Cuando un adolescente imberbe de
quince años insulta en clase a un profesor, siempre existen múltiples explicaciones.
Según el actual discurso educativo, si eso ocurre en un aula es porque el
profesor es mal profesor y punto. Él tiene la culpa porque no comprende al
alumno. Se le dirá al profesor: “El niño tiene que estar motivado, feliz y
contento en el colegio, y tú no lo has logrado. Eso no debería ocurrir”. Aunque
podamos considerar que un profesor con “poca empatía” podría ser un atenuante
del insulto, esa no será la causa del insulto. Además, creo que tener poca
empatía no es ningún delito. Casi nadie reparará en el único hecho objetivo:
quien ha faltado al respeto o a la integridad del “otro” ha sido el alumno, no
el profesor. Es cierto, el alumno es menor y el profesor tiene que estar por
encima de un insulto. Pero lo preocupante es que parece ser que en nuestra
sociedad cualquier menor de edad está eximido de toda responsabilidad.
Cosas como esas ocurren, queramos
o no, porque las relaciones humanas no son tarea fácil, y menos en el trato con
adolescentes. Es simple: si un profesor quiere enseñar y un alumno no quiere
aprender, la relación profesor-alumno siempre será compleja. Es algo que no
tiene nada que ver con el método que se utiliza para enseñar ni con la empatía
del adulto. El buen profesor hará lo que esté en su mano para que el alumno
desee aprender. Pero si el alumno tiene problemas en casa, problemas o
carencias de aprendizaje, problemas en el trato con los demás, problemas con
las drogas (reales o virtuales), o sencillamente no encuentra ningún sentido en
el horizonte de su vida, el buen profesor hará lo que pueda por ayudarle, ni
más ni menos. Pero sin descuidar que los otros treinta alumnos tienen problemas
similares a aquel que ha insultado al profesor. La diferencia es que esos otros
treinta alumnos no le han insultado.
Un alumno que insulta al
profesor, tan sólo muestra una carencia. El problema no es el insulto o el
enfrentamiento. El problema es lo que hay detrás de ese insulto. Y el insulto
puede tener muchas razones. Generalmente, un buen profesor aprende con el
tiempo a discernir lo que le pasa al alumno. Y muchos profesores se ponen a
disposición, escuchan y ayudan en lo que pueden. Sólo hay una excepción: cuando
el profesor descubre que detrás del insulto está el capricho de un niño
consentido. Pero el alumno no siempre responderá positivamente a la ayuda.
Porque aceptar las limitaciones y superar las frustraciones es otro de los grandes
problemas de nuestros alumnos: muchos esperan que un simple “click” lo
solucione todo.
Con el actual panorama educativo,
por desgracia, ya no me impresiona que un alumno insulte a un profesor.
¿Deberíamos castigar al alumno? Nunca he sido muy amigo de los castigos, pero hay
que reconocer que son útiles si están bien planteados. En todo caso, no creo
que sea bueno para el alumno ni para la comunidad educativa dejar pasar siempre
las faltas de respeto de un adolescente. Sin embargo, un castigo sólo muestra
al adolescente que el insulto no es el medio para expresar los problemas en una
sociedad civilizada. Es decir, un castigo o una sanción no solucionan la
frustración o la inseguridad que el adolescente demuestra con el insulto.
¿Cómo podemos ayudar al alumno a
“gestionar sus emociones”? Los “talleres de emociones” o las “técnicas de
educación emocional” pueden ser más o menos útiles. Pero no creo que ayuden a
resolver el problema. Los talleres de emociones son como el castigo: no van al
fondo de la cuestión. Pues, por más que el alumno alcance a identificar todas
sus emociones, lo importante no es la emoción en sí, sino la causa de esa
emoción. La emoción sólo es una respuesta a un estímulo. En otras palabras: si
el insulto se debe a una frustración, el problema no es el insulto, es la
frustración. El insulto sólo es la expresión de esa frustración en forma de
emoción: la ira. Pero le damos demasiada importancia a las emociones, y nos
quedamos con frecuencia en la superficie. Si educamos las personas, creo que lo
más eficaz para enseñar a “gestionar las emociones” es ofrecer al alumno un
modelo de conducta. Pero eso no es algo teórico ni se enseña con talleres. La
actitud del adulto equilibrado ante el insulto, ante la reacción del alumno, es
lo que educa. Ser capaz de no ofenderse, de no perder los nervios, de señalar
el error sin ofender a la persona, de mostrar que esa reacción no es propia de
él, de comprender lo que hay detrás del insulto, de aceptar al alumno a pesar
del insulto, haya o no castigo… Un alumno inseguro o un alumno frustrado, busca
seguridad. Y la seguridad la ofrece el adulto equilibrado, no el método. Identificar
las emociones puede ayudar al alumno a “identificar las emociones”, creo que a
nada más.
¿Cómo podemos ayudar al alumno a
superar la frustración que le ha llevado a proferir el insulto? Creo que la
única manera es escuchar mucho y dedicar tiempo. Como he comentado, un profesor
hace lo que está en su mano ante estas situaciones y ante estos alumnos. Y, a
pesar de las críticas que recibe el colectivo docente, muchos se implican más
de lo que corresponde a su labor. Pero un profesor se encuentra con diversos
problemas. Por enunciar algunos ejemplos: el profesor no es el principal
responsable de la educación del niño. El profesor no es psicólogo, psiquiatra,
ni especialista en problemas afectivos. El profesor tiene sus propios
problemas, así como familia, amigos o compañeros con situaciones que también
pueden ser complejas. Que el trabajo de profesor sea “muy vocacional” no
significa que el profesor tenga que hacer suyas todas las batallas.
¿Tiene el profesor la obligación
de implicarse con los problemas personales de cada uno de sus alumnos? Creo que
a quienes les corresponde implicarse es a los padres del niño, no al profesor. Un
profesor con buena voluntad e implicado en su labor, llega y ayuda hasta donde
puede. Pero la respuesta a la pregunta a si es su obligación es clara: no. Lo
que me parece mal, como ocurre con frecuencia, es que se pretenda que el
profesor solucione todos los problemas del niño. Y, si no lo logra o no lo
intenta, entonces se le señala como mal profesor. Y lo peor es que demasiadas
veces acabamos convirtiendo al profesor en la causa principal de los problemas
del niño, eximiendo a los padres de su responsabilidad como primeros educadores.
Creo que lo más inteligente siempre es ayudar a los padres a que se impliquen
en la educación de sus hijos. Otra cosa es que los padres se dejen ayudar…
Un profesor puede ayudar mucho a
un alumno a todos los niveles. Pero los primeros responsables de la educación
del chaval en todas sus dimensiones son sus padres. Y si, por ejemplo, un
adolescente de quince años no quiere estudiar o tiene infinidad de problemas
personales, la culpa no es del profesor. Cuando el alumno llega a manos del
profesor, la historia personal del alumno es larga y compleja. El profesor sólo
hace lo que está en su mano para ayudarle a partir de su principal misión, que
es enseñar. Hace lo que puede, y suele ser mucho, a pesar de que pocas veces se
le reconoce. Por eso me parece tan injusto que los profesores estén en el
“punto de mira” de todos los problemas educativos.
La afectividad es importantísima,
tanto que es parte integral de nuestro “ser humano”. Si un adolescente adolece
de una afectividad frágil, creo que la principal razón es que jamás ha
encontrado buenos modelos de conducta o a personas que le tomaran en serio. Y
buscará afecto en cualquier sitio. El profesor fácilmente puede ser la persona
escogida por el niño. Pero el profesor jamás podrá suplir las carencias del
niño por más cariño y entusiasmo que ponga en su labor. Esas carencias suelen
encontrarse en el hogar, no en el colegio. La autoestima se forja en el trato
con los padres, en la familia, y el colegio es un ámbito educativo secundario,
por más horas que el alumno pase allí. Un profesor atento será un “remedio
paliativo” o un “antiinflamatorio emocional” para un adolescente problemático,
pero no la solución a los problemas afectivos del niño. Como no he dejado de
repetir, creo que gran parte de los problemas de la educación se resolverán
cuando redescubramos que los padres son los primeros y soberanos educadores de
sus hijos.
Juan, estoy completamente de acuerdo con que son los padres los primeros y soberanos educadores de sus hijos. Los profesores con los "instructores", los que instruyen. Aunque instruyendo se educa, inevitablemente. Respecto de los problemas emocionales que puede haber detrás de un insulto, a veces, ni los padres ni cualquier otro pueden solucionarlos. La vida es complicada, los adolescentes deben empezar a entenderlo. Lo verdaderamente educativo, a mi entender, es enseñarle al adolescente que por muchos problemas que tenga en su vida, el de enfrente (profesor o quien sea), si lo trata con respeto, nunca, nunca, merece un insulto. Hacerse adulto pasa por repartir adecuadamente las culpas y las responsabilidades, y no cargar con nuestra basura a quien no la generó.
ResponderEliminarSigo tu blog con interés, Juan.
Saludos de Pilar.
Gracias por el comentario y por la aportación. Es cierto, cada uno debe superar sus frustraciones y todo adolescente tiene que aprenderlo. En eso consiste madurar...
EliminarDesde luego, Juan, leerte es un placer y una clase magistral. Felicidades!!!
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