Creo que uno
de los grandes problemas actuales en la educación son las carencias afectivas. También
considero que casi todos somos conscientes. Sin embargo, lo que no alcanzo a
entender son los remedios con los que se pretenden paliar esas carencias.
“Ser querido”
no equivale a “sentirse querido”. Podemos querer a alguien pero no saber
mostrarlo, cada uno tiene sus carencias. Y creo que la gran carencia es que
muchos niños y adolescentes no se sienten queridos, que no significa que no
sean queridos. Sin señalar culpables, creo que esa carencia es competencia de
la familia, de cada familia, no del colegio. En el colegio, los talleres para
identificar emociones, comprender sentimientos o dar rienda suelta a nuestros
afectos “reprimidos”, ayudarán o no, pero no pueden suplir ese “sentirse
querido”.
Nuestros
escolares, como son hijos de su tiempo, son hiperemotivos: casi todo lo juzgan
desde el caparazón de su afectividad. Creo que lo que necesitan para alcanzar
una sólida educación emocional no son “talleres de emociones”, sino adultos
equilibrados. O, como escribía Daniel Pennac en Mal de escuela, “no hay nadie
más dispuesto a echarte una buena bronca que un profesor descontento consigo
mismo”. El profesor (tampoco el colegio) no puede suplir las carencias
afectivas de los alumnos. Aunque puede paliarlas. O, como me explicó un maestro
en el arte de la educación cuando empecé en esto: “Pase lo que pase en el aula, mantén la calma”. Creo que eso no
tiene nada que ver con el yoga, el tai chi, la sofrología o la fuerza de los
jeddi, sino más bien con el esfuerzo personal por mantenerse firme ante los
problemas de la vida, buscar apoyos, superar nuestros miedos, y aparcar
nuestras miserias cuando nos acercamos a esas criaturas que necesitan adultos
sólidos y compensados. Quizá el mejor ejemplo que podemos tomar para entenderlo
es el del esforzado Roberto Begnini en la película La vida es bella (https://www.youtube.com/watch?v=Y9M1HXKlctc).
Porque
considero que, cuando procuramos mejorarnos, cada uno a sí mismo, y poner
nuestros problemas en su sitio, estamos en disposición de convertirnos en ese
modelo de mesura que necesitan los alumnos, y también estamos en disposición de
escuchar y acompañar, que son las otras palabras importantes para paliar esas
carencias afectivas.
Creo que,
desde los colegios, en vez de centrarnos en los alumnos, lo mejor que se podría
hacer es formar a padres y madres, para mostrarles y ayudarles, de la mejor
forma posible, a que sus hijos “se sientan
queridos” en casa. Porque no creo que el gran problema de la educación sea sólo
el colegio, sino, sobre todo, creo que es la devastación de las familias, donde
muchos problemas parecen insalvables: padres en el paro, divorcios traumáticos,
madres solteras y exhaustas, jornadas de trabajo de mil horas, recibos y deudas
pendientes, nóminas irrisorias,... A pesar de todos los problemas que podamos
tener, debemos procurar convertirnos en ese modelo equilibrado que precisan los
niños y adolescentes. Y, si nos equivocamos, deberíamos aprender a suplir los
errores y carencias, lo que creo que se logra con esa magnífica palabra que
sólo funciona cuando es sincera y se pronuncia con rectitud: perdón.
Muy buen artículo, Juan. Me ha recordado esta conferencia de Gregorio Luri que vi a principios de Semana Santa: https://youtu.be/pEuNfk7pz6E
ResponderEliminarEn él habla de una serie de palabras mágicas (por favor, gracias, perdón, confío) y habla de lo importante que es que seamos adultos equilibrados.