EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

martes, 28 de junio de 2016

La tecnología en el aula y el factor humano



Sigo pensando que el factor esencial en la educación es la persona. La tecnología es meramente un medio, que puede ser útil o no. Explica Inés Dussel (Investigadora titular de DIE-CINVESTAV) en una entrevista que “los estudios demuestran que para que un aula sea buena tiene que haber un buen docente, una buena perspectiva pedagógica, preocupación por el aprendizaje, una relación entre seres humanos. Y esto las computadoras no te lo garantizan”. 

Sin embargo, la imposición tecnológica en las aulas está en auge. A pesar de todo lo que dicen los verdaderos expertos en la materia, explica Inger Enkvist que “los pedagogos universitarios, los políticos –y los vendedores de ordenadores– repiten el mensaje de que el aprendizaje se puede llevar a cabo sin profesores si los alumnos utilizan un apoyo informático” (Educación: guía para perplejos, ed. Encuentro, p. 31). La cita podría seguir con lo que explica Carlos Cardona: “Una máquina, un medio audiovisual, un ordenador, no puede educar. Con él se logrará, a lo sumo, instruir un poco. Pero no más, y eso incluso en el supuesto de que tal medio sea personalmente dirigido y sobre la base de un mínimo de relación interpersonal” (Ética del quehacer educativo, ed. Rialp, p. 59).

La gran pregunta creo que sigue siendo: ¿aporta algo la tecnología a la educación? Pues, si no aporta nada, ¿para qué dedicar tanto empeño en implementarla? Si alguien lo hace y demuestra que se obtienen mejores personas, mejores aprendizajes o mejores resultados, adelante, pero que muestre evidencias. Yo aún no las he encontrado, sino más bien todo apunta a lo contrario. A quien quiera seguir pensando que los ordenadores o los ipads, por sí mismos, van a modernizar y mejorar la enseñanza, le diré que deje de confiar en las máquinas y empiece a confiar en las personas. O, en palabras de Steve Jobs, “lo que no funciona con la educación, no se arregla con la tecnología”.

Sin embargo, sigo escuchando a demasiadas personas defender que la tecnología en el aula es tan sólo la inocente sustitución del soporte, y suelen compararlo a la revolución que supuso la imprenta. En pocas palabras: sólo pasamos del papel a la pantalla. Si incorporar ipads y ordenadores para los alumnos sólo implicara sustituir el soporte, estaría de acuerdo. Pero la pantalla por sí misma tiene sus riesgos, y no hace falta indagar mucho para constatar que tiene efectos negativos en el aprendizaje. Nos vuelve a explicar Inger Enkvist, por ejemplo, que “no es lo mismo leer en internet que leer un libro (…). Que siempre haya más páginas y más información tiende a disminuir el valor de lo que tenemos delante de los ojos” (p. 76). Las pantallas fomentan la dispersión y tienden a disminuir la atención, sí, ese valor que va tan ligado al conocimiento. También reducen la capacidad de abstracción, por ejemplo, como constata un estudio reciente del que el diario El mundo se hizo eco. De hecho, los efectos no deseados que tienen las pantallas en niños y adolescentes son demasiados. No pretendo enumerarlos, se puede leer con calma, por ejemplo, el capítulo 15 del libro Educar en la realidad, de Catherine L’Ecuyer, donde da unas pinceladas, basadas en estudios rigurosos, sobre esos efectos negativos. Otros autores alertan también de la dependencia que crea la pantalla y, especialmente, internet en los inocentes cerebros de los niños y adolescentes del siglo XXI. 

Porque, en definitiva, “lo que cambia rápidamente es la tecnología, mientras que los fundamentos científicos cambian muy lentamente” (Inger Enkvist, La escuela posmoderna). La tecnología puede sernos útil para ilustrar conocimientos, para ayudar a comprender ciertas cosas, y estoy convencido de que más de un profesor les ha sacado mucho rendimiento a las pantallas. No hay que ser tecnófobo. Puede ser un medio útil y válido si lo usamos en su justa medida. Pero no es posible que la tecnología pueda ser el sustento de ningún sistema educativo, de ningún sistema de enseñanza ni de ningún proyecto pedagógico. Sigo pensando que ese sustento sólo pueden ser las personas, que somos en definitiva quienes enseñamos y educamos.

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