EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

martes, 24 de julio de 2018

Pedagogía, ciencia y métodos




Hay quienes discuten si la pedagogía es una ciencia o no. Yo me posiciono a favor del sí. Por un simple motivo: si reclamo resultados y evidencias cuando me intentan vender un método pedagógico, le estoy reclamando a esa pedagogía algo que sólo el resultado de un estudio científico me puede ofrecer. Le estoy reclamando resultados y evidencias… Y si considero que la pedagogía es una ciencia, a todo aquel que no muestre evidencias, resultados o argumentaciones lógicas y sólidas, puedo decirle que hace de la pedagogía una pseudo ciencia, algo que no podría afirmar si antes no la considerase ciencia… 

La palabra “ciencia” implica que existe un “objeto de estudio” cuyo fin es ser conocido en sus causas y por sus causas. Así que, al hablar de la pedagogía como ciencia, el principal enemigo de la pedagogía (como de cualquier ciencia) es la ignorancia (y no las “emociones negativas”, por ejemplo…). Y tampoco podemos dejar de lado que, en la búsqueda de ese saber, hay verdades y falsedades. Y las verdades se sustentan en evidencias, resultados, argumentaciones sólidas,…

Sigo pensando que la enseñanza y, sobre todo, la educación, es una cuestión esencialmente de personas, no de métodos. Y creo que esa realidad está por encima de cualquier método. Así que pocas veces le he dado especial importancia a los métodos, es decir, a la pedagogía como ciencia. Sin embargo, llegados a este punto no nos queda más remedio que afirmar que existen métodos fraudulentos. Puesto que la mayoría de las cuestiones jamás son absolutas, es necesario decir que ciertos métodos pueden ser aplicables en determinados contextos, pero no en otros. Es decir: algunos no son universales. No es este el objetivo de este artículo, así que no me extenderé. En todo caso, vayamos a lo esencial: muchos métodos se basan en afirmaciones pseudo científicas o reduccionistas. Creo que así son la mayoría de los que se venden hoy en día. Y curiosamente, muchos de esos métodos fraudulentos se nos presentan con el “aval de la ciencia”. Últimamente, se apela a la neurociencia, incluso para intentar vendernos neuromitos, los mismos de siempre, como verdaderos… 

Todo lo dicho hasta ahora tiene muchas implicaciones. La primera: creo que aplicar un método fraudulento no convierte a nadie en mal profesor. Es más, creo que un buen profesor puede lograr enseñar mediante un método fraudulento. Pues sigo convencido de que quien transmite es el profesor, no el método. Pero sí me gustaría incidir en que lo más lógico es que un método fraudulento es susceptible de dañar al aprendizaje de los alumnos. E incluso a los alumnos como personas, independientemente de las buenas intenciones de quien lo use... Y a ciertas edades, el daño puede ser difícilmente reparable.

Por otro lado, creo que usar o haber usado uno o varios métodos pedagógicos fraudulentos tampoco convierte a nadie en mala persona. Pero me gustaría incidir en la responsabilidad personal (y moral) de los profesores al usar o defender un método, pues somos quienes usamos los métodos. Y, sobre todo, en la responsabilidad de quienes los promueven, ya sean gurús o directivos de colegio, cuya responsabilidad es inmensa. Porque todos podemos equivocarnos o dejarnos llevar por lo que brilla. Pero si se descubre y se denuncia la falsedad de un método y un colegio se da cuenta de que se había equivocado, sólo se me ocurre una posible actuación: Dar la cara, informar con claridad, rectificar y no tener miedo a la verdad. Y reparar (o compensar) los posibles males cometidos con el atropello pedagógico, que muchas veces van más allá de la simple pedagogía… Sería estúpido persistir en el error. Algunos persisten un tiempo por cuestiones de marketing o de contratos, esperando el momento adecuado para “rectificar sin que se note mucho”, o porque consideran que “su institución” no puede mancharse con el error. Posiblemente sea la actitud que más daño hace a la educación es la siguiente: intentar ocultar y disimular el error cometido, o no dar importancia a eso que se hizo mal para “no parecer que hemos metido la pata”, o buscar “chivos expiatorios”, “teorías de la conspiración”, o directamente mentir para salvar las apariencias porque en el fondo “estamos dando un nuevo rumbo a nuestro proyecto pedagógico”. En todo caso, creo tan sólo la primera actitud comentada puede ayudar a combatir el uso pseudocientífico que tantos hacen de la pedagogía. 

Creo que dedicarse a la enseñanza exige esmerarse en conocer la fiabilidad los métodos que se usan. O de aquellos métodos que nos obligan a usar: porque un profesor tiene el derecho a usar los métodos que crea convenientes más allá de lo que le “ordene” la empresa. Creo que es nuestra obligación combatir la ignorancia y la “pseudociencia” en la pedagogía: es uno de los grandes males de la enseñanza. Y los profesores debemos procurar informarnos y profundizar. Porque el problema de las pedagogías fraudulentas es que todo ello lo padecerán los alumnos. Y lo peor es que la mayoría de las veces, padecen esos efectos a la larga, razón por la que resulta más difícil diagnosticar las causas y hallar soluciones factibles.