EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

sábado, 20 de febrero de 2016

El valor educativo de la imperfección



Me proponía un amigo que escribiera una entrada con el siguiente título: “Diez consejos para ser unos padres perfectos”. Pero tuve que decirle que el título me parecía falaz en su punto de partida, y me resultaba imposible “enlatar” diez consejos. Porque no creo en los métodos perfectos y de probada eficacia: cada niño es único e irrepetible. Porque considero que los consejos son personales y sólo deben darse cuando nos los piden. Porque probablemente no sería capaz de escribir esos consejos, sino que me limitaría, como ya hice en una entrada (http://educacionysensatez.blogspot.com.es/2016/01/quien-ayuda-los-padres-educar.html), a una serie de ideas de fondo para que cada uno las pueda concretar. Porque, le pese a quien le pese, nunca existirán padres (ni profesores) perfectos. De hecho, creo que nuestra imperfección forma parte del acto educativo: no sólo es bueno que seamos imperfectos y lo mostremos (para mostrarlo no hace falta esforzarse), sino también necesario. Y de eso he decidido escribir: del valor educativo de la imperfección.
Tengo que admitirlo: cuando era alumno, existían muchos profesores de corte autoritario. Sin embargo, con el paso del tiempo, descubrí que ese autoritarismo no era lo más molesto. Lo realmente odioso, eran esos pocos profesores que siempre tenían razón, aunque no la tuvieran en absoluto. Parecía que poner en duda su palabra, sus actos o sus decisiones, en la forma que fuese, era atacarles. Porque no hay nada que deforme más la realidad que justificarlo todo bajo el velo de la autoridad, o el de las buenas intenciones…
Como profesor, también he descubierto a un tipo de padres que se parecen a esos profesores. Son aquellos que tienden, sin darse cuenta, a atribuir los problemas de sus hijos al profesor o al colegio. Quizá el problema de esos padres sea que nunca se han planteado ser los primeros educadores  de sus hijos, pero creo que también les ocurre algo muy humano, algo que a todos nos deberían ayudar a descubrir, algo que a todos nos ocurre en uno u otro momento: ser conscientes y aceptar sus propios errores.
Y es en este punto donde llega la alabanza de la imperfección. Un buen educador (ya sea padre, profesor, entrenador, monitor,…) conoce sus limitaciones y descubre sus errores. Y, cuando se ponen de manifiesto, ya no podemos hacer nada para evitarlos. Sólo podemos admitirlos o esconderlos. Y el valor está en admitirlos, y luego aceptarlos, corregirlos y poner empeño en mejorar. Porque todo eso no disminuye la autoridad, sino que la aumenta. Y eso ocurre por el simple hecho de que nos humaniza. Así que, ante tal situación, lo que permite al padre (o educador) sacar el mayor provecho de su propia imperfección es reconocerla. Porque en ocasiones somos excesivamente duros con hijos o alumnos, somos injustos, no sabemos mantener la compostura y perdemos los nervios, no cumplimos con nuestra palabra, o, en pocas palabras, irremediablemente nos equivocamos. Y, una vez reconocido el error, nos toca pedir perdón, restituir o reparar si fuese necesario, y seguir en la brecha, sin arrogancia, pero con la cabeza bien alta, porque no hemos hecho más que demostrar que somos humanos. Porque aceptar los errores nos convierte en seres humanos, nos humaniza. Y, con cada uno de esos gestos, estamos educando. Porque las personas somos imperfectas. Si nunca se muestran nuestras imperfecciones, no podremos mejorar ni seremos buenos modelos de persona para aquellos a quienes pretendemos educar. Básicamente, porque todos nos equivocamos, y los niños también tienen que descubrirlo.

2 comentarios:

  1. Muy educativo artículo. Digno de analizar y aplicarse en todo lo que sea necesario y no solamente para el ámbito de la educación, sino también para la relaciones humanas, tanto propias como ajenas.

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    1. Gracias. Y añadiré algo que me sugiere este comentario: creo que el mundo (y no sólo la educación) iría mejor si nos ayudásemos a corregir los errores entre los adultos.

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