Dicen algunos expertos que si no
hay emoción no puede haber aprendizaje. Añaden que, por tantos, sólo se puede
aprender lo que se ama. Pero cada vez tengo más claro que ese tipo de
afirmaciones son lo que se denominan “medias verdades”. Es decir: pasan por
verdaderas porque tienen parte de verdad. Pero no son consistentes. Y, a la
larga, provocan más problemas que soluciones. Porque una media verdad siempre
ha sido peor que una mentira.
Para el caso que nos ocupa, hallé
involuntariamente una cita en El principito que aporta luz sobre
este tema: “Sólo se conocen bien las cosas que se domestican - dijo el zorro. - Los
hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las
tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres ya no tienen
amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!” Los libros más sencillos aportan
las ideas más consistentes…
Volveremos sobre esa interesante
cita en breve… Porque, en primer lugar, creo que el engaño o la media verdad
está aquí: en considerar que “amar” equivale a “sentir algo
emocionalmente”. Es cierto que para que
algo me atraiga, me debe estimular. Pero estimular no es amar. Al igual que
enamorarse no es amar… Estimular tampoco es emocionar, pues aquello que atrae o
estimula a la inteligencia no pasa necesariamente por el filtro de la emoción.
El profesor puede despertar el interés (estimular) pero no puede hacer que un
alumno ame algo, y mucho menos si el alumno lo desconoce. El alumno puede
sentirse atraído por esa materia, o no… Si le atrae, aún no la ama, sólo le
atrae. Y si al alumno no le atrae pero atiende, dedica tiempo y esfuerzo, puede
llegar a atraerle, luego a gustarle, y finalmente estará en disposición de amar
esa materia. Pero jamás amará si no hay conocimiento. Porque para poder amar,
antes debe darse el esfuerzo por conocer, y
“sólo se conocen bien las cosas que se
domestican”. Es decir: para conocer algo es necesario hacer el
esfuerzo de moverte hacia ello, te atraiga o no. Porque si te atrae pero no te
mueves, tampoco conocerás. Y, por tanto, tampoco amarás.
Porque para conocer algo, antes
debo “domesticarlo”. Y cuanto más se conoce, más se comprende. Y cuanto más se
comprende, más se ama… Es esa motivación
intrínseca de la que no se nos habla nunca. Es decir, para amar es necesario haber aprendido y no al revés...
Y sólo se conocen bien a las personas, a las cosas o a las materias a las que
se dedica tiempo. En otras palabras: es
imposible amar lo que se tiene que aprender por el simple motivo de que aún no
se conoce. Pero seguimos creando (y creyendo a pies juntillas) eslóganes
educativos. Creo que eso ocurre porque los hombres “ya no tienen tiempo de conocer
nada. Lo compran todo hecho en las tiendas”… Y pretendemos que nada
cueste esfuerzo. Porque creemos que lo que cuesta esfuerzo es malo. Porque lo
que cuesta esfuerzo no es “emocionalmente agradable”... Porque aún nos creemos
que, si estamos todo el día emocionados, nada costará esfuerzo, o que los
continuos “enamoramientos emocionales” lo suplen todo…
Para conocer algo o a alguien es
necesario dedicarle tiempo. El principito le pregunta al zorro qué debe hacer
para tener un amigo. Y el zorro le responde: “Debes tener mucha paciencia. Te
sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré por
el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos
entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…” Quizá el
zorro sea un mal profesor, o un mal pedagogo. A lo mejor, aún no se ha adaptado
al mundo moderno. Porque el zorro le pide al principito ni más ni menos que un
esfuerzo. Porque el zorro sabe que para amar es necesario conocer... El zorro no
le motiva, sino que le dice la verdad: ten paciencia, dedica tiempo, haz ese esfuerzo…
Y llegará la recompensa: el conocimiento. Sólo entonces estará en disposición
de amar “esa materia”. Aunque creo que aprenderá a amar mientras la conoce,
cada vez más a fondo, con esfuerzo y tesón… Porque no se ama “desde cero”, ni
“amar” es el final de un proceso. Sino que se aprende a amar durante el
proceso: mientras se conoce.
Mi primera conclusión: por
supuesto que puede haber aprendizaje sin emoción. Exijamos al profesor que
enseñe. Pero dejemos de pedirle que emocione. De hecho, creo que si el profesor
ama su materia, el profesor transmitirá esa pasión. Y el alumno se apasionará
por la materia sin necesidad de emocionarse, ni de que le emocionen, ni de que
le motiven… Mi segunda conclusión: para amar, antes hay que aprender. Pero nunca
al revés. Preguntadle al zorro.
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