EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

jueves, 7 de abril de 2016

Educar en la atención



Escribe Simone Weil: “Aunque hoy en día parezca ignorarse este hecho, la formación de la facultad de atención es el objetivo verdadero y casi el único interés de los estudios”. Las palabras de personas sabias, aportan luz. Vamos a desgranarlas.

La educación no puede estar centrada tan sólo en la memorización, es cierto. De hecho, los buenos profesores a lo largo de la historia, jamás lo han hecho. Pero, cuando un niño memoriza, está haciendo algo mucho más elevado que simplemente embutir datos en su cerebro: se está educando para alcanzar un bien más preciado: la atención. Del mismo modo, dice Simone Weil que “si se busca con verdadera atención la solución de un problema de geometría y si, al cabo de una hora, no se ha avanzado lo más mínimo, sí se ha avanzado sin embargo, durante cada minuto de esa hora en otra dimensión más misteriosa”. Porque ese esfuerzo mental por hallar la solución nos educa en la atención, aunque no encontremos la solución, y es más importante alcanzar esa capacidad y mejorarla que resolver un problema.

Porque, además, “cuando uno se obliga por la fuerza a fijar la mirada de sus ojos y de su alma sobre un ejercicio escolar estúpidamente resuelto, siente con evidencia irresistible la propia mediocridad”. ¿Qué mejor acicate para querer aprender que descubrir la propia ignorancia o inoperancia? Pero eso no se puede lograr sin realizar ese esfuerzo. La motivación intrínseca que lleva a desear aprender pasa necesariamente por el reconocimiento de que no sabemos. Este razonamiento choca con la pretensión actual de no provocar traumas a los niños o hacer del conocimiento algo meramente lúdico.

Luego añade: “La inteligencia crece y proporciona sus frutos solamente en la alegría. La alegría de aprender es tan indispensable para el estudio como la respiración para el atleta”. Lo contrario de “divertido” es “aburrido”, no “serio”. Sinónimos de “serio” son, por ejemplo: “reflexivo”, “formal”, “mesurado” o “importante”. En el mundo de la educación se confunden los términos. Se asocia, por ejemplo, la palabra alegría tan sólo a algún tipo de emoción o a lo que es divertido. La satisfacción por hallar la solución a un problema, es un tipo de alegría que poco tiene que ver con lo divertido, pues muchas veces es fruto del esfuerzo por fijar esa atención. Si no educamos los hábitos (siempre en vistas a un fin), el trabajo bien hecho o el esfuerzo, nunca lograremos que los alumnos aprendan a controlar su atención, y nunca descubrirán esa alegría o gozo que produce el conocimiento. Pero, aunque cueste esfuerzo, no se trata de un voluntarismo, como defienden corrientes como el conductismo. Simone Weil lo explica con claridad meridiana: “La atención es un esfuerzo; el mayor de los esfuerzos quizá, pero un esfuerzo negativo. Por sí mismo no implica fatiga. Cuando la fatiga se deja sentir, la atención ya casi no es posible, a menos que se esté bien adiestrado; es preferible entonces abandonarse, buscar un descanso y luego, un poco más tarde, volver a empezar, dejar y retomar la tarea como se inspira y se espira”.

Las nuevas pedagogías que nos invaden, parecen más interesadas en la dispersión. Eso ocurre porque asocian los términos “esfuerzo” y “atención” con ese voluntarismo pedagógico (conductismo) que, ciertamente, ha estado presente en las aulas durante mucho tiempo y ha hecho mucho daño. Se han ido de un extremo a otro, pero no son capaces de darse cuenta. Simone Weil vuelve a aclarar los términos: “Para  prestar verdadera atención, hay que saber cómo hacerlo. Muy a menudo se confunde la atención con una especie de esfuerzo muscular. Si se dice a los alumnos: ‘Ahora vais a prestar atención’, se les ve fruncir las cejas, retener la respiración, contraer los músculos. Si pasado un par de minutos se les pregunta a qué están prestando atención, no serán capaces de responder”.

Y es así como, hoy en día, en un intento por huir de ese conductismo (que consiste en educar la voluntad sin vistas a un fin), hemos caído en las redes de otro extremo más dañino si cabe: el constructivismo. Porque dejamos de educar en lo que es valioso, dejamos de lado a las personas con pedagogías anti intelectuales que rechazan aspectos básicos para que el ser humano se desarrolle: “Aquél que pasa sus años de estudio sin desarrollar la atención, pierde un gran tesoro”. Por el contrario, concluye Simone Weil: “Felices, pues, aquellos que pasan su adolescencia y su juventud formando únicamente ese poder de atención”.

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