EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

lunes, 28 de marzo de 2016

Las emociones y la afectividad



Creo que uno de los grandes problemas actuales en la educación son las carencias afectivas. También considero que casi todos somos conscientes. Sin embargo, lo que no alcanzo a entender son los remedios con los que se pretenden paliar esas carencias. 

“Ser querido” no equivale a “sentirse querido”. Podemos querer a alguien pero no saber mostrarlo, cada uno tiene sus carencias. Y creo que la gran carencia es que muchos niños y adolescentes no se sienten queridos, que no significa que no sean queridos. Sin señalar culpables, creo que esa carencia es competencia de la familia, de cada familia, no del colegio. En el colegio, los talleres para identificar emociones, comprender sentimientos o dar rienda suelta a nuestros afectos “reprimidos”, ayudarán o no, pero no pueden suplir ese “sentirse querido”.

Nuestros escolares, como son hijos de su tiempo, son hiperemotivos: casi todo lo juzgan desde el caparazón de su afectividad. Creo que lo que necesitan para alcanzar una sólida educación emocional no son “talleres de emociones”, sino adultos equilibrados. O, como escribía Daniel Pennac en Mal de escuela, “no hay nadie más dispuesto a echarte una buena bronca que un profesor descontento consigo mismo”. El profesor (tampoco el colegio) no puede suplir las carencias afectivas de los alumnos. Aunque puede paliarlas. O, como me explicó un maestro en el arte de la educación cuando empecé en esto: “Pase lo que pase en el aula, mantén la calma”. Creo que eso no tiene nada que ver con el yoga, el tai chi, la sofrología o la fuerza de los jeddi, sino más bien con el esfuerzo personal por mantenerse firme ante los problemas de la vida, buscar apoyos, superar nuestros miedos, y aparcar nuestras miserias cuando nos acercamos a esas criaturas que necesitan adultos sólidos y compensados. Quizá el mejor ejemplo que podemos tomar para entenderlo es el del esforzado Roberto Begnini en la película La vida es bella (https://www.youtube.com/watch?v=Y9M1HXKlctc).

Porque considero que, cuando procuramos mejorarnos, cada uno a sí mismo, y poner nuestros problemas en su sitio, estamos en disposición de convertirnos en ese modelo de mesura que necesitan los alumnos, y también estamos en disposición de escuchar y acompañar, que son las otras palabras importantes para paliar esas carencias afectivas.

Creo que, desde los colegios, en vez de centrarnos en los alumnos, lo mejor que se podría hacer es formar a padres y madres, para mostrarles y ayudarles, de la mejor forma posible, a  que sus hijos “se sientan queridos” en casa. Porque no creo que el gran problema de la educación sea sólo el colegio, sino, sobre todo, creo que es la devastación de las familias, donde muchos problemas parecen insalvables: padres en el paro, divorcios traumáticos, madres solteras y exhaustas, jornadas de trabajo de mil horas, recibos y deudas pendientes, nóminas irrisorias,... A pesar de todos los problemas que podamos tener, debemos procurar convertirnos en ese modelo equilibrado que precisan los niños y adolescentes. Y, si nos equivocamos, deberíamos aprender a suplir los errores y carencias, lo que creo que se logra con esa magnífica palabra que sólo funciona cuando es sincera y se pronuncia con rectitud: perdón.

1 comentario:

  1. Muy buen artículo, Juan. Me ha recordado esta conferencia de Gregorio Luri que vi a principios de Semana Santa: https://youtu.be/pEuNfk7pz6E

    En él habla de una serie de palabras mágicas (por favor, gracias, perdón, confío) y habla de lo importante que es que seamos adultos equilibrados.

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