En los últimos años se han creado
muchos debates en torno a la educación. En la mayoría de los debates parece que
se enfrenten dos extremos opuestos e irreconciliables. Parece que nos obliguen a “tomar
partido” por alguna opción particular... Creo que la mayoría de esos debates son
falsos. No sólo considero que son falsos, sino que también intuyo que se han
creado artificialmente. Y me atrevo a decir que en ese tipo de debates tan sólo
existe un extremo…
¿Cómo surgen los extremos? Creo
que cuando alguien quiere vender un producto o sacar algún beneficio, lleva
todo a los extremos. Porque cuando los extremos se han fijado, ya no es posible
el debate: tan sólo se puede elegir una opción. Y el extremo que quiso venderse
desde el principio se acaba imponiendo. Y se impone por un motivo muy simple:
porque “el otro extremo” jamás existió. Ese “otro extremo” suele ser un
“estereotipo”. Es decir: el extremo que quiso venderse “creó” a un falso
extremo contrario y lo convirtió en un “enemigo imaginario”. Por tanto, el
siguiente paso es vender al mundo que en “ese otro extremo” están los malos. Y de
ese modo, los que desean venderse pueden mostrarse como “los buenos”, aunque no
lo digan... En realidad, se trata de una estrategia muy común en muchos ámbitos
de la vida. Y se ha repetido a lo largo de la historia. La novedad es que está
ocurriendo en la educación desde hace unos cuantos años.
¿Cómo logra “el extremo de moda”
(ese que quiso venderse) crear a su “enemigo imaginario”? Muy fácil: une su
teoría o producto a cualquiera de los principios “políticamente correctos” que
todo el mundo (o la opinión pública) considera como valiosos. Véase, por ejemplo, “innovación”,
“novedad”, “valores”, “emociones”, “creatividad”,… De ese modo, cuando
pensamos en uno de estos términos, enseguida lo asociamos con la teoría o
producto en cuestión. En el mundo educativo, por ejemplo, hablar de
“creatividad” conllevar demasiadas veces pensar en “sir Ken Robinson” y su producto. Aunque
la idea que ofrece sir Ken sobre la creatividad sea en realidad un simplismo
reduccionista… Porque, cuando empiezan las críticas, el extremo que desea venderse se
dedica a “encasillar” en el otro extremo a todas las opiniones que parezcan
críticas con su producto... Por ejemplo, si alguien se cree y defiende que la “flipped
classroom” es lo innovador, por ejemplo, encasillará a todo aquel que critique cualquier
aspecto de las “flipped classroom” como “enemigo de la innovación”. Tal cual,
aunque el “supuesto enemigo” sea más innovador que él. Y ya no hay
necesidad de argumentar a favor del producto que se quiere vender: se vende
solo…
De ese modo, se le asigna a las
opiniones contrarias un nombre que el hombre posmoderno aborrezca. En el mundo
educativo, por ejemplo, basta con llamar a alguien “tradicional”. Da igual si
es o no “tradicional”. Da igual si defiende o no la denostada y mal denominada “escuela
tradicional”. Incluso da igual si lo que dice está avalado por la evidencia. Se
le encasilla y ya está: un enemigo menos. Por ejemplo, un extremo pedagógico
imperante afirma falsamente que “la clase magistral no es buena porque promueve el
aprendizaje pasivo”. Pensemos que gracias a esa afirmación se han vendido
muchos métodos fraudulentos en las aulas… Así que todo el que diga algo bueno
de la clase magistral (o sobre la instrucción directa en general) es el
enemigo. Y punto. De hecho, estamos en un momento en el que decir algo bueno de
la “clase magistral” equivale a ser el más terrible de los profesores
abominables… Así pues, cualquiera que muestre “aires de disidencia” contra los
extremos de la “pedagogía imperante” (o del extremo que se ha impuesto) es el
candidato ideal para estar en “el otro extremo”… Y así, el extremo que quiso
vender su producto le “pone cara” a ese “enemigo imaginario” y lo convierte en
“chivo expiatorio”. Si alguien cree que exagero, no tengo el menor problema en
poner ejemplos reales y concretos de cómo esto ocurre en el mundo educativo.
Sí, el
mundo educativo está lleno de extremistas. Pero es importante entender que el
extremista no es “el que vende” el producto. Ni tampoco el que tiene intereses
particulares y usa a la educación según esos intereses... Crear un extremo por
interés no es ser extremista. Básicamente se puede convertir en extremista “el
que compra” sin procurar discernir. O el que se deja deslumbrar por el gurú de
turno o por el producto milagroso del momento. Es susceptible de ser extremista
el que convierte a su colegio (o a su aula) en el paradigma de
lo nuevo, de lo que brilla, de la moda pasajera,... Y ya considero que es
extremista el que defiende a capa y espada esas modas pero sin argumentar ni
aceptar crítica alguna. De hecho, el prosélito que compra el producto tiende a
entregarse al método con fe ciega. ¡Es que muchos se lo creen de verdad! Y el
extremista tiene todos los números para convertirse en fundamentalista. Y estoy
seguro de que muchos de quienes actúan de ese modo tienen buenas intenciones.
Pero las buenas intenciones sin discernimiento suelen convertirse en las peores
pesadillas… Las buenas intenciones y la ignorancia han producido demasiados
desastres.
Quienes
crean los extremos y sacan beneficio de ello son poquísimos. Aumentan los que
“compran el producto sin pensar”, aunque no creo que haya demasiados
extremistas o fundamentalistas entre ellos, pero los hay... Sin embargo, la realidad
es mucho más rica que los extremos: hay muchos matices e innumerables puntos de
vista. Pero sí que me gustaría señalar
una práctica “perversa” que se da entre esos extremos ficticios. A mi entender
es peor que cualquier extremo. Se trata de ese amplio grupo de personas que
proclama aquello de que “todo es cuestión de término medio”... No es que defiendan un término medio, es que la mayoría no creo que sepan de qué están hablando. El
pobre Aristóteles debe estar dándose cabezazos contra la pared al comprobar
cómo, una y otra vez, se saca de contexto su definición de virtud para
justificar la mediocridad… Veamos: quienes no tienen convicciones ni criterios
formados pero tampoco gustan del extremismo, tienden a opinar alegremente
intentando contentar a todos. Y para eso, es recurrente usar de forma
equivocada el concepto del “término medio”. Porque muchos de quienes hablan del
“término medio”, en realidad quieren decir “consenso”. A veces lo llaman
“equilibrio”. Nada que ver con la definición de Aristóteles... Es como intentar decir “todos tienen razón” para no mojarse, porque creo que esa actitud tan sólo
busca contentar a todo el mundo. Además, situarse en ese falso “término medio”
ecuánime otorga apariencia de sabiduría. Es la actitud de muchos de quienes no saben. Pero tampoco quieren saber ni les importa conocer, aunque delante de los demás
tienen que aparentar saber…
Es
fácil detectar a los defensores del falso “término medio”: si uno les pregunta,
jamás serán capaces de concretar en qué consiste ese “término medio” del que
hablan. Dirán vaguedades o pondrán ejemplos concretos que no aclaren nada. Eso sí, lo dirán con mucha seguridad... Pero
poco más. Si uno les aprieta, dirán generalidades. Si se les insiste más,
justificarán el “término medio” con frases recurrentes: “la ciencia ha
demostrado”, “dijo un catedrático en una conferencia”, “dicen los expertos”,
“vi un reportaje sobre Finlandia”,… Quizá el defensor del término medio hable de “ese libro” que leyó (en
realidad sólo leyó “ese”) y parafrasea sus ideas: por ejemplo, es habitual haber leído a Richard
Gerver y considerarse un experto en educación al repetir sus “tópicos”…
Pero si se les aprieta demasiado, la solución de quienes defienden ese falso
“término medio” es rebelarse y “encasillar” como extremista a quien desea de
ellos una respuesta. Y se quedan tan anchos en su indeterminación. Pero jamás
concretarán ningún “término medio” a pesar de defender ese supuesto “término
medio”. Porque concretar equivale a “mojarse”. Y si te “mojas”, te colocan en
un extremo. Y si te colocan en un extremo, ya no hay “consenso” posible: uno
queda señalado... De ahí esa cómoda, cobarde y pusilánime postura del falso
“término medio”… A diferencia del extremismo, esta postura está extendida y es
compartida por muchos. Y me preocupa más que el extremismo, pues equivale a un
conformismo ignorante que no se considera ignorante...
Porque
quizá el problema del fundamentalismo pedagógico no sean esos pocos vendedores de humo ni esos pocos extremistas
o fundamentalistas. Si nadie les siguiera
el juego, no habría fundamentalismo. Y si no se diera ese fenómeno
parasitario del “término medio”… Si más
gente se atreviera a gritar que el emperador va desnudo, acabaríamos de un
plumazo con tanta tontería. Quizá el problema de que ciertos fundamentalismos
pedagógicos hayan triunfado en muchos lugares sea ese: que nadie se atreve a
decir lo que todos ven... O quizá no todos lo ven. Reconozco que resulta
difícil darse cuenta de algunas cosas, más cuando uno está inmerso en la vorágine
del “día a día”. Así que quizá el problema sea que nos hemos acostumbrado a
mirar las sombras de la caverna. Quizá el problema sea que tenemos miedo a que la
luz del sol nos deslumbre. O quizá sea el miedo a que el “rebaño” nos rechace
si nuestra opinión no concuerda con la mayoritaria. Para quienes viven con
miedo, la opción fácil es optar por ese cobarde “término medio”… Quizá el
problema sea que cada uno de nosotros creemos tener ideas propias cuando, en
realidad, sólo seguimos a otros como si fuéramos borregos…
No me
importa admitirlo: yo también he sido forofo de unas cuantas estupideces. Me
alegro de no haber tenido cargos de responsabilidad en los momentos de
ofuscación fundamentalista… Y admito que he llegado a defender incluso
estupideces pedagógicas de las que tanto critico. Al menos las defendí hasta
que me percaté de que eran una estupidez. Porque irse a los extremos es muy
humano, y creo que todos tenemos alguna experiencia personal de ello. Es propio de las épocas de
inmadurez. De hecho, durante la adolescencia tenemos la tendencia de movernos hacia los extremos. Creo que ocurre en diversos momentos de la vida, como cuando
uno piensa que “ya domino” pero en realidad ha dedicado poco tiempo a la
materia como para dominar. Pero llega una edad en la que toca madurar. O se supone que hemos madurado...
Teóricamente, porque hay demasiado infantilismo en el mundo educativo. Quizá
todos los problemas de la educación se reduzcan a un problema de madurez generalizado…
Creo
que lo realmente malo no es el error, sino la ofuscación. Creo que el ser
humano, cada uno de nosotros, tiene la obligación y la responsabilidad de
intentar discernir qué es lo que funciona y lo que no funciona en sus
ocupaciones habituales. Porque vender un método que no funciona es engañar a
las personas que uno tiene delante, y la mentira es algo muy feo. Creo que es
una obligación personal informarse (y formarse) cuando uno se dedica a ello. Y
también es una obligación reconocer el error y reparar. Aunque iré más lejos: saber
que algo no funciona y callar es más feo todavía. Y rajar del jefe fundamentalista
a su espalda mientras se le sonríe a la cara, y a su vez callar ante padres y
alumnos a sabiendas de que el método no funciona, ya ni os cuento: todo eso equivale además
a engañarse a sí mismo, algo más feo todavía... Y no sigo.
Porque,
para concluir, creo que es necesario ser honesto. Y especialmente los profesores tenemos que
procurar ser honestos: nuestra responsabilidad es muy grande. Pero no hace falta firmar un código deontológico ni hacer un
juramento hipocrático. Basta con formarse, leer, pensar las cosas, discernir
antes de decidir, comprobar si es necesario, rectificar dando la cara si no vimos antes el error,... Creo que todo ello es una responsabilidad
personal. Son actividades humanas “de siempre”, actividades “mentales” de corte
“intelectual”. Por mal que suenen en nuestro mundo posmoderno, esas actividades
se resumen en “cultivarse” o “adquirir criterio”. Creo que nunca será honesto
quien no se esfuerza en adquirir un criterio fundamentando en el conocimiento
que es de su competencia. Sin “criterio” ni “conocimiento”, quizá alguien
llegue a ser “auténtico”. Pero será una autenticidad fraudulenta. Y, por tanto,
deshonesta. Aunque las intenciones sean las mejores.
En
definitiva, para que todos lo entiendan, lo resumiré de la forma más simple:
para no caer en los extremos basta con buscar honestamente la verdad, una obligación de todo ser humano.
Hombre, tanto como que sea una obligación... ser feliz, y vivir bien es lo principal. Eso de decirme lo que tengo que hacer es más bien extremista. Yo creo que hay que mantenerse entre una orilla y la otra. Ya sabes, donde no te mojes.
ResponderEliminarPues lo reduciremos a "buscar la verdad es una sugerencia pero no una obligación". Cuidado con las ironías: nos alejan del "término medio"...
EliminarBien mirad, entre orilla y orilla no sólo te mojas del todo, sinó que también te ahogas.
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