EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

jueves, 7 de enero de 2016

¿Quién ayuda a los padres a educar?




Preguntaba un seguidor del blog en la primera entrada: ¿quién puede ayudar a los padres a educar a sus hijos? Me ha dado mucho que pensar. Y he releído algunos artículos de G.K. Chesterton, recogidos en un gran libro titulado Lo que está mal en el mundo (todas las citas de esta entrada pertenecen a ese libro). La frase más llamativa con la que me he encontrado es esta: “Las únicas personas que parecen no tener nada que ver con la educación de los niños son los padres”. Y resulta de gran actualidad. Por ese motivo, me he tomado la libertad de proponer cuatro ideas.
Escribe el autor inglés: “Este grito de ‘sálvese a los niños’ contiene en sí la odiosa implicación de que es imposible salvar a los padres”. La primera idea es que nadie tiene el derecho de sustituir a los padres, por muy mal que nos pueda parecer que lo hacen, ni siquiera bajo el pretexto de que “cualquiera lo haría mejor”, aunque sea verdad. Y tenemos también la obligación de restituirlos en su responsabilidad. “La educación es dar algo, aunque sea veneno”. Podemos alertar y ayudar a los padres, pero no sustituirlos, por mucho veneno que les den a sus hijos. Básicamente, porque son ellos quienes tienen la potestad, y eso no se nos puede olvidar. Como tampoco se nos puede olvidar que cualquiera que se dedique a la educación será un veneno para los niños si pretende no contar con sus padres. Y creo que cualquier padre que delegue la educación de sus hijos, está errando.
Es vano salvar a los niños porque no pueden permanecer siendo niños. Por hipótesis estamos enseñándoles a ser hombres, y ¿cómo puede ser tan simple enseñar una manera de ser hombres a otros si resulta tan vano y desesperado encontrarla para nosotros?”. Como intenté explicar en la segunda entrada, a menos que procuremos buscar la perfección de nuestra naturaleza (que no significa ser perfectos), no educaremos. O, más bien, educaremos mal: “No hay gente  no educada. Todo el mundo lo está; sólo que mucha gente está mal educada”. Muchos padres buscan “recetas” o “trucos” para educar. Por tanto, la segunda idea sería la de recordar a los padres que la mejor receta es la coherencia. Porque sólo quien procura crecer como persona es capaz de descubrir sus carencias y no echárselas en cara a sus hijos, o intentar subsanarlas en ellos. El planteamiento cambia: “A menos que se salve a los padres no se puede salvar a los hijos”. No se puede enseñar la generosidad a un niño si los padres no procuran ser generosos. Quedarse en el discurso no es educar. Nadie podrá transmitir a los niños aquello que les salvará si los padres no lo saben primero y procuran vivirlo. O, para seguir con Chesterton: “La falacia de moda es que por medio de la educación podemos dar a la gente algo que no tenemos”.
Hoy en día, cualquier tipo de autoridad está mal vista. Pero la autoridad no es opresión ni autoritarismo. “La única cuestión importante es que no se puede evitar de ningún modo la autoridad en la educación”. Se ejerce porque se posee. Aunque sólo funciona cuando, quien la ejerce, es coherente (retomamos la segunda idea). Por tanto, en tercer lugar, creo que los padres deben dejar de temer poner límites a sus hijos. Es decir, deben imponerlos, deben exigir. ¿Cuántos límites?, que ellos decidan. Pero, en todo caso, que sean coherentes. Por ejemplo, un chaval me explicó una vez que, los sábados por la tarde, su padre solía quedar en casa con varios amigos para jugar a la Play Station y beber cerveza. Tiene que ser un plan fantástico, no lo dudo. Pero no transcribiré la visión que tenía el niño de su padre porque, cuando me lo explicó, estaba castigado sin poder jugar a la Play. De hecho, como norma ya tenía prohibido jugar a la consola entre semana, pero los sábados por la tarde, no podía tocarla. Existía un límite: Play Station sólo el fin de semana. No valoro si el castigo de aquel fin de semana era correcto. Tan sólo que la autoridad se ejerce unida a la coherencia, y ver a tu padre jugando a la Play cuando estás castigado sin ella y tienes 14 años, parece (aunque no lo sea) recochineo.
Finalmente (ahora abandono a Chesterton), está la cuarta idea: el amor, que envuelve todo lo dicho anteriormente. Por ejemplo, si la exigencia no va unida al cariño, por muy coherente que sea, se convertirá en una ética kantiana del deber, y algo así ahuyenta a cualquiera. Hoy en día sólo nos quedamos con esta palabra (amor) y pretendemos que sustituya tanto a la coherencia como a la autoridad. E incluso, muchas veces, contraponemos el amor a esas dos palabras. Entonces nos quedamos en un amor que es mera efusión de sentimientos, y lleva a sustituir el trato humano y la atención (es lo que exigen los hijos) por el regalo fácil. O, como me decía una madre de siete hijos: “Hay que estar en casa. Pero lo más importante no es cuánto tiempo estás en casa, sino que cuando estés, sencillamente estés disponible”. Un efecto del amor es el cariño. Y, para los hijos, eso nunca puede faltar. Es lo que nos lleva a pedir perdón por nuestras incoherencias, o por los excesos y defectos de autoridad. Es lo que restituye una y otra vez la confianza que se pueda haber perdido. Es lo que hace que los hijos también aprendan a pedir perdón. Es también lo que lleva a confiar en los hijos dándoles libertad, y ser capaces de “recogerlos” cuando se equivocan, enseñándoles a responsabilizarse de sus actos.
Por tanto, ¿quién puede ayudar a los padres? Existen muchos libros y cursos para enseñar a ser “buenos padres”. Sin embargo, creo que cualquiera que tenga claros estos principios, puede ayudar a los padres. Resumiendo: implicación, coherencia, exigencia y cariño.



5 comentarios:

  1. Muy de acuerdo. Me gusta el resumen en 4 palabras de la última línea.

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    1. Gracias. Y creo que también son esenciales para cualquiera que quiera educar.

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  2. ¿has leído "Ética del quehacer educativo" de Carlos Cardona? En la línea del amor sin sentimentalismo que comentas. Gracias por tu texto.

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    1. Gran libro, lo leí hace mucho, que propone volver a los planteamientos esenciales de la educación, esas cuestiones que la pedagogía ha dejado de preguntarse.
      Pero el mejor autor actual para tratar sobre ese horrible sentimentalismo en educación (o efusión descontrolada de emociones) es Gregorio Luri: profundo, sensato y con los pies en el suelo. Gracias por el comentario.

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  3. Muy de acuerdo con las ideas que planteas. Sobretodo, y quizá la diferencia fundamental entre los buenos docentes radica en el amor. Dices que "si la exigencia no va unida al cariño, por muy coherente que sea, se convertirá en una ética kantiana del deber". Recuerdo a todos mis profesores, y la mayoría eran grandes docentes. Pero los que realmente siguen importándome son aquellos que en su momento se interesaron por mí y sentía que me querían y no solo me enseñaban. Gracias.

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