Uno de los
grandes males de la educación es que no pensamos en los “porqués”. Al no
hacerlo, perdemos de vista las cuestiones importantes y nos quedamos en lo
superficial. Y así, sin darnos cuenta, hemos convertido las cuestiones
relativas a la educación en meras “creencias” u “opiniones”. De hecho, para
algunos la pedagogía es prácticamente una “pseudo religión”. Y como parece que
los “dogmas educativos” ya se han establecido, algunos en forma de “neuromitos”,
tan sólo tienen que aceptar acríticamente sus principios... O quizá no es para
tanto y las escuelas tan sólo se están convirtiendo en centros de autoayuda o
de “terapia emocional”. Porque en el siglo XXI el niño ya no necesita al
maestro para aprender. De hecho, ya no necesita aprender: le basta con ser
feliz. Porque ahora el colegio sirve para “estar-a-gusto-conmigo-mismo”. O para
“encontrarse-a-sí-mismo”. O para “ser-querido-incondicionalmente”. O para
“compartir-empatizar-socializarse”.
¿Pero aún
hay personas que dicen que el colegio sirve para aprender? Será por lo del
“aprender-a-aprender” y tiro porque me toca… Porque si no sé cómo aprender, no
puedo aprender, así que en el colegio tengo que “aprender-a-aprender” para
luego poder aprender de forma autónoma y según mi múltiple pero peculiar inteligencia.
Sin embargo, sólo podré aprender si he “aprendido-a-aprender”… Es un bucle
eterno y sin sentido, con un argumento que se da vueltas a sí mismo... ¿De
verdad que no nos damos cuenta de tanto engaño?
Pero a lo
que vamos: junto con el nuevo totalitarismo pedagógico, se ha introducido la
gran falacia del pensamiento positivo. Muchos ni siquiera se han dado cuenta.
Porque una cosa es ser optimista o pesimista: son actitudes vitales o de
carácter. Pero el denominado “pensamiento positivo” es otra cosa muy distinta… Ese
“pensamiento positivo” es como la fuerza de los jedi, el karma, o la energía
del universo que fluye y se cristaliza en las conciencias de los seres... En
pocas palabras, un espiritualismo barato.
Concretando:
la gran falacia del “pensamiento positivo” consiste en “creer” que, si pienso
en positivo, si elimino “lo negativo”, sólo con “cambiar la actitud”, o
“centrándome en los aspectos positivos” de cada situación, resulta que una
especie de “magia”, o de “fuerza”, actuará desde mi interior y resolverá todos
los problemas. Así, sin más. Y si no los resuelve, me hará más fuerte frente a
ellos, porque lo positivo aumenta la autoestima... Así, tal cual. Es decir:
basta con que piense “en positivo” para que en mi vida deje de haber problemas.
Bueno, seguirán habiendo problemas. Pero me dará igual porque mi elevada
autoestima a base de “pastillas de positividad” no dejará que esos problemas me
afecten para seguir avanzando. Hasta que esos problemas, como por arte de
magia, ya no tengan influencia en mí. Hasta que descubra que, en realidad,
¡nunca existió ningún problema! Y, si todos somos positivos (y asertivos,
empáticos, comprensivos, etcétera), el mundo será perfecto. ¡Y viviremos en
armonía, y los colegios serán como el nuevo jardín del Edén! Imagino que por ese
motivo se añaden actividades (o módulos) de relajación, meditación o sofrología
en ciertos colegios… Sí, muchos están “educando” en ese “pensamiento positivo”.
Aunque como lo visten con la palabra “valores”, casi nadie se da cuenta. Qué
bien que suena la palabra valores…
Ese
“positivismo” enfermizo no es una actitud nueva. Esa actitud se ha denominado durante
muchos siglos “fideísmo”. El “fideísmo” niega el valor de los actos, pues consiste
en negar que la razón sirva para alcanzar la verdad. Da igual lo que haga: si
creo mucho, mucho y mucho, esa creencia me salvará (o lo resolverá todo). Así,
sin más. Ahora sustituyamos “esa creencia” por “si pienso en positivo”… El
fideísmo es una deformación de lo que se denomina “fe”. Más bien, podríamos
denominar al fideísmo como la “fe ciega”. Así que el fideísmo es superstición. Y
el pensamiento positivo también es supersticioso. Y se ha colado en los
colegios como si fuese una norma ética. Primer mandamiento: Hay que ser
positivos sobre todas las cosas; segundo: Sólo hablaremos de las cosas buenas;
tercero: Las intenciones de todos son las mejores siempre; cuarto: hay que
centrarse en los aspectos positivos; quinto:…
Creo que el
“pensamiento positivo” no es un problema de la nueva pseudo religión pedagógica.
Más bien, creo que es fruto de nuestra sociedad posmoderna del bienestar. Antes
de ser un problema escolar, es un problema social. Porque los seres humanos
necesitamos seguridades. Y, ante los problemas, desconfiamos de nuestra
capacidad para hacernos cargos de los avatares de nuestra existencia.
Desconfiamos de nuestra capacidad para alcanzar soluciones por medio de la
razón. Desconfiamos de la voluntad como capacidad del ser humano: el esfuerzo
es nocivo. O creemos que todo debería tener solución, cuando eso no es cierto. Porque
los seres humanos nos acabamos agarrando a un clavo ardiendo, confiando en
“fuerzas desconocidas” que nos dan seguridad. Porque eso es más sencillo y
reconfortante que intentar explorar lo desconocido. O que buscar
justificaciones razonables. O, simplemente, que buscar la verdad.
No deseo
irme demasiado del tema. Así que propongo desterrar ese “pensamiento positivo” de
los colegios. No es más que un “pseudo espiritualismo new age” más de cuantos se mueven
por la galaxia pedagógica. Porque el “pensamiento positivo” es un eufemismo
para eludir a otro de los “innombrables pedagógicos” que podrían traumatizar a
nuestros niños: el esfuerzo. Y si alguien sigue pensando que exagero, mirad la
foto que se hizo viral por ciertos foros de maestros…: