EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

sábado, 21 de mayo de 2016

El problema del cambio



Uno de los grandes argumentos que esgrimen los gurús de las extrañas pedagogías que nos invaden, es el siguiente: el mundo y la sociedad han cambiado, y están en continuo cambio. Por ese motivo, también hay que cambiar el paradigma educativo, ya que debemos adecuarnos a los nuevos tiempos.

Quizá sea necesario analizar si el cambio social ha sido a mejor o a peor, pues no todo cambio, por el mero hecho de serlo, es bueno en sí mismo. Sin embargo, no es eso lo que me planteo cuando escucho o leo el “argumento del cambio perpetuo” aplicado a la educación, sino lo siguiente: de acuerdo, es  cierto, la sociedad y el mundo en el que vivimos, han cambiado. Pero el ser humano, ¿sigue siendo esencialmente el mismo o también ha cambiado? Hoy, en pleno siglo XXI, puedo tomar entre mis manos obras tan dispares como la Iliada, Antígona, Las confesiones, Hamlet, Frankenstein, o La metamorfosis, tan distantes en el tiempo entre ellas como para nosotros, y todas podrán decirme algo. Puedo aprender de ellas, ver reflejados modelos que hoy en día se repiten como si retrocediera en el tiempo. Y puedo verme a mí mismo reflejado en diferentes personajes. Releo un soneto de Quevedo, luego otro de Lope de Vega, los versos de Jorge Manrique, de Machado, de Miguel Hernández. El tiempo se detiene. Y descubro que a mí, en pleno siglo XXI, me ocurre exactamente lo mismo que a ellos.

Sin embargo, dicen también ciertos gurús que hay que adecuar la educación a ese futuro cambiante, aunque no tengamos la más remota idea de cómo será. Escribía C.S. Lewis, en una de las Cartas del diablo a su sobrino: “Les hemos enseñado [a los hombres] a pensar en el futuro como una tierra prometida que alcanzan los héroes privilegiados, no como algo que alcanza todo el mundo al ritmo de sesenta minutos por hora, haga lo que haga, sea quien sea”. C.S. Lewis, ya alertaba de la actitud de ciertos pedagogos actuales (aunque no se refiriese a ellos) en la misma misiva: “Si podemos mantener a los hombres preguntándose: "¿Está de acuerdo con la tendencia general de nuestra época? ¿Es progresista o reaccionario? ¿Es éste el curso de la Historia?", olvidarán las preguntas relevantes”.

Vayamos pues a la raíz del problema, planteémonos las preguntas relevantes, y dejemos de implementar métodos estrafalarios con la excusa de que “hoy los niños aprenden de forma muy diferente”. La sociedad ha cambiado, es cierto, pero el ser humano no ha variado ostensiblemente. No es necesario remitirse a los fósiles, basta con releer Antígona para comprobar que nuestros problemas y planteamientos morales siguen siendo esencialmente los mismos. Una cosa es innovar sin perder de vista el objetivo, creo que es bueno y todos tendríamos que estar dispuestos a ello. Otra muy distinta, es pretender dar un vuelco a todo el sistema educativo basándonos en una falacia. Ocurre, como decía de nuevo C.S. Lewis en su artículo Calidad de miembros, que “en toda actividad humana los medios tienden de manera fatal a invadir los fines que están destinados a servir”. Y el fin último de la educación sigue siendo el ser humano, ese ser que, esencialmente, no ha cambiado.

5 comentarios:

  1. ¿Y cual es la raíz del problema?
    ¿Y la propuesta final?

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    1. La raíz del problema, la señala C.S. Lewis: la confusión, no dedicar el tiempo suficiente a discernir, sino hacer diagnósticos superficiales y basar la necesidad de mejorar el sistema educativo en tantas falacias, como está ocurriendo hoy en día y nos venden tantos gurús. La propuesta, está también en el texto: básicamente atender, educar y enseñar a los alumnos sin perder el tiempo en preguntarnos si somos lo suficientemente innovadores, de si "estamos en la onda" o de si somos "muy guays" dando clase.

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  2. Estoy llegando a la conclusión de que hay personas a las que todo eso que explicas resbala totalmente y nunca estarán en situación de entenderlo. Es igual si les muestras argumentos, pruebas, estadísticas, estudios empíricos, argumentos filosóficos, etc. para ellos esos argumentos no sirven, porque nada es medible o argumentable, todo se construye al antojo. Eso del pensamiento crítico, decía Chesterton que es como masticar. Si no tienes algo sustancial sobre lo que cerrar los dientes, acabas con la boca abierta, embobado ante todas las novedades que se te presentan (embobado, que no es lo mismo que asombrado).

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    1. Cierto, pues sigo sin entender que ciertas personas se cierren al diálogo cuando desarmas sus argumentos y no sean capaces de responder a los que propones, sencillamente los rechazan. Entonces, además, te ven como un enemigo... Nuevamente Chesterton tenía razón: "la intolerancia es la indignación de los hombres que no tienen opiniones".

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