EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

martes, 20 de junio de 2017

¿Ha muerto la clase magistral?





Cuando hice el curso de “trabajo cooperativo”, todas las sesiones fueron en formato “clase magistral”. Es paradójico escuchar las bondades de un método que se vende a menudo como la superación de la clase magistral, precisamente por medio de ese otro método al que dice superar. Debo decir que quienes asistimos a aquel curso no lográbamos motivarnos. Creo que se debía a que no podíamos compartir durante las sesiones mediante el trabajo cooperativo lo que estábamos aprendiendo. 

Cuando realicé el curso sobre inteligencias múltiples, el pseudotest que hicimos indicó que dominaba en mí la "inteligencia musical". No negaré que toco varios instrumentos. Pero me hubiera gustado que me dieran las siguientes sesiones incidiendo o partiendo de esa "inteligencia" que destacaba en mí, individualizando de ese modo mi aprendizaje. Porque todas las sesiones fueron en formato “clase magistral”, salvo algún que otro show esperpéntico. Me hubiera gustado que procuraran enseñarme potenciando cada una de las "inteligencias" en las que más destacaba o flaqueaba. ¿O no es eso lo que persigue la teoría?

Del mismo modo, he recibido innumerables conferencias sobre metodologías activas. Y resulta que todas fueron por medio de clases magistrales. Hubiese sido interesante que, antes de que nos explicaran las “flipped classroom”, nos hubieran indicado a qué página web debíamos ir para mirar el video sobre las “clases invertidas”. Y, de ese modo, podríamos haber aprovechado las sesiones de formación para “compartir” el conocimiento que cada uno de los asistentes habíamos construido por nosotros mismos en nuestras casas, consolidando ese conocimiento bajo la guía de un “profesor de profesores” que “aprendería a aprender” mientras nos “enseñaba sin enseñar”.

O, como profesor de letras y humanidades, todavía me pregunto por qué cuando en tantas conferencias nos hablan sobre “aprender haciendo”, sólo nos ponen ejemplos de cosas que precisamente se aprenden haciendo. Lógicamente, todas las sesiones a las que he asistido sobre ese “aprender haciendo”, han sido en formato “clase magistral”. Con demostraciones, eso sí, pero demostraciones magistrales. Y no me cabe la menor duda de que todos los asistentes aprendíamos haciendo, pues tomábamos apuntes.

Por otro lado, sigo sin entender que en las sesiones sobre el “Learning by teaching” no nos animaran a los profesores a aprender las lecciones del método enseñándonos unos a otros, como iguales. Nuevamente, se nos explicaba mediante clases magistrales. ¡Con lo divertido que hubiera sido, por ejemplo, preparar un power point, explicárselo a nuestros iguales, y discutirlo sin injerencias de los formadores, potenciando de ese modo nuestra creatividad y espíritu crítico!

Y las charlas TED… ¿Qué son sino clases magistrales? Al fin y al cabo, uno habla y los demás escuchan.

Pero la clase magistral es un tema tabú, el mal personificado en la enseñanza, y está a la altura de la maldad que lleva consigo la memorizacion. Porque la clase magistral ha muerto. Y punto.  Es una cuestión de fe pedagógica que ya no se discute.

lunes, 5 de junio de 2017

Enseñar y educar




Creo que el principal motivo de la crisis que padece la educación es que nos hemos olvidado de vivir como personas. Por otro lado, creo que el principal problema que padece la enseñanza consiste en no tener claros los fines que persigue. Aunque los considero indisociables, separo los términos “educación” y “enseñanza”. Primero porque son dos conceptos diferentes. Pero también porque creo que la mezcla y confusión de los dos conceptos es otro de los problemas que padecen tantos pedagogos y tantos colegios.

Enseñar es instruir. La finalidad de la enseñanza es que los niños aprendan, despierten sus inquietudes, adquieran interés por la cultura, adquieran hábitos de trabajo y descubran el valor del esfuerzo personal para lograr cualquier fin. Educar es “ayudar a crecer”. La finalidad de la educación es lograr que cada persona dé lo mejor de sí mismo, que por sí mismo se mueva hacia el bien, la belleza, la felicidad,… Que la persona crezca en virtud, que posea valores sólidos por sí mismo, que tenga personalidad, que no sea manipulable,…

Enseñar requiere método. Es tan sólo en este punto donde defiendo la importancia de la evidencia científica: creo que es necesario hacer el esfuerzo de contrastar la metodología que se utiliza. No todo vale. Educar, en cambio, requiere mucho más. Y educamos las personas. Creo que, cuanto mayor es la categoría humana del educador, mejor es la educación que recibe el alumno. Pues como decía Aristóteles: Sólo mediante la relación del individuo con otras personas se puede hacer un hombre: si esta relación es cualificada puede llegar a ser un buen hombre”. Porque educamos por impregnación, cuando no pensamos en nuestros principios morales ni pretendemos transmitirlos, sino cuando los vivimos, como ha repetido Gregorio Luri en múltiples ocasiones.

Por ese motivo defiendo que las cualidades esenciales del profesor son dos: debe saber mucho, pues su misión es enseñar, y debe procurar ser persona en todos los sentidos, pues es modelo de aquellos a quienes enseña. Y es que me gustaría romper esa falsa dicotomía que se da en el mundo de la educación: para dedicarse a la enseñanza, no hay que escoger entre “procurar ser una persona buena” y “saber mucho”, sino que ambas son necesarias. Pocas cosas hacen tanto daño en la educación como las buenas intenciones de una persona ignorante, como explicaba Albert Camus.

He querido poner la frase de Carles Capdevila como homenaje a la persona. Pero también porque estoy de acuerdo: el profesor debe querer a sus alumnos, a cada uno. Y debe querer también lo mejor para cada uno de ellos. Porque sólo quien ama educa realmente. Sin embargo, no podemos olvidar que tan sólo quien conoce es capaz de instruir. Y la forma en que educa un profesor es por medio de la enseñanza, por medio de su materia. Como decía Platón, “el hombre instruido lleva en sí mismo sus riquezas”. Y es ahí donde también me gustaría incidir: la cultura y el conocimiento son valores que nos aportan mucha riqueza personal, que nos ayudan a crecer como personas, que también nos educan y nos hacen mejores. Son valores que impregnan al alumno cuando el profesor disfruta con el conocimiento. 

Creo que cuando la pedagogía pretende educar por medio de la instrucción, cuando mezcla ambos conceptos, es cuando se pervierte todo. Porque es cuando la enseñanza pierde su finalidad (instruir) y la educación se reduce al método, pues pretende utilizar la instrucción como herramienta educativa, restándole importancia al valor personal de quien enseña, de la persona que trata con el alumno, del profesor. Cuando se pretende educar por medio del método, como defiende gran parte de la nueva pedagogía, se pervierten los fines tanto de la educación como de la instrucción. Pues, al fin y al cabo, se pretende sustituir el fin por el medio. 

Cuando alguien afirma que la principal misión de un colegio es enseñar, que su objeto es el conocimiento, no está restando valor a la educación. Ni, por tanto, a la belleza, al bien, a la felicidad o a la educación emocional. Tan sólo está mostrando el fin que persigue la enseñanza. Y cuando alguien afirma que la misión de un colegio es formar personas, tampoco se equivoca. Pero no debe olvidar que el medio que posee para lograrlo es la enseñanza, que a su vez posee un fin propio. Y tampoco que la misión de formar personas les corresponde, en primer lugar, a los padres de cada niño.