han hecho miles de personas antes que él. Pero siempre que un niño se asombra, se gesta un acto de creatividad, porque ese niño es un ser único, y nunca antes se había hecho esa pregunta. En ese sentido, si los niños son creativos de forma natural, ¿para qué insistir en la creatividad? ¿No será mejor que insistamos en respetar ese asombro natural durante la infancia?
2)      En otro sentido, sólo se puede ser creativo en cualquier materia cuando se domina esa materia. Creo que todos necesitamos descubrir muchos “mediterráneos” antes de hallar fórmulas creativas. El inicio de esos descubrimientos personales suele partir de la admiración, que conduce al deseo de conocer. Y en lo que respecta tanto a la admiración como al conocimiento, los profesores tenemos mucho que aportar. Porque no creo que esos descubrimientos puedan surgir de los meros ejercicios de creatividad, dejando que los alumnos hagan sólo lo que les gusta, o centrándonos tan sólo en los intereses del niño.

Por tanto, me parece más interesante y productivo el término admiración o asombro, pues se dirige a la raíz de lo que es el ser humano. Creo que la motivación y la creatividad siempre vienen después. Debo agradecer a Catherine L'Ecuyer su libro Educar en el asombro, pues difícilmente me hubiera planteado estas cuestiones o hubiese expuesto estas ideas si no hubiera leído su libro.

martes, 4 de octubre de 2016

El colegio y la felicidad



Leibniz afirmaba que “la felicidad es a las personas lo que la perfección es a las cosas”. Ya en nuestro siglo, Ricardo Yepes explica que “la felicidad consiste en la posesión de un conjunto de bienes que significan para el hombre perfección y plenitud”. Sin duda, una vida feliz debe ser una vida plena. Sin embargo, tenemos un problema, pues no hay manera de encontrar una definición concreta de felicidad. Así que recurro a Aristóteles, que en su Ética a Nicómaco ya se preguntaba sobre la felicidad: “Casi todos dicen de la felicidad que es el máximo bien que se puede lograr, pero nadie sabe exactamente en qué consiste ese máximo bien”.

Y es que el problema de considerar la felicidad como finalidad de la educación, conlleva una gran dificultad: ¿en qué consiste esa perfección o plenitud del ser humano? Si preguntáramos a los gurús de las nuevas pedagogías en qué consiste la felicidad que predican para los niños en los colegios, responderían cosas como: en “aprender disfrutando”, en “hacer sólo las cosas que nos emocionan”, en “hacer lo que nos gusta”, “que se lleven bien con todos sus profesores y compañeros” o en “remarcar a nuestros alumnos que les queremos mucho”. Y no nos detenemos a pensar que esa consideración de la felicidad equivale tan sólo a “divertirse” o “estar a gusto”, una especie de “paz buenrollista y bienintencionada”, pero poco más. Porque creo que es muy distinto “divertirse” o “estar a gusto” que “ser feliz”. 

Aristóteles continúa con su disertación: “Dado que la felicidad es lo mejor para el hombre, primero deberíamos preguntarnos qué significa ser hombre”. Porque nadie puede pretender enseñar a ser feliz sin tener una visión definida de qué es el ser humano. Si aceptáramos la visión genérica de las nuevas pedagogías, tendríamos que considerar al ser humano (al niño al que enseñamos) como a un pobre animalito al que debemos mostrar cariño, no provocarle ningún displacer, procurar que lo pase bien todo el tiempo posible y evitar cualquier problema, por pequeño que sea, que pudiera traumatizarle. No me convence.

Prosigue Aristóteles con su búsqueda de qué es la felicidad: “Como lo propio y principal del hombre es la razón, la vida conforme a la razón será la más feliz”. Si se quedara en esa sentencia, tendríamos un problema, pues el ser humano es algo más que su racionalidad. Pero no lo hace, tan sólo es un punto de partida, pues a partir de ahí nos habla del sentido que todo ser humano debe buscar en su vida (“escoger un blanco y apuntar hacia él”) y del ejercicio de la virtud, “determinado por la prudencia”. Aunque no la desarrolla, Aristóteles tampoco se olvida de la afectividad, pues más adelante habla también de las relaciones humanas, afirmando por ejemplo que la amistad es necesaria para la felicidad. La conclusión tras la relectura de Aristóteles: eso de la felicidad es algo más complejo que el simple reduccionismo hedonista que nos venden tantos gurús de la educación.

Creo que todo profesor desea la felicidad de sus alumnos, y también que estén contentos en el colegio. Pero creo que la principal misión de un docente no puede ser que sus alumnos sean felices. Como afirma Alberto Royo (Contra la nueva educación), “puesto que el concepto de felicidad es interpretable y su consecución tan compleja, me inclino por invertir mis esfuerzos en la búsqueda de la virtud”. Virtud siempre en vistas a un fin, con un sentido. O poner el esfuerzo en enseñar conocimientos, como también defiende el autor. Antes que la visión de “hombre light” y el fláccido concepto de felicidad de las nuevas pedagogías, me parece más realista y adecuada esta visión, pues creo que la virtud o el conocimiento son medios que nos pueden ayudar a lograr esa “plenitud y perfección del ser humano” a la que todos aspiramos. Es decir, pueden ayudar a nuestros alumnos a que encuentren la felicidad.