El blog cumple tres años. En los
últimos meses no había escrito nada. La verdad es que no es por falta de ideas.
Ni por falta de tiempo. Ni siquiera por falta de ilusión. Los motivos son
otros, y no es mi intención explicarlos. Es probable que dentro de un tiempo (largo
o breve, no sé) vuelva a escribir. En todo caso, hoy me apetecía escribir algo,
no necesariamente para mantener las constantes vitales del blog. Sólo me
apetecía. Así que dejaré una reflexión antes de fin de año.
Nos repiten machaconamente que hay que
adaptarse a los tiempos. Como en nuestra época todo es rápido, fugaz, volátil o
superficial, parece que para adaptarse a los tiempos hay que estar saliendo de
la “zona de confort” a cada minuto, hay que cambiar las metodologías porque en un
solo curso escolar se tornan obsoletas, hay que conocer y adaptarse a cada una
de las novedades, es de vital importancia estar enterado al minuto de todo lo
que ocurre en la otra punta del planeta, renovarse una y otra vez, vivir
frenéticamente,…
Sin embargo, aunque considero buenos
tanto el cambio como la capacidad de adaptación, hay que matizar. Y mucho. Creo
que cada época tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Sus virtudes y
sus defectos. Y también considero que una “buena adaptación” requiere de una
profunda reflexión… Y esa “malsana”
prisa del mundo actual que pretende que estemos siempre en la cresta de la ola,
creo que en realidad es lo que impide toda adaptación. Creo que es uno de los
defectos de esta época... Porque el cambio es bueno, pero creo que el cambio
constante es destructivo. Ese cambio constante impide la reflexión. Impide la
observación. Impide el crecimiento. Impide la creación de algo estable… Todos
sabemos que ante un cambio importante, un niño sufre consecuencias. Ahora imaginemos
el comportamiento de un niño cambiando cada seis meses de vivienda… Quizá el
exceso de cambio no sea tan bueno. Quizá hay que dejar de hablar del cambio y
empezar a hablar de “estabilidad”. Estoy con Chesterton, ese autor que
tantos citan pero tan pocos han leído…: “El
niño necesita conocer las cosas que son fijas, no las que están
cambiando: debemos enseñarle la belleza y no la moda”… Porque la vida
misma es voluble. Y si el niño no ha asentado una base sólida, la corriente se
lo llevará tarde o temprano. Ocurre en todos los ámbitos de la vida.
Porque creo que todo ser humano
busca estabilidad. Y también creo que madurar comporta caer en la cuenta de la
inestabilidad de nuestra existencia. A veces ese “caer en la cuenta” es
traumático. Y precisamente, cuanto más frágiles nos descubrimos, más necesidad
tenemos que aferrarnos a algo estable. Y con más intensidad lo buscamos. ¿Y
cuál es el momento de mayor fragilidad del ser humano, la etapa que más
necesidad tiene de estabilidad? Creo que es la infancia y juventud, esos
momentos de maduración y de crecimiento por excelencia. Esas etapas que
requieren de referencias y de referentes. Así que, en vez de fomentar el cambio
y la continua adaptación, o en vez de pretender sacar continuamente a los niños
de esa “zona de confort” tan poco definida, como predica la sacrosanta
pedagogía competencial, quizá lo que debamos hacer sea exactamente lo
contrario… Porque, queramos o no, el cambio siempre llega. Es ley de vida. Así
que, ¿para qué afanarnos en buscarlo y adorarlo?
Ya hace unos cuantos siglos, se
confrontaron las ideas de un par de tipos. Se llamaban Heráclito y Parménides.
Para el primero, toda la realidad cognoscible era movimiento. Para el segundo,
el verdadero conocimiento debía ser estable y sin fisuras, por lo que el
movimiento no era más que “apariencia” de realidad. Eso es lo que se llama
“extremos”. Y cabe señalar que la gran mayoría de los antiguos filósofos no se
encontraba en ningún extremo: buscaban aquello que era estable dentro del
movimiento. La reflexión viene de lejos… Aunque sólo añadiré una observación
sobre los extremos: si se acepta como punto de partida (o como conclusión) que
todo es movimiento e inestabilidad, jamás se buscará aquello que “permanece” al
cambio. Así que resultará imposible construir algo. La reflexión en sí misma sería
absurda.
Hace poco me escribió un antiguo
alumno de cierto colegio que no deseo nombrar. Decidió dedicarse a la docencia.
Y no le gusta demasiado lo que ve. Será que, aunque se ha formado en el siglo
XXI, nació en el siglo XX y no se ha adaptado a los cambios… Con su permiso,
reproduzco uno de los párrafos que me escribió: "cuando fui a [...] para salvar los libros de latín y griego que todavía
se encontraban en la biblioteca, hallé un curioso libro titulado Los charlatanes de la nueva pedagogía
que ataca de manera magistral y en sus fundamentos filosóficos e históricos la
estupideces de los pedagogos actuales. El autor es un tal Lucien Morin. Parece
ser que la última vez que a alguien se le ocurrió sacar este libro de la biblioteca
fue en 1980. No es de extrañar que con el tiempo se haya llenado
inevitablemente el colegio de charlatanes".
Debe ser por eso que los charlatanes
niegan el valor del conocimiento (es de lo que carecen) y debe ser por ello que
temen a quienes lo poseen. Porque el que no tiene fundamento o se niega a
buscarlo es un ser superficial. Y cualquier persona superficial, fácilmente se
convierte en un charlatán. Para el charlatán, cualquier idea que “brille” es
buena. Pero si hace suya “esa” idea, fácilmente se convertirá en un
fundamentalista, pues al no tener ninguna más, la adorará. Incluso llegará a
creer que es propia. Y si se juntan unos pocos charlatanes que comparten la
misma idea… Es probable que el charlatán actúe de forma inmoral para imponer
“su” idea, pues desde que decidió adorar al dios del cambio, el fin justifica
los medios. Y como es incapaz de argumentar su postura, no le queda más remedio
que eliminar a quien considera un oponente. Y como el charlatán es de por sí
astuto, acostumbrado como está a aparentar…
En general, creo que los
fundamentalistas triunfan a menudo. Pero con el paso del tiempo, llegará el
descubrimiento de la mentira... Tarde o temprano, cualquier charlatán es
descubierto, cual “falso profeta”. Porque “ese tipo” de ideas suelen producir
lo contrario de lo que prometen… No tienen recorrido porque carecen de
fundamento. Y los efectos secundarios pueden ser destructivos. Porque muchas
veces se descubre que ese “adaptarse al cambio” ha removido hasta los
principios más sólidos que tenían esas instituciones que se pusieron en manos
de charlatanes… Y si alguien pensaba que el problema ha desaparecido con “el
charlatán” de turno, poco tarda en descubrir que los problemas más serios están
por llegar. Porque cuando el charlatán se va, la devastación ya se ha
producido. Y se pone de manifiesto el verdadero drama...
Creo que este principio sigue siendo
válido universalmente: para emprender
cualquier cambio, es necesario poner los cimientos.
Feliz año nuevo.
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