Admirarse es
asombrarse. Cuando algo nos deslumbra, nos sorprende o nos fascina, cuando algo
nos desconcierta, nos extraña o sobrecoge, también podemos admirarnos. Los
clásicos entendían que la admiración es el principio del conocimiento, aquello
que nos mueve a pensar. Escribió Platón que “la filosofía no tiene otro origen que la admiración”. Ante todo, el
asombro deja al descubierto nuestra ignorancia, y creo que no existe mayor
aliciente o motivación para aprender cualquier cosa, o para descubrir las
causas de ello, que la manifestación de esa ignorancia.
Sigo
defendiendo que, actualmente, uno de los grandes déficits de la educación es
que los niños llegan al aula saturados, como si estuvieran anestesiados y
fueran incapaces de admirarse ante el conocimiento. Y eso no es culpa del sistema
educativo ni del colegio, aunque ciertos métodos (como los basados en el
conductismo) pueden perpetuar ese aletargamiento. Creo que la raíz del problema
está en otro sitio. Porque, por poner algunos ejemplos: los niños pasan muchas
horas expuestos a las pantallas, donde todo les estimula a gran velocidad
mientras ellos reciben pasivamente miles de datos. Casi todos tienen en sus
manos otro estímulo constante: el móvil, donde la comunicación es rápida pero
la información poco relevante. Con él pueden entretenerse constantemente con
juegos, mensajes, videos o chistes, y pierden de vista la realidad que les
rodea. El consumismo también influye, pues en general suelen tener más de lo
necesario, y pocos lo valoran, pues no han tenido que esforzarse por lograrlo. El
ritmo acelerado de esta sociedad tampoco ayuda, pues demasiados niños
estresados acaban aprovechándose de unos
padres que, en demasiadas ocasiones, no tienen tiempo para atenderles como les
gustaría, agotados por unas vidas igualmente aceleradas, y muchos acaban
compensando esa ausencia con todo tipo de objetos-regalo. Sin duda, todas estas
situaciones saturan la capacidad de asombro de los niños, y me gustaría reiterar que el colegio no es el principal culpable de ello.
Creo que en el
mundo de la educación existen dos términos que nos confunden: motivación y
creatividad. No los voy a contraponer a la admiración, sin embargo creo que
esos no son los déficits que tanto nos repiten a los profesores y eso intentaré
explicar.
Motivar a los
alumnos resulta muy difícil con lo que nos encontramos los profesores en las
aulas. Pero cabe añadir que, si todo queda en que “hay que motivar a los
alumnos”, tampoco lograremos nada. “Motivar” al alumno, eso que ahora se nos
exige a los profesores, significa “estimular
a alguien o despertar su interés”. Pero, una vez has despertado
ese interés, el niño o adolescente necesita motivaciones propias y más
profundas para mantener ese interés en el tiempo y seguir aprendiendo. No se le
puede exigir al profesor que estimule constantemente a los niños.
Muchos buenos
profesores ayudan a los alumnos “aletargados” a descubrir sus motivaciones
personales. Pero quienes lo intentan saben que es algo que lleva tiempo,
requiere una disposición del alumno, y no siempre se logra. Si respetásemos y
preservásemos ese asombro natural de los niños, que lleva a descubrir las
propias motivaciones, creo que no necesitaríamos hablar nunca más de motivación
en la escuela.
Por otro lado,
se insiste tanto en la creatividad, que lo hemos convertido en un mandamiento
educativo. Crear significa “establecer,
fundar, introducir por vez primera algo; hacerlo nacer o darle vida, en sentido
figurado”. ¿Por qué considero que no es necesario insistir en la
creatividad cuando hablamos de educación? Por dos motivos:
1)
Cuando un niño que se asombra, “da vida” en él a
una inquietud, a una pregunta, a una motivación. La pregunta que surge tras el
asombro se la han hecho miles de personas antes que él. Pero siempre que un
niño se asombra, se gesta un acto de creatividad, porque ese niño es un ser
único, y nunca antes se había hecho esa pregunta. En ese sentido, si los niños
son creativos de forma natural, ¿para qué insistir en la creatividad? ¿No será
mejor que insistamos en respetar ese asombro natural durante la infancia?
2)
En otro sentido, sólo se puede ser creativo en cualquier
materia cuando se domina esa materia. Creo que todos necesitamos descubrir
muchos “mediterráneos” antes de hallar fórmulas creativas. El inicio de esos
descubrimientos personales suele partir de la admiración, que conduce al deseo
de conocer. Y en lo que respecta tanto a la admiración como al conocimiento,
los profesores tenemos mucho que aportar. Porque no creo que esos
descubrimientos puedan surgir de los meros ejercicios de creatividad, dejando que
los alumnos hagan sólo lo que les gusta, o centrándonos tan sólo en los
intereses del niño.
Por tanto, me parece más
interesante y productivo el término admiración o asombro, pues se dirige a la
raíz de lo que es el ser humano. Creo que la motivación y la creatividad
siempre vienen después. Debo agradecer a Catherine L'Ecuyer su libro Educar en el asombro, pues difícilmente me hubiera planteado estas cuestiones o hubiese expuesto estas ideas si no hubiera leído su libro.