EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Extremos, matices y criterio



Cuando se habla de educación, sigo sin entender por qué tantas veces se acaban polarizando los debates. Porque todo debate educativo está lleno de matices, y creo que es bueno huir de los extremos. Sin embargo, considero que hay opiniones más acertadas que otras y, sobre todo, hay opiniones más fundamentadas que otras. Todas las opiniones son respetables, pero no todas las opiniones tienen el mismo valor, pues algunas están respaldadas por hechos, evidencias o estudios, y otras tan sólo por palabras. Si todas las opiniones valieran lo mismo, cualquier debate sería absurdo, pues no podríamos demostrar nada ni llegar a ninguna conclusión. 

Pondré un ejemplo. Hace unos días, apareció en la contra de la Vanguardia la opinión de un experto (psiquiatra y neurocientífico) acerca de la relación entre las nuevas tecnologías y su efecto en el cerebro del ser humano. El entrevistado: Manfred Spitzer, autor del libro Demencia digital (Ediciones B), una persona que ha dedicado toda su vida a estudiar este fenómeno. Y me sorprendió que algunos maestros y  profesores ningunearan sus opiniones en las redes sociales aportando el ‘sólido’ argumento de que “está equivocado porque en mi clase trabajamos con ipads y observo que los niños aprenden mucho”. Aunque pueda ser cierto, según las leyes de la lógica esa afirmación es una falacia (falso argumento o argumento engañoso) que se denomina “generalización apresurada”. Consiste en utilizar un caso particular para sacar conclusiones generales. Si contrastamos esa opinión, basada en la experiencia inmediata de un maestro, con la de un experto en la materia que ha estudiado el impacto de las pantallas en los cerebros y el comportamiento de niños y adolescentes durante años, creo que no hay color. Si además leyéramos el libro del autor, veríamos que se apoya en datos sólidos y fiables. Aunque es cierto que puede existir un margen de error para que el experto esté equivocado en alguna de sus conclusiones. Pero tampoco entiendo que esas personas digan del experto: “si no ha entrado en un aula, que no opine”. Afirmar algo así, implica caer en la falacia “ad hominem”, donde se ataca a la persona pero no a sus argumentos. Además, el experto habla del impacto de las pantallas en el cerebro, el aprendizaje y los comportamientos de niños y adolescentes, no de cómo se usa un ipad en una clase.

A quienes intentan descubrir los matices y argumentar las cosas para llegar al fondo de las cuestiones, los extremistas que no comparten esa opinión les sitúan irremediablemente al otro extremo de ese debate. Porque, al evitar los matices, el extremista suele caer en otra falacia: reducir el argumento a dos simples posibilidades (falsa dicotomía). Y entonces, se acaba el diálogo, porque cuando sólo hay extremos, la confrontación es inevitable. Volviendo al principio del artículo, sólo de ese modo entiendo que en el mundo de la educación se polaricen tanto los debates. Ya escribí en una entrada sobre el “fundamentalismo pedagógico”. Pues, tras la falsa dicotomía, algunos recurren incluso a la falacia “ad baculum” y sencillamente imponen sus opiniones por la fuerza.

El fondo del problema creo que es el siguiente: resulta muy fácil criticar las opiniones que aparecen en una entrevista, pero es más difícil leer el libro del autor y desmontar con hechos, evidencias y estudios rigurosos todos los hechos, evidencias y estudios rigurosos que el autor aporta para fundamentar sus opiniones. Opinar sin conocer, es una falta de rigor. Porque creo que lo que nos conduce a los extremos son la falta de rigor, la falta de formación y, por tanto, la falta de criterio. 

Sin embargo, evitar los extremos no equivale a renunciar al propio criterio, que en cierto sentido son opiniones formadas que una persona ha pensado, contrastado y ha procurado fundamentar, y se logran tras una labor de discernimiento. Es cierto que tener criterio no implica tener razón. Pero sí implica que, quien no está de acuerdo, se esfuerce por argumentar y fundamentar bien la opción contraria. Lo que no entiendo es que muchas veces se acabe tildando de extremistas o intolerantes a quienes tienen criterios sólidos. De hecho, creo que las personas que carecen de criterio son las que caen más fácilmente en los extremos y en cualquier fundamentalismo. Pues quienes no son capaces de argumentar con solidez sus puntos de vista, son arrollados por cualquier corriente que brille, suene a moderna, sea políticamente correcta, o esté socialmente bien vista. Otro fenómeno que suele darse entre quienes no tienen criterio, es el de quienes no defienden ninguna opinión porque “todo es cuestión de equilibrio”. Pero sobre ese tema ya escribió un buen artículo Catherine L’Ecuyer en su blog. 

Sólo añadiré un matiz, aunque ya lo puse por escrito hace tiempo. Nunca he estado en contra de que la educación se sirva de la tecnología. Lo que no entiendo ni alcanzo a comprender es el abuso indiscriminado que muchos centros educativos hacen de los medios digitales. Pues la tecnología en sí misma no es buena ni mala: que sea buena o mala depende del uso que hagamos. Pero eso implica que, cuando hablamos del uso, ya no es posible mantener la neutralidad en los juicios, no todo vale. Si los hechos, las evidencias y los estudios rigurosos nos dan el claro criterio de que el abuso de los medios digitales durante la infancia y la adolescencia tiende a ser nefasto para el aprendizaje y la madurez de los alumnos, quizá sea el momento de admitir que eso de que cada niño tenga un ipad en propiedad desde edades tempranas y lo use como soporte para la mayoría de asignaturas, no es precisamente hacer un buen uso del dispositivo y puede acarrear más males que los bienes que pretende lograr. Y si nos habíamos dejado llevar por la moda, nunca es tarde: rectificar es de sabios.

1 comentario:

  1. Apreciado Joan, coincido con tu valoración. No obstante, en el tema de las nuevas tecnologías, soy partidario de mantener a los menores alejados de estos dispositivos. Sobre todo en los colegios. Un buen maestro no necesita de un ipad. Va siendo hora de que confiemos en nuestros profesores. Y eduquemos a nuestros hijos para que se acudan al aula para aprender o por lo menos comportarse.
    Sigo. No está mal que haya un ordenador en el centro de la casa para toda la familia. Pregunté al Dr. Spitzer la edad a partir de la cual era partidario entregar smartphone y me contestó que dependía de la madurez del menor, pero nunca antes de los 16 años.
    Abrazos,

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