Hace un tiempo, trabajé en un
colegio donde se impuso el uso de ipads para casi todas las tareas desde quinto
de primaria. Uno a uno, hice a varios directivos y profesores tecnológicamente entusiastas
la siguiente pregunta: “¿Quién decide si
un niño tiene o no móvil?”. Todos respondieron lo mismo: “Los padres”.
Luego pregunté: “Por tanto, ¿a quién le
corresponde la tarea de educar en el uso responsable del móvil?”. La
respuesta volvió a ser la misma: “a los padres”. Es lógico, y además según el
ideario del colegio, los padres son los primeros educadores y el colegio sólo
les apoya y orienta en su labor.
Pero seguíamos la conversación y,
tras tocar varios asuntos, acababa
preguntando: “¿Quién decide si un niño o
adolescente tiene un ipad en propiedad?”. “El ipad en el colegio es una
herramienta de trabajo”, respondió uno desconcertado. Pero insistía: “No pregunto para qué se usa el ipad, sino
quién tiene la potestad de decidir que un niño tenga un ipad en propiedad”.
Alguno se enfadaba. Pero nadie respondía a la pregunta: “Si el colegio decide
que el ipad es su instrumento pedagógico, los padres no tienen nada que decir
al respecto”. Así que preguntaba: “Y si el colegio decide que el móvil es un
instrumento de trabajo, los padres tampoco tendrán nada que decir, ¿no es
cierto?”. Una respuesta fue: “Eres un demagogo”. Otra: “No es lo mismo”, aunque
nunca me explicó la diferencia. Otro, sin más, se enfadó. Pero nadie expuso una
razón lógica.
Si la conversación continuaba, explicaba
algunas de las abundantes anécdotas que conocía sobre el mal uso de los ipads
por parte de los niños. Pero uno soltó: “Si los niños usan mal el ipad es responsabilidad
de los padres”. Así que repliqué: “Y si
los padres no han decidido que el niño sea propietario del ipad, sino que el
colegio se lo ha impuesto como herramienta de trabajo, ¿sigue siendo
responsabilidad de los padres?”. La respuesta: “Cada niño tiene un ipad porque
queremos ayudar a los padres a que se impliquen en la educación responsable de
los hijos en las nuevas tecnologías”. Pensaba que sólo se trataba de una
herramienta de trabajo, pero esa afirmación abandona la neutralidad y entra en
valoraciones morales… Así que insistía: “¿Se les está ayudando o se les está obligando?”.
O también: “¿Eso no es imponer un criterio a las familias?”. Pero, al llegar a
estas preguntas, normalmente no recibía respuestas, sólo enfados y, en una
ocasión, incluso gritos.
En aquel colegio, se impuso el
ipad de la noche a la mañana, como en muchos colegios similares, y se le dijo a
los numerosos padres que fueron a pedir explicaciones: “A quien no le guste,
que se vaya del colegio”. Mejor no explico cómo acabó todo aquello. Yo sólo esperaba que alguien me respondiera
a una pregunta: ¿quién tiene la potestad?, nada más. Para responder, basta
con ser coherente. Y como se trataba de un centro cuyo ideario dice que es un
colegio “de padres” y defiende que los padres son “los primeros educadores”, creo
que no era tan difícil responder... A veces me siento como Sócrates, un tábano
molesto.
Porque hace un tiempo, escuchaba
a un cargo intermedio en primaria hablar sobre las bondades del aparato. Y se
me ocurrió preguntar: “Y los niños, ¿tienen acceso a internet?”. Respondió
afirmativamente. Así que le pregunté si eso no podía ser algo peligroso para
las cándidas criaturas. Y habló de todo tipo de filtros muy potentes y del
estricto control que un solo profesor tenía en todo momento… de cada uno los
treinta ipads que había en una clase. Habrá que suponer que el buen uso del
ipad y el estricto control del mismo fuera del colegio le correspondía a esos
padres a cuyos hijos se les había impuesto el uso del ipad como herramienta de
trabajo. Puesto que uno de los tertuliantes era estudiante de informática, le
pregunté sobre la eficacia de los filtros. Y explicó desenfadadamente unas
cuantas maneras muy sencillas de saltarse los filtros. Aquel cargo intermedio
de primaria, se levantó y se fue malhumorado, como si alguien le hubiera
insultado.
Como no había manera de que me
dieran un argumento sólido, el director del colegio llegó a justificar que el
ipad servía para transmitir la fe de una forma más amena, pues se trataba de un
colegio con ideario cristiano. Y, de nuevo, le expliqué que eso de “transmitir
la fe” era más bien competencia de cada familia, que el colegio sólo apoyaba y
orientaba, al menos según el ideario. Pero no supo qué decir. Ese director llegó
a decirle a más de una familia: “El Vaticano avala nuestra pedagogía”, y
añadía: “Lee lo que dice el Papa”. Por supuesto, nunca le enseñó a nadie el
“aval” del Vaticano, pues el Vaticano no se dedica a avalar pedagogías. Además,
soy cristiano, pero no idiota: ¿a quién se le ocurre imponer sus ideas en
nombre de Dios o con la supuesta patente de la Santa Madre Iglesia?
Leo a menudo al Papa Francisco,
pero nunca habla de pedagogía. De todos modos, aunque hablara de ello porque
todos somos libres de opinar, no es un tema de su competencia. Y,
personalmente, no soporto el clericalismo, ya sea con alzacuellos o con corbata.
Sin embargo, lo más curioso es que, cuando el Papa toca el tema de las nuevas
tecnologías y la educación, se dirige a los padres, no a los colegios. Es
significativo. Sobre este tema concreto, por ejemplo, ésta es una de las cosas
que sugiere a los padres: “Una tarea importantísima de las familias es educar para la capacidad de
esperar” (Amoris
Laetitia, 275). Entre otras cosas, este es un consejo personal que
el Papa Francisco dio a las familias tras una pregunta: “Los ordenadores deben estar en un lugar común de la casa. Estas son
pequeñas ayudas que los padres encuentran” (Sarajevo, 6/6/2015). Pero como
de los ipads no dice nada, pues a la mochila del niño con el aval del Vaticano.
Al fin y al cabo, un ipad no es lo mismo que un ordenador, ¿no?
Aunque hablando de fe, quizá los
directivos de ese colegio no sean tan incongruentes al elevar los asuntos
pedagógicos a la altura de lo dogmático. De hecho, cuando algunos padres pedían estudios
y argumentos que avalaran el uso del ipad, esos directivos decían que “creen”
que el ipad motiva al niño y “creen” que el niño aprende mejor. Quizá el
verdadero problema sea la poca fe de los padres respecto a la confianza ilimitada que exigían los supuestos expertos del colegio en los
dispositivos. Quizás aquellos directivos deberían prestar un poco más de
atención a lo que sí dice el Papa: “Cada vez son más los ‘expertos’ que
pretenden ocupar el papel de los padres, los cuales quedan relegados a un
segundo lugar” (Audiencia del 20/5/2015). Es curioso… un colegio de
padres, pero sin los padres. Quizás fue por esas confusiones que el libro
“Educar en la realidad”, así como otros escritos de autores varios como Inger
Enkvist, llegaron a formar parte del index
librorum prohibitorum del colegio. Pues me prohibieron formalmente hablar
de ellos o contactar con cierta autora por “no ser ortodoxa”. Sí, he pecado,
mea culpa.
Porque, llegando a la conclusión,
esta es la única idea que pretendo transmitir en esta entrada: tengo la firme
convicción de que la educación en el uso
responsable de las nuevas tecnologías le corresponde a los padres, no a los
colegios. Y, aunque un colegio sea laico, religioso o confucionista;
público, privado o concertado; o sencillamente bilingüe, multicultural, o ni
siquiera se defina en ninguna dirección, sea
el tipo de colegio que sea, creo que no puede arrogarse el derecho a imponer el
uso de ningún aparato electrónico a ninguna familia. Y si de todos modos
algún colegio lo hace, que al menos ofrezca una alternativa a todas aquellas
familias que escogieron un colegio por su ideario antes de que cuatro
directivos les impusieran su forma de entender la educación supuestamente responsable
en las nuevas tecnologías. Digo “supuestamente” porque poner un cacharro de 500
euros con conexión a internet bajo el brazo de un niño de 10 años, antes de que
tenga la capacidad para poder decidir lo que necesita, lo que quiere y lo que
no, quizás no sea la forma más óptima de educar en la responsabilidad. Creo que
todo eso es muy distinto a considerar que un profesor pueda servirse de la
tecnología para la enseñanza, o que en un colegio se utilicen aparatos
electrónicos para ciertas actividades, ideas a las que nunca me he opuesto, pues son herramientas que yo mismo he usado como profesor.
Nunca estaré a la altura de
Sócrates, pero no tardé en ser acusado y condenado sin juicio previo por
“corromper las mentes de mis iguales con preguntas puñeteras”. Así que no me
quedó más remedio que beber la cicuta. En breve me plantearé escribir el guión
de la película, sería un éxito asegurado. Sólo espero que algún día los colegios
se dediquen a enseñar y dejen de imponer a las familias criterios que trascienden
la pedagogía. Porque un ipad no equivale a un libro, a unos apuntes o a una
libreta: al profundizar un poco, es fácil darse cuenta de que tiene
implicaciones que van más allá de poder considerarlo tan sólo como un “instrumento
de trabajo”. Por el bien de la educación, espero que los padres sean
restituidos cuanto antes en su labor como primeros educadores.