En el siglo XIX surgieron varios
movimientos que Engels denominó “socialismos utópicos”, ya que quería
diferenciarlos de su utopía comunista, que él consideraba “científica”. Todos
esos movimientos intentaron crear una sociedad perfecta en la que la igualdad
acabara con la opresión.
Criticaban la sociedad
capitalista y la estructura industrial, y que los patrones (empresarios)
considerasen a sus trabajadores como meros números de su cadena de montaje. No
les faltaba parte de razón, pero ninguno de aquellos experimentos acabó bien,
ni siquiera el pretendido “socialismo científico” de Marx y Engels. Lo
curioso del tema es que hoy se repite el
esquema a nivel educativo. Creo que podríamos hablar de “pedagogías utópicas”. De
hecho, la crítica de Sir Ken Robinson al sistema educativo se parece
peligrosamente a la crítica de aquellos socialistas utópicos. Y, si apuramos,
Robert Owen proponía como solución el “socialismo cooperativo”, que me recuerda
mucho a lo que ahora se denomina “trabajo cooperativo”.
¿Cuál fue el problema de aquellos
bienintencionados hombres? Creo que, básicamente, se equivocaron al considerar
dos cosas:
1)
La bondad del ser humano no depende
necesariamente (ni siquiera contingentemente) de un entorno igualitario. Por
tanto, la buena convivencia no dependerá tampoco de los métodos, no es eso lo
que marca la diferencia.
2)
No existe ni puede existir un mundo perfecto e
ideal. O, como decía aquel grafiti, “quien busca el cielo en la tierra, se
durmió en clase de geografía”.
Y, esencialmente, se equivocaron
al juzgar la realidad desde un solo prisma, que es lo que ocurre con las nuevas
“utopías pedagógicas”. También ellas se estrellarán contra la realidad. O, en
palabras de Chesterton, “he llegado a la conclusión de que
existe una absoluta falacia contemporánea sobre la libertad de las ideas
individuales: que tales flores crecen mejor e incluso más grandes en un jardín,
y que en pleno campo se marchitan y mueren”.
Entre las lecturas que seleccioné
para el verano pasado, un buen amigo me prestó una joya de F.J. Sheed, titulado
Sociedad
y sensatez. Con un lenguaje sencillo, aporta muchas claves para
plantearse a fondo y desde el fondo cuestiones importantes. Creo que a los
“pedagogos utópicos” de hoy en día les vendría bien leerlo para no caer en los
mismos errores de aquellos “socialistas utópicos”. He aquí un ejemplo:
"Preparar a los hombres para la
vida no sólo sin saber lo que es el hombre ni lo que es la vida, sino incluso
sin dar importancia a estas cuestiones, en realidad sin habérselas planteado
nunca, es la cosa más extraña que se pueda imaginar. Sin embargo, a la gente no
le impresiona. El que hasta tal punto deje de extrañarles indica lo poco que se
piensa en las cosas más fundamentales". (F.J. Sheed, Sociedad y
sensatez, ed. Herder 1963, p. 10)
Pretender crear escuelas donde el
objetivo sea que rezume alegría y felicidad por todas partes, es intentar crear
un mundo perfecto e ideal que no existe. Pretender que una o varias metodologías
sean definitivas para arreglar todos los problemas, equivale a desplazar a las
personas a un segundo plano, cuando la persona es precisamente el objetivo
prioritario de la educación.
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