Creo que uno de los grandes
problemas de la pedagogía moderna es que generaliza demasiado. Porque la forma
de enseñar a un niño de seis años no será la misma que usaremos con un
adolescente de catorce. Y hoy se habla mucho de métodos innovadores, pero no de
edades en las que pueden ser buenos los métodos. Me atreveré a señalar a
grandes rasgos algunas ideas.
No me gusta la idea de “educación
infantil”, pero entiendo que es una necesidad para muchos padres, dadas las
circunstancias actuales. En esta etapa, soy partidario de que un niño pequeño
juegue. Porque el asombro es por sí mismo un gran motor para el aprendizaje,
como nos recuerda Catherine L’Ecuyer (Educar en el asombro). Es bueno que
a edades tempranas se les lea cuentos, se les permita, experimentar y probar,
moverse con soltura en espacios abiertos, o jugar. Pero siempre teniendo en
cuenta dos cosas: la cercanía del adulto y la imposición de algunos límites. Porque
los niños deben sentirse seguros, pero también deberían aprender que no todo
vale.
A medida que los niños empiezan
la primaria, no creo que sea bueno sentarlos en un pupitre durante horas. Porque
creo que el juego no debe perderse a esas edades. Pero no debemos olvidar que
el objetivo es introducir poco a poco a los niños en la atención, en el amor
por la lectura, en el esfuerzo por escribir correctamente, presentando la
escritura como un arte, como la expresión de ese “ser humano” que cada uno de
ellos es. Dirigiendo su asombro hacia la lectura, pero sin descuidar la
exigencia ni el esfuerzo que supone aprender cualquier cosa, asimilando unas
rutinas bien planteadas que se convertirán en hábitos. Y, cuando el niño vaya
creciendo, esos hábitos pueden convertirse en virtud. Descubriendo también la
satisfacción que produce memorizar un poema, unas letras, unos refranes o un
cuento; y luego los podrán explicar o declamar a sus padres o a sus compañeros
sin necesidad de preparar un power point. Porque considero que el objetivo
esencial de la educación primaria debería ser que los niños aprendan a leer y a
escribir satisfactoriamente, a dominar el lenguaje. Y eso no es tarea fácil. Implica,
entre otras cosas, haber leído y escrito mucho. Le pese a quien le pese. Creo
que el segundo objetivo debería ser fomentar un clima y una actitud de gusto
por el conocimiento.
De ese modo, a medida que avancen
en la secundaria, irán descubriendo nuevas materias. Sin embargo, si no han
aprendido a leer correctamente, a desentrañar los entresijos del lenguaje y a
dominar las palabras, será imposible que comprendan los enunciados y los nuevos
conocimientos, sea cual sea la asignatura o materia. Porque creo que casi todos los problemas académicos
que afectan a la educación secundaria provienen de esa incapacidad que tienen
tantos niños para entender lo que leen. Y resulta frustrante para muchos de
ellos. Si no están educados en la atención, en la comprensión, en el esfuerzo,
y en el gusto por conocer, aspectos que deberían fundamentarse durante la
primaria (y de los que no hablan los gurús), será difícil que en secundaria se
concentren para aprender o que atiendan a una explicación por simple que sea.
Porque llega una edad en la que
ya no se puede aprender todo por medio del juego, ya no vale sólo la
experimentación o manipulación, aunque me parece bien que se permita un espacio
más o menos amplio para ello. Porque la reflexión, la contemplación o el
discernimiento son formas activas de aprender, virtudes intelectuales para las
que no hemos educado a los niños, seguramente porque tampoco las poseemos. Sin
embargo, creo que esas capacidades (o competencias) no se logran si no se
asimilan contenidos y conceptos. Y asimilarlos, usemos los métodos que usemos,
siempre cuesta esfuerzo personal. Si en la primaria, por ejemplo, no se ha
trabajado la memoria, en secundaria el alumno se verá incapacitado para memorizar.
Si no se ha educado el gusto por aprender en la primaria, en secundaria todo
nuevo conocimiento será un “palo” o un “rollo”. “Si quieres que aprenda,
motívame…”, como si el interesado en que el niño aprenda sea el profesor… Si no
se ha educado en el esfuerzo durante la primaria, el adolescente no estará
capacitado para ejercitar su voluntad o para moverse por sí mismo. Si el alumno
no ha aprendido a leer y a escribir satisfactoriamente en primaria, el profesor
de secundaria está vendido frente a sus alumnos. Aprender de manera activa no
implica moverse todo el día en espacios abiertos...
Y añadiré un apunte: personalmente, me gustan las
artes. Y creo que es cierto que en el colegio, en general, se fomentan poco.
Pero un arte no es una simple “efusión creativa”. Un arte requiere conocimiento
y también artesanía: un aprender a hacer, un esfuerzo. Llenaría los colegios de
música, de pintura y de teatro. También ampliaría el deporte. Pero todas esas
actividades, si se quieren hacer bien, requieren esfuerzo, constancia y
dedicación. Como las matemáticas o las lenguas… La única diferencia es que
generalmente son actividades más atractivas que estas últimas. No creo que
deban convertirse en simples actividades lúdicas, ni tampoco sería bueno que eclipsaran
el objetivo primordial de un colegio. Más bien, deberían potenciarlo.
Creo que en este contexto, tras todo lo que he escrito, es donde hay que
situar las recientes y creo que acertadas críticas al mundo educativo, tales como Contra
la nueva educación, de Alberto Royo, o Escuela o barbarie, entre
otras muchas críticas que les preceden (La conjura de los ignorantes,
o el Panfleto
antipedagógico, de Ricardo Moreno Castillo, Qué pasó con la enseñanza, elogio
del profesor, de Luisa Juanatey, o La secta pedagógica, de Mercedes
Ruiz Paz, por citar algunos). Se trata de críticas que proceden de la educación
secundaria, donde se muestran con especial virulencia las carencias de los
alumnos. Unas carencias que el profesor de secundaria no está capacitado para
paliar, pues ni siquiera está formado para ello. Porque creo que muchas de esas
carencias tampoco son competencia del profesor de secundaria, que hace lo que
puede ante lo que tiene delante… Y cabe señalar que esas carencias de los
alumnos no se arreglan con una sonrisa, ni con empatía, ni con cariño, ni con
métodos innovadores o gamificados... Todas esas cosas ayudarán o no, pero no
arreglan ningún problema. No me sorprende que el sector más crítico ante tantas
modas educativas sea el de los profesores de secundaria. Creo que eso se debe a
que no han sido “contaminados” en las facultades de pedagogía, de donde surge
ese pedagogismo totalitario que invade a los colegios.
Espero que nadie me
malinterprete: admiro más a un buen maestro de primaria, que al más excelente
profesor de secundaria. Porque un maestro de primaria pone los fundamentos: su
heroicidad es mayor que la de cualquier profesor de secundaria que se enfrenta
a la jauría adolescente. Pero creo que los maestros modernos no están
preparados para hacer esa titánica labor de enseñar a los niños a leer y a
escribir, de inculcar los hábitos esenciales o a que los niños no pierdan por
el camino el asombro natural de la infancia… Algún día dedicaré una entrada a
este tema, creo que es otra de las claves del fracaso escolar.
Porque la realidad es que cada
vez más los niños llegan a la secundaria sin hábitos, sin ser capaces de
entender lo que leen, sin ningún tipo de interés o curiosidad por el
conocimiento, o exigiendo ser motivados para ponerse en marcha. Y el problema
que se genera entre las carencias que traen consigo y el advenimiento de la
adolescencia es considerable. Por eso los problemas educativos suelen estallar
en secundaria. Y ya es hora de admitir que esos problemas se gestan mucho antes.
El profesor de secundaria tan sólo “se come el marrón” desde hace años...
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