La autoestima se define como la “valoración que uno tiene de sí mismo”.
Es la forma en que cada uno se considera frente a los demás, por sus cualidades
o sus rasgos personales. La autoestima puede ser positiva o negativa,
dependiendo de la valoración que cada uno haga de sí mismo.
La autoestima influye mucho en
nuestro modo de actuar y en nuestras motivaciones. Y la baja autoestima es
causa de muchos problemas: puede coartar de tal modo a una persona que viva
desconfiando de los demás, que tenga miedo a actuar, o que se considere incapaz
de alcanzar cualquier meta. La pregunta viene a ser: ¿Cómo podemos ayudar a un
alumno con la autoestima baja?
Lo más importante para crear la
valoración que un niño tiene de sí mismo es el trato con sus progenitores. Es
importante, pero no es determinante, pues somos libres y también cuentan otros
aspectos. Pero es necesario señalar que la autoestima depende esencialmente de la
familia, no del colegio. En su libro Educar en el asombro, Catherine
L’Ecuyer habla de la importancia del apego en los primeros años, de respetar el
asombro de los niños, o de conceder esa libertad en ámbitos como el juego,
marcando límites en otros aspectos. Porque un límite es un criterio claro que
también da seguridad al niño. De ese modo, en el momento en que el niño adquiere
el uso de razón, es probable que la valoración que tenga de sí mismo sea
positiva.
Si desde pequeños enchufamos continuamente
al niño en la tele o en el ipad para estar más tranquilos, o si no prestamos
atención a las cosas que le llaman la atención, el niño crece con la sensación
de que sus padres no le hacen caso ni le valoran. Si queremos controlar hasta el
más mínimo detalle de su vida o si lo sobre estimulamos para que sea un nuevo
Einstein, no le concedemos al niño margen de maniobra, y es probable que crezca
pensando que depende de estímulos externos. Si concedemos al niño todo lo que
desea, le reímos todas las gracias, o le recordamos constantemente lo
maravilloso que es, vivirá frustrado cada vez que algo le cueste esfuerzo.
Estos son ejemplos de cómo dañar la autoestima de los niños.
¿El colegio tiene incidencia en
la autoestima del niño? También influye. Pero, aunque tenga importancia, siempre
será menor de la que tiene la familia. Por ejemplo, si los padres sobre
estimulan al niño y siempre lo tienen ocupado con tareas “útiles para su
futuro”, y además en el colegio se siguen las pautas de la estimulación precoz y
del conductismo, se deja muy poco margen para el crecimiento personal del niño.
No nos damos cuenta hasta que, cuando alcanza la adolescencia, el niño se
siente vacío y explota, pues tiene la desagradable sensación de que la vida que
vive no es suya. Es cuando las notas se resienten y la persona se vuelve
apática. O, por ejemplo, si en casa enchufamos continuamente al niño a los
aparatos electrónicos para que no moleste, le compramos un móvil a los diez
años, y en el colegio a esa misma edad empieza a usar un ipad para casi todas
las tareas, lo lógico es que el niño acabe dependiendo de los aparatos, por no
decir que es más que probable que se cree una adicción. Y esas cosas no son
culpa de los profesores que tiene en la ESO, que harán lo que puedan ante el
caos vital de ese tipo de adolescentes. Aunque lo más fácil es señalarles a
ellos.
El niño es el protagonista de su
educación, estoy de acuerdo. Pero la película que protagoniza el niño
difícilmente valdrá la pena si no hay un buen guionista, un buen director, si
el vestuario no es el adecuado, o si toda la película se basa en los efectos
especiales. Y es bueno recordar que quienes llevan la batuta de la sinfonía son
los padres, no el colegio. Es cierto que un mal profesor o un profesor
demasiado autoritario pueden mellar la autoestima de un niño. Pero lo que será
realmente importante para que el niño salga airoso, será la actitud de los
padres ante esa situación, no la poca profesionalidad o la poca empatía de uno
o varios profesores. Un profesor puede influir negativamente. Pero ese influjo
será mayor o menor en la medida que los padres se impliquen en la educación de
sus hijos.
Ante la
evidente falta de autoestima de muchos niños, se nos venden los métodos
educativos basados en que el niño “construya su propio conocimiento”. Porque
algunos siguen pensando que, quienes dañan la autoestima de los niños, son los
colegios que usan los mal denominados “métodos tradicionales”... Esta es la
cantinela de moda: “Si utilizas tal método,
los niños serán los verdaderos protagonistas, su aprendizaje será activo, y se
sentirán mejor consigo mismos”. Pero los métodos sólo son estímulos
externos. Por sí mismos, tienen escaso valor. En el colegio, creo que lo que
incide en la autoestima del niño, para bien o para mal, es la actitud del
profesor, no el método que utilice. Que el aprendizaje del alumno sea activo y
que el niño esté a gusto en una clase, no depende de los métodos ni de las
competencias que podamos enseñarle. Creo que más bien depende del marco
antropológico del profesor. Depende de si el profesor es capaz de relacionar el
aprendizaje con el conocimiento previo del alumno. Depende de si el profesor ve
al alumno como persona capaz de entender activamente los conceptos, de pensar,
de asimilar, de aprender, o de poseer palancas de motivación internas y no sólo
externas. Porque lo que percibe el alumno es la actitud y disposición del
profesor. La educación no es una cuestión de métodos o teorías. La educación es
una cuestión de personas.
También se nos repiten
constantemente los dogmas del “positivismo emocional” para aumentar la
autoestima de los niños. Parece ser que los profesores siempre tenemos que
decir a los niños cosas positivas, recordarles lo importantes que son,
adecuarnos a todas sus necesidades, hacer “cariñogramas”… Se han puesto de moda
en las redes sociales los vídeos de profesores recibiendo a sus alumnos con
saludos personalizados o de profesores diciendo a sus alumnos, uno a uno,
cuánto les quieren y lo importantes que son para el mundo. Pero eso es
trasladar la “hiperpaternidad” a la escuela. Todo ese positivismo no es más que
un cúmulo de estímulos externos, sentimentalismo efímero, que no tiene ningún
valor por sí mismo si no va acompañado de una actitud o disposición interior
del profesor. Además, ese “positivismo emocional” no se corresponde con la
realidad, pues para que la autoestima sea fuerte, también es necesario conocer
las propias limitaciones, las propias carencias, exigirse y ser exigido.
Un adolescente puede sentirse
apreciado con una mirada. Cuando el profesor le trata de tú a tú, el alumno entiende
que confía en él: muchos adolescentes agradecen que les traten como adultos. Cuando
un profesor se fía de la palabra del alumno, cuando el profesor arenga al chaval
para que recapacite o se esfuerce más, cuando señala el error sin ofender,
cuando el profesor define claramente los límites, cuando el profesor es
consecuente y coherente, transmite a sus alumnos que les importa. Es decir, no
es necesario que les diga “te quiero” para que aumente su autoestima. Cuando al
profesor le importan sus alumnos, lo demuestra con su actitud, con su
disposición, y con su profesionalidad, que es una forma de respetar al alumno,
no con los métodos o con la mera empatía, que es la palabra que toca analizar
en la siguiente entrada.
Ese paternalismo artificial (nacida de una exigencia absurda) es lo que nos convierte en personas poco receptivas al afecto real. Educar consiste en dejar a alguien asumir las consecuencias de sus actos, no en edulcorarlas. No en vano nos hallamos en la era de los azúcares refinados, los sucedáneos cancerígenos y la mierda envuelta en papeles de colores.
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