EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Postverdad educativa



En el mundo de la enseñanza es habitual contraponer ideas y presentarlas como opuestas. Pero la mayoría de veces no son contrarias. Veamos algunos ejemplos:

Hay quienes dicen que una cosa es conocer una materia y otra muy diferente es saber enseñarla. Es verdad: son dos cuestiones diferentes. Sin embargo, no son excluyentes. Y una de esas cuestiones es más necesaria que la otra… Me explico: nadie puede enseñar una materia que desconoce. Por tanto, para poder enseñar cualquier materia es condición necesaria conocer esa materia. Al contrario creo que no funciona, pues resulta un poco absurdo, por ejemplo, aprender metodologías para enseñar una lengua si no se domina esa lengua… ¿No? Del mismo modo, quien no sabe matemáticas no puede enseñar matemáticas… Conocer mil métodos para enseñar matemáticas indica que una persona conoce mil métodos para enseñar matemáticas. Pero si no sabe matemáticas, es irrelevante el número de métodos que conozca: no puede enseñar matemáticas… Porque nadie puede dar lo que no tiene.

Otra de las cuestiones que tantos contraponen: dicen que una cosa es dominar una materia y otra cuestión diferente es saber despertar en otros el deseo de conocerla. Es verdad. Sin embargo, creo que despertar el interés sobre cualquier materia requiere amar esa materia. Y sólo se ama lo que se conoce bien… Nuevamente, creo que es necesario conocer una materia si se pretende despertar el interés por ella. Además todos hablan de motivar, pero nadie habla de cómo mantener el interés por la materia en el tiempo. Porque despertar el interés sobre cualquier cosa es relativamente fácil. Pero mantener ese interés durante un curso entero, requiere algo más que la capacidad para despertar ese interés... En todo caso, creo que para despertar o mantener el interés sobre algo, dominar la materia es condición necesaria, otra vez... ¿Cómo podrá el alumno interesarse por esa materia cuando quien pretende despertar su interés en realidad no tiene verdadero interés, pues la desconoce o no la conoce en profundidad…?

Hay quienes afirman que la principal misión de los profesores es educar, no enseñar. De nuevo, contraponemos dos cuestiones que no se contraponen. Porque el profesor, por definición, enseña una materia. Y, lo quiera o no, educa con su mera presencia en el aula. El problema se produce cuando el profesor que se centra en educar olvida que debe enseñar… Al revés, seamos sinceros, es difícil que ocurra. Porque para enseñar hay que preparar la clase. Pero para educar no, pues educamos siempre, queramos o no, siendo como somos, cuando no pensamos en transmitir nuestros principios morales, sino que los ponemos de manifiesto, cuando los vivimos sin hacerlos presentes de forma consciente, como dice Gregorio Luri. No pensamos en que un profesor ya está educando bien si es puntual, si prepara sus clases, si piensa a menudo en el mejor modo de que su materia llegue a sus alumnos, si procura ser justo y honesto,... Vamos, que si lo que pretendemos es transmitir valores, no hace falta trabajar en cooperativo ni hablar de esos valores: basta con procurar vivirlos, basta con procurar ser honesto con la propia profesión. Porque un profesor que se centra en educar, pondrá todos los medios para que sus alumnos sean justos. Y puede ser que hable a sus alumnos de la justicia una y mil veces. Pero si no procura ser justo en cada uno de sus actos, por más discursos que haga no educará. O, como máximo, educará mal. Y un profesor que es justo, hable o no de justicia, transmite un valor superior a sus pupilos por medio de su coherencia personal. Así que creo que es más eficiente (y también más propio de un profesor) centrarse en enseñar. Sin descuidar que no es malo recordar de vez en cuando que también educamos con la mera presencia en el aula, con la actitud, con la palabra, con los gestos, con las obras,... 

Hay quienes dicen que el profesor debe amar a los alumnos, y contraponen ese supuesto amor con la exigencia: parece que exigir sea equivalente a “odiar” al alumno. Nuevamente, son dos cuestiones que no se contraponen. Pues, si amar es querer lo mejor para el “otro”, querer que ese “otro” aprenda o se esfuerce por lograr ciertas metas es ni más ni menos que amarlo. ¿Puedo decir que amo a alguien si evito cualquier situación que pueda causarle displacer? En ese caso, creo que estoy mimando (o adiestrando) al alumno, pero no le estoy “amando”. Creo que el amor empieza por el respeto. “El respeto” no es en sí mismo “amor”. Pero creo que un profesor debe respetar a sus alumnos como punto de partida. Y el respeto empieza por ser honrado y proporcionarles ese conocimiento que el profesor debe transmitir. El respeto continúa cuando el profesor intenta ver en los alumnos a personas capaces de comprender, de aprender, de asimilar, de moverse por sí mismos, de crecer por medio de lo que se enseña,… Por tanto, si el profesor no respeta como alumnos a la persona que tiene delante, será difícil que llegue siquiera a plantearse amarles. Otra cuestión a debatir es cómo debería ser la exigencia. Este tema concreto requiere tantos matices, que quizá debería ser desarrollado en otra entrada ampliamente. Pero creo que es fácil comprender que sin exigencia no hay amor posible, así que aquí tampoco hay contraposición. 

Podría seguir con varias cuestiones, pero me detendré aquí. Porque creo que quienes contraponen estas cuestiones lo hacen porque no confían en el valor intrínseco del conocimiento. Porque han olvidado que la transmisión de conocimiento es la razón de ser de la escuela. Porque se pueden cambiar y mejorar mil cosas en las escuelas, podemos “modernizarla” tanto como queramos. Pero si la escuela pierde ese sentido primigenio, deja de ser escuela. Que le pongan otro nombre, pero que dejen de tomarnos el pelo. Porque quienes se empeñan en contraponer estas cuestiones, en el fondo han olvidado la esencia de su profesión. Y en vez  de plantearse estas cuestiones, van rellenando de “absurdos” el mundo educativo, justificando su postura con competencias, rúbricas, áreas, dominios y demás parafernalias pedagógicas… En vez de “volver al origen” en busca de soluciones verdaderamente originales, ofrecen sucedáneos y pretenden que todos pasemos por el tubo. Creando más problemas en vez de solucionar alguno. Y eso sí que es una contradicción.

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