Sobre los métodos de enseñanza,
siempre he pensado lo mismo: creo que cada profesor debe utilizar aquellos que
crea conveniente, aquellos que le vayan mejor, o con los que piense que sus
alumnos aprenderán más. Porque creo que lo importante en la educación somos las
personas, no los métodos. Pero no se puede perder de vista que será conveniente
comprobar los resultados de cada metodología, pues el fin que persigue la
enseñanza es el aprendizaje de los alumnos. Se pueden proponer metodologías a
los docentes, pero creo que no se les pueden imponer, como está ocurriendo en
no pocos colegios hoy en día. Ni tampoco me parece bien señalar a un profesor despectivamente
como “acomodado”, “tradicionalista” o “retrógrado” por el simple hecho de no querer
adecuarse a todas las modas que se proponen. Porque muchas de las actuales
innovaciones educativas sólo son eso, modas pasajeras. Y no creo que arreglen
ningún problema en el ámbito de la educación.
Por tanto, no suelo discutir sobre
metodologías. Aunque sí discuto el trasfondo de las mismas. Cuando una metodología
se aparta de lo que es propio de la enseñanza y sirve, por ejemplo, para
“promover los valores democráticos” o para “fomentar la generosidad”, dudaré de
ella de partida. Pues lo que se pretende con un nuevo método es mejorar la
enseñanza y el aprendizaje, no promover buenas intenciones. O, por ejemplo,
cuando se proponen metodologías que sirven para que “el niño construya de
manera autónoma su conocimiento”, también pongo en duda que puedan servir para
la enseñanza. Básicamente porque la visión del ser humano que conlleva el
constructivismo me parece falaz.
Y es que el debate entre “métodos
innovadores” contra “métodos tradicionales” me sigue pareciendo ficticio y
absurdo. En otras palabras, se contrapone a menudo la “clase magistral” con
“los métodos activos”. Pero se trata de un reduccionismo. Y no lo entiendo. Por
poner un ejemplo, explica José Mª Barrio: “Quien
escucha a otra persona está realizando una actividad de gran calado e
intensidad intelectual. Lo mismo cabe decir de quien lee un libro. En ningún
caso mantiene una actitud meramente «pasiva». Se trata probablemente de las
actividades más intensas que puede realizar un ser racional” (Crítica
filosófica al constructivismo).
Nunca me he cerrado a ningún
método. Haría una amplia lista de diferentes metodologías y experimentos,
incluyendo muchas de esas actuales modas, que he usado o probado en clase. Algunas han
funcionado, otras no. Creo que depende de demasiados factores. Sólo puedo decir
que no existen las recetas mágicas.
Sin embargo, al hablar de la
enseñanza desde la óptica del profesor, debo admitir que la instrucción directa
y la memorización me parecen necesarias y fundamentales, no un complemento. La
instrucción directa: porque quien conoce la materia y, por tanto, puede
transmitirla, es el profesor. La memorización: porque el conocimiento no brota
por generación espontánea en la cabeza del niño, y creo que no se avanza en
ninguna materia si no hay un conocimiento previo en el que sustentar nuevos conocimientos.
Me parece que el trabajo y el esfuerzo personal de cada alumno por aprender también
son básicos y necesarios, independientemente de lo que pueda "motivar" un maestro. Y considero que toda evaluación debe contar siempre
con pruebas lo más objetivas posibles. Finalmente, creo que amar la materia que
se imparte es vital, y está por encima de cualquier método. Sobre esas bases
bien asentadas, creo que se puede dar cabida a casi cualquier metodología. Pues
sigo sin cerrarme a nada.
Hace poco me comentaba un
compañero: “Eres ‘innovador’ en la práctica pero ‘tradicional’ en la teoría”. Pero
no me adscribo a ninguna “facción”, pues tales distinciones me parecen absurdas
y banales. Considero que ese falso debate que distingue a “innovadores” de
“tradicionales” es dañino y enfermizo. Que me metan en el saco que quieran, no
me preocupa lo más mínimo. Pero sigo pensando que la actitud de las personas que
se obsesionan por innovar y por “estar a la última”, está haciendo mucho daño a
la enseñanza. Quizá deberíamos prestar atención a la reflexión de C.S. Lewis: “Nadie que se preocupe de ser original lo
será jamás, mientras que si simplemente tratas de decir la verdad (sin que te
importe un comino cuántas veces haya sido dicha antes), nueve veces de cada
diez serás original sin siquiera notarlo”. Pues creo que quien se centra en
la innovación, acaba olvidando el verdadero fin que persiguen la enseñanza y la
educación. Y quien se centra en enseñar a sus alumnos sin importarle lo más
mínimo si innova o no, acaba innovando sin querer.
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