En el mundo de la enseñanza es
habitual contraponer ideas y presentarlas como opuestas. Pero la mayoría de
veces no son contrarias. Veamos algunos ejemplos:
Hay quienes dicen que una cosa es conocer una materia y otra muy
diferente es saber enseñarla. Es verdad: son dos cuestiones diferentes. Sin
embargo, no son excluyentes. Y una de esas cuestiones es más necesaria que la
otra… Me explico: nadie puede enseñar una materia que desconoce. Por tanto, para poder enseñar cualquier materia es
condición necesaria conocer esa materia. Al contrario creo que no funciona,
pues resulta un poco absurdo, por ejemplo, aprender metodologías para enseñar
una lengua si no se domina esa lengua… ¿No? Del mismo modo, quien no sabe
matemáticas no puede enseñar matemáticas… Conocer mil métodos para enseñar
matemáticas indica que una persona conoce mil métodos para enseñar matemáticas.
Pero si no sabe matemáticas, es irrelevante el número de métodos que conozca:
no puede enseñar matemáticas… Porque nadie puede dar lo que no tiene.
Otra de las cuestiones que tantos
contraponen: dicen que una cosa es
dominar una materia y otra cuestión diferente es saber despertar en otros el
deseo de conocerla. Es verdad. Sin embargo, creo que despertar el interés
sobre cualquier materia requiere amar esa materia. Y sólo se ama lo que se
conoce bien… Nuevamente, creo que es necesario conocer una materia si se
pretende despertar el interés por ella. Además todos hablan de motivar, pero nadie
habla de cómo mantener el interés por la materia en el tiempo. Porque despertar
el interés sobre cualquier cosa es relativamente fácil. Pero mantener ese
interés durante un curso entero, requiere algo más que la capacidad para
despertar ese interés... En todo caso, creo
que para despertar o mantener el interés sobre algo, dominar la materia es
condición necesaria, otra vez... ¿Cómo podrá el alumno interesarse por esa
materia cuando quien pretende despertar su interés en realidad no tiene
verdadero interés, pues la desconoce o no la conoce en profundidad…?
Hay quienes afirman que la principal misión de los profesores es
educar, no enseñar. De nuevo, contraponemos dos cuestiones que no se
contraponen. Porque el profesor, por
definición, enseña una materia. Y, lo quiera o no, educa con su mera presencia
en el aula. El problema se produce cuando el profesor que se centra en
educar olvida que debe enseñar… Al revés, seamos sinceros, es difícil que
ocurra. Porque para enseñar hay que preparar la clase. Pero para educar no,
pues educamos siempre, queramos o no, siendo como somos, cuando no pensamos en
transmitir nuestros principios morales, sino que los ponemos de manifiesto,
cuando los vivimos sin hacerlos presentes de forma consciente, como dice
Gregorio Luri. No pensamos en que un profesor ya está educando bien si es
puntual, si prepara sus clases, si piensa a menudo en el mejor modo de que su
materia llegue a sus alumnos, si procura ser justo y honesto,... Vamos, que si
lo que pretendemos es transmitir valores, no hace falta trabajar en cooperativo
ni hablar de esos valores: basta con procurar vivirlos, basta con procurar ser
honesto con la propia profesión. Porque un profesor que se centra en educar, pondrá
todos los medios para que sus alumnos sean justos. Y puede ser que hable a sus
alumnos de la justicia una y mil veces. Pero si no procura ser justo en cada
uno de sus actos, por más discursos que haga no educará. O, como máximo,
educará mal. Y un profesor que es justo, hable o no de justicia, transmite un
valor superior a sus pupilos por medio de su coherencia personal. Así que creo
que es más eficiente (y también más propio de un profesor) centrarse en enseñar.
Sin descuidar que no es malo recordar de vez en cuando que también educamos con
la mera presencia en el aula, con la actitud, con la palabra, con los gestos,
con las obras,...
Hay quienes dicen que el profesor debe amar a los alumnos, y
contraponen ese supuesto amor con la exigencia: parece que exigir sea
equivalente a “odiar” al alumno. Nuevamente, son dos cuestiones que no se
contraponen. Pues, si amar es querer lo
mejor para el “otro”, querer que ese “otro” aprenda o se esfuerce por lograr ciertas
metas es ni más ni menos que amarlo. ¿Puedo decir que amo a alguien si evito
cualquier situación que pueda causarle displacer? En ese caso, creo que estoy
mimando (o adiestrando) al alumno, pero no le estoy “amando”. Creo que el amor
empieza por el respeto. “El respeto” no es en sí mismo “amor”. Pero creo que un
profesor debe respetar a sus alumnos como punto de partida. Y el respeto
empieza por ser honrado y proporcionarles ese conocimiento que el profesor debe
transmitir. El respeto continúa cuando el profesor intenta ver en los alumnos a
personas capaces de comprender, de aprender, de asimilar, de moverse por sí
mismos, de crecer por medio de lo que se enseña,… Por tanto, si el profesor no
respeta como alumnos a la persona que tiene delante, será difícil que llegue
siquiera a plantearse amarles. Otra cuestión a debatir es cómo debería ser la
exigencia. Este tema concreto requiere tantos matices, que quizá debería ser
desarrollado en otra entrada ampliamente. Pero creo que es fácil comprender que
sin exigencia no hay amor posible,
así que aquí tampoco hay contraposición.
Podría seguir con varias
cuestiones, pero me detendré aquí. Porque creo que quienes contraponen estas cuestiones
lo hacen porque no confían en el valor intrínseco del conocimiento. Porque han
olvidado que la transmisión de conocimiento es la razón de ser de la escuela.
Porque se pueden cambiar y mejorar mil cosas en las escuelas, podemos
“modernizarla” tanto como queramos. Pero si la escuela pierde ese sentido
primigenio, deja de ser escuela. Que le pongan otro nombre, pero que dejen de
tomarnos el pelo. Porque quienes se empeñan en contraponer estas cuestiones, en
el fondo han olvidado la esencia de su profesión. Y en vez de plantearse estas cuestiones, van
rellenando de “absurdos” el mundo educativo, justificando su postura con
competencias, rúbricas, áreas, dominios y demás parafernalias pedagógicas… En
vez de “volver al origen” en busca de soluciones verdaderamente originales,
ofrecen sucedáneos y pretenden que todos pasemos por el tubo. Creando más
problemas en vez de solucionar alguno. Y eso sí que es una contradicción.
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